Otro centro del mundo
Si el hombre es el estilo y el estilo es lo diferencial, VIadimir Jankélévitch ha sabido hacer valer una voluntad de no abandonarse a lo que los vientos de la época ordenan. Un acontecimiento marca su vida y su obra para decidir el rumbo de esta voluntad: la guerra, la ocupación del territorio francés por las tropas hitlerianas, más exactamente. Al igual que Cósimo Piovasco de Rondó, el personaje de El barón rampante de Italo Calvino, que por negarse a tomar la sopa, se sube un día de niño a un, árbol amenazando con no bajar más y nunca en el resto de sus días vuelve a pisar el suelo, Jankélévitch, tras lo que considera el mayor crimen de la historia de la humanidad, destierra para siempre de su horizonte todo lo que trae sello de origen germánico. Desde Kant, con la salvedad de Schelling, tal vez por una deuda contraída con él en tiempos anteriores a la guerra, pasado, presente y futuro del pensamiento alemán quedan sepultados en esta especie de agujero negro que Jankélévitch practica en el universo. Otro tanto ocurre en el terreno de la música, su otra gran pasión: salvo en rarísimas ocasiones, en sus miles y miles de páginas, que adereza profusamente con ejemplos extraídos de la historia de la música, ni Mozart, ni Beethoven, ni Bach, etcétera, son siquiera mencionados.Esta actitud podría quedar en mera limitación, fruto de un resentimiento que depende secretamente del objeto que odia, si no fuera porque semejante mutilación cultural no le ha impedido a Jankélévitch- construirse un mundo él solo, desde la primera piedra. No se ha situado en una corriente de. bases bien asentadas por otros autores, ni solidificadas por la aceptación general, para aportar su granito de arena, ni tampoco se ha especializado en una rama de la filosofia, descuidando las demás. Su obra es un sistema en el que metafísica, ética, estética y antropología se traban indisolublemente, levantado con materiales si no desechados, sí arrinconados por las formas hoy más vigentes: Plotino, Pascal, Baltasar Gracián, Bergson son fundamentalmente los autores que apuntalan su pensamiento. En cuanto a la música, también cabe construirse un universo con Fauré, Ravel, Debussy, Musorgski, Listz... Evitar los nombres más sonoros no es merodear por las zonas bajas contemplando las cimas con resentimiento. Una renuncia consumada es signo de vigor. La voluntad de mantenerse al margen de lo establecido no es voluntad de mantenerse al margen: Jankélévitch señala el centro del mundo en otro sentido que aquel hacia el que mira la mayoría; señala otro centro del mundo: el que ha descubierto o fabricado él mismo.
Juan Berraondo es profesor de Filosofía, autor de una tesis sobre Jankélévitch.
Babelia
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