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Joselito aprueba la reválida

Plaza de Las Ventas, 9 de junio. 261 y última de feria.

Cinco novillos de Branco Nuncio, discretos de presencia y fuerza, boyantes en general. Cuarto, sobrero de Alipio Pérez Tabernero, manso.

José Luis Seseña: pinchazo y bajonazo, perdiendo la muleta (ovación con algunos pitos y salida al tercio); tres pinchazos, estocada corta tendida baja -aviso- y tres descabellos (más pitos que palmas cuando saluda). Joselito: estocada caída (oreja); pinchazo, perdiendo la muleta, estocada delantera y descabello (aplausos y saludos). Juan Carlos Vera: cinco pinchazos (palmas); dos pinchazos, estocada atravesada, que asoma, y cuatro descabellos (aplausos y saludos).

Joselito es un alumno de la Escuela de Tauromaquia, con 16 añitos, que lleva varios siendo una de las esperanzas de la institución. El claustro de profesores se miraba en él, y él en el claustro de profesores, y todo eran buenos augurios, pero faltaba la práctica de esa otra escuela que es el toreo en plaza, y por supuesto la reválida de Madrid. Ayer Joselito la aprobó con todos los honores.

Cortó una oreja Joselito, lo cual le evalúa con puntuación alta. Sin embargo todos sabemos que estas puntuaciones, tal como se dan las orejas en todas partes -cátedra incluida- son poco reveladoras. El aprobado de Joselito tuvo otras connotaciones de mayor rango.

Para empezar, su colocación en el ruedo, siempre en el sitio que demandaba la lidia. Gracias a esta presencia, hizo quites oportunísimos y puso en suerte para banderillas un novillo complicado al que le estaban dando capotazos inútiles.

Hablaremos ahora de su forma de estar en la plaza, que también tiene importancia: el capote doblado al brazo, la montera puesta. Y hablaremos de su repertorio de capa, que dice mucho, y bien, del aprovechamiento con que ha llevado a cabo la escolaridad. Pues Joselito hizo quites por verónicas, por chicuelinas, por navarras, por faroles, por largas. Algo inusual en estos tiempos. Y a sus dos toros les prendío banderillas, ejecutando sobriamente las reglas de la suerte.

Un torero con esta ambición de lidiador llega a la prueba definitiva del toreo de muleta con excelente predisposición para el triunfo. Pero también le supone un compromiso adicional, porque obliga a que ese toreo de muleta sea igual de variado y auténtico. Joselito no tuvo dificultad alguna. Se fue a la boca riego, citó en redondo, instrumentó las series con ligazón y hondura. Y luego dio un curso completo de toreo al natural, para ejecutivos. Adelante el engaño, traía al novillo toreado, lo vaciaba con temple impecable tras la cadera, y la muleta quedaba allí, en el sitio exacto para que el siguiente pase se produjera sin solución de continuidad. Parar-templar-mandar, y por mandar, ligar, ése fue el brillante toreo esencial de Joselito ayer. Que ilustró con pases de pecho, cambios de mano, un airoso molinete girando entre los pitones y soprendentes ayudados rodilla en tierra, mirándose en el limpio espejo de su homónimo, el papa rey de la tauromaquia.

El quinto iba sin fijeza, la cara alta, y Joselito acertó la distancia -en esta ocasión, muy cortapara prender la incierta embestida en el toreo al natural. Los problemas del novillo, que habrían traido de cabeza a los mismísimos profesores, el alumno las resolvió sin necesidad de consultar el Cossío, ni nada.

Los aficionados que había en la plaza manifestaban su asombro, y el feliz advenimiento de un torero con escuela y futuro les impulsaba a intercambiarse parabienes. Tenían que hacerlo a voces, por encima de las masas de japoneses que habían invadido Las Ventas. El Japón debió quedarse vacío en este puente del Corpus: estaban todos en Madrid, en los toros.

Los japoneses también manifestaban su asombro, sólo que se les entendía menos. Cada uno con su cámara, su programa y su sonrisa no se perdían detalle de la lidia. El asombro mayor les sobrevino cuando el público se encrespó con el presidente. Fue porque el cuarto novillo cojeaba, pero ellos ni se lo podían figurar; sólo percibían una multitud súbitamente disgustada, que daba gritos y gesticulaba enfurecida. Por unos minutos se les heló la sonrisa, pues creyeron que el pueblo de Madrid se había levantado en armas.

El sobrero, aunque manso, acabó noble, y Seseña, después de torearle bien por redondos y naturales, se puso a torearle mal por naturales y redondos. Algo inexplicable. Con el que abrió plaza había estado muy vulgar en la interpretación de ese toreo moderno que consiste en citar con el paso cambiado, adelante el pico, fuera de cacho, y embarcar desacompasando el giro de cintura.

El valenciano Juan Carlos Vera, otro torero de escuela, aplicó trasteos muy largos y desiguales a otro lote boyante. Ahora bien, cuando consiguió acoplarse instrumentó un toreo al natural de altos vuelos. Los pases con la izquierda que dio en el sexto, muy largos, templados y mandones, poseyeron enjundia, y si llega a matar bien habría obtenido plaza para la reválida. Será en la próxima, y con más gusto si como ayer, le acompaña su paisano Montolíu, banderillero de categoría, que prendió un par sensacional al sexto. En la escuela de peones, este torero sería catedrático.

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