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Reflejos españoles de una polemica evitable

Se puede suponer que la distribuidora en España de la película de Jean Luc Godard Je vous salue, Marie, cuenta con la polémica y con los frutos sustanciosos que ésta ha provocado en taquilla en sociedades tan tolerantes como la francesa y la italiana. Aquí no vamos a ser menos. Por nuestras venas hispánicas corre sangre caliente y mucho más si se nos mienta a la madre.

Basta repasar los recortes de Prensa, un centenar que tengo a la vista, para caer en la cuenta de la esterilidad de un debate de sordos. El filme de Jean Luc Godard suscita legítimamente las apreciaciones mas diversas y opuestas: desde los que ven en él la blasfemia y la burla del misterio central del cristianismo hasta los que admiran el esfuerzo por una actualización de la fecundidad virginal y del amor más casto.

Cada uno tiene ojos distintos. Los críticos del arte cinematográfico descubren, en el lenguaje propio del medio, mensajes que no captan los que interpretan la película como una exégesis burda y desmitificadora del Evangelio.

El cardenal Casaroli, el pasado 17 de abril, transmitía al cardenal Poletti, vicario de Roma, los sentimientos doloridos y concordes del Papa con muchos de los fieles de la diócesis primada. Concretamente se dolía de que se "vilipendiase el significado espiritual y el valor histórico, y se hiriese el sentimiento religioso y el respeto por la Virgen María en una obra cinematográfica que tocaba temas fundamentales de la fe cristiana No es pertinente la pregunta sobre si el Papa había visto o no personalmente el filme. Juan Pablo II se suma únicamente al desasosiego e indignación de muchos creyentes. Las manifestaciones violentas, las escenas ridículas de los extremistas a la puerta del cine, uniendo sus rezos a los insultos ya las provocaciones, no pueden legitimarse con el telegrama del cardenal secretario de Estado.

La imagen y la comunicación

El cardenal de Milán aprovechó la ocasión del escándalo suscitado para hablar en la catedral de la imagen que tenemos de Dios. "De una falsa idea de Dios se sigue un equivocado modo de comunicarnos con Él. No es posible, en efecto, conjugar una imagen de Dios prepotente y despótica, carente de ternura, con la verdadera imagen de María, ni describirla con acentos auténticos. Necesariamente, el resultado será la caricatura, un adefesio, aunque ésta no sea la intención del autor".

De esta falsa imagen de un Dios violento y arbitrario deriva la incapacidad de comprender la ternura, tanto en las relaciones con Él como en el trato con los demás.

La dureza de corazón, de mente, la intolerancia ideológica bloquea en nosotros la ternura. El miedo a sí mismo, a arriesgarse, al diálogo, se convierte en sentimentalismo ridículo, en sensualidad, codicia morbosa, voluntad de posesión.

Los defensores de Godard afirman que la protagonista de la película no es la madre histórica de Jesús, sino el ideal inasequible de la virginidad creadora. El diálogo brusco, chabacano y soez de José, que no comprende el amor ni el origen misterioso de la vida, sería la torpeza del entorno secularizado obsesionado con la razón, desencantado y ausente de toda maravilla terrena. La obra de Godard está sembrada de signos que Freud hubiera reconocido como suyos: la luna clásica que aparece regularmente, la máquina quita nieves que abre el camino. El inconsciente que refleja Godard no llega a invadir la pantalla; aparece en ella de una manera fugaz.

Como en otras obras del mismo cineasta, su magia consiste en jugar con la hidra de dos caras.

Perdida en un océano de signos e imágenes polivalentes pregunta más profunda de la joven María: '"¿Es el alma la que hace al cuerpo o el cuerpo el que hace el alma . En la lucha constante para que sea el alma la que domine al cuerpo y no el cuerpo el que someta al alma es donde reside la posibilidad de acercarse al umbral del misterio y del ser, de la vida y de la muerte. La ciencia y aun el psicoanálisis dan razón de la sexualidad, pero difícilmente de los entresijos del amor. No se olvide que Godard lucha contra el cientifismo.

Encastillarse

Para que el debate tenga sentido habrá que elegir un mismo campo de juego: mirar por el objetivo de la cámara no es lo mismo que encastillarse en la ciudadela de las narraciones evangélicas de la infancia de Jesús (Lucas y Mateo), probablemente las más cargadas de iconografía en la tradición cristiana y en la devoción personal de los católicos. La primera mirada permite que la narración evangélica sirva como pretexto o como telón de fondo.

La segunda sitúa el misterio mariano en primer plano y rechaza todo cuanto pueda parecerle indigno del mismo. En todo caso, los más fervorosos creyentes debemos pensar cuáles son los medios más evangélicos para defender nuestras convicciones más íntimas. Ninguna palabra violenta tiene, a mi juicio, algo que ver con el testimonio cristiano.

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