Un estilo sobrio y frío
"Siempre me ha interesado el equilibrio y evito la irritación fácil o la depresión. Fundamental mente soy un optimista". Éste es el autorretrato que el presidente Miguel de la Madrid, de 50 años, hizo para la revista Time en vísperas de su toma de posesión, en diciembre de 1982. Era necesaria una buena dosis de optimismo para hacerse cargo de la herencia que José López Portillo le dejó. En su discurso apuntó escuetamente: "Estamos en situación de emergencia".Ha sustituido el barroquismo tropical de su antecesor por un estilo sobrio y a menudo frío, aunque se esfuerza en prodigar una sonrisa que no le sale natural. Donde habla metáforas ha puesto datos con frecuencia sombríos. Un humorista de prensa expresó así un sentimiento bastante extendido: "Verdades, sí, pero no tan negras".
Habituado a la reflexión, le incomodan las grandes multitudes. No por eso rehusó el baño de masas que supone una campaña electoral de ocho meses. Su único cargo de elección popular ha sido el de presidente.
Nació el 12 de diciembre de 1934 (día de la Virgen de Guadalupe) en Colima, un pequeño Estado del Pacífico, donde su padre ejercía como abogado. Un enemigo de un cliente suyo le mató a tiros cuando Miguel de la Madrid tenía sólo dos años.
Graduado en leyes por la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), enfocó siempre su interés hacia el mundo de la economía. Alternó sus estudios con un trabajo de pasante en el Banco de Comercio Exterior. Toda su carrera profesional estuvo vinculada desde entonces a la burocracia, en cargos que siempre tuvieron que ver con el dinero, aunque por espacio de diez años dio también clases de Derecho Constitucional.
Conoció a su esposa, Paloma Cordero, en 1957, y se casó dos años más tarde. El joven abogado recomendaba a su novia libros de Unamuno, Maurois, Martín Luis Guzmán y uno que ella recuerda con especial agrado: Charlas de café, de Santiago Ramón y Cajal. Los gustos del presidente han incorporado más tarde a Hermann Hesse, Morris West y Carlos Fuentes.
Discípulo de Galbraith
La lenta ascensión hacia la cumbre empezó en 1960 con su ingreso en el Banco de México, que cuatro años después le concedió una beca para realizar un master de administración pública en la universidad de Harvard, donde le enseñó Kenneth Galbraith. En 1963 se había afiliado al PRI (Partido Revolucionario Institucional), un paso obligado para todo político que aspire al poder en México.Al regreso de Estados Unidos recibió su primer cargo, subdirector de crédito en la secretaría de Hacienda, departamento que no abandonó hasta 1979, salvo un paréntesis de dos años en Petróleos Mexicanos (Pemex) como subdirector de finanzas, López Portillo le ofreció la Embajada en París y el puesto de gobernador de su Estado natal, pero desechó ambas propuestas para seguir su carrera política en la capital. Sólo en 1979 le dio un asiento en el Gabinete como secretario de Programación y Presupuesto. Dos años después le destapó como su sucesor. Desde el primer momento estableció distancias con un presidente cuyo mandato aparece ante la opinión pública como el paradigma de la corrupción.
No es hombre de hábitos complicados. De su experiencia como constitucionalista le viene el respeto a la ley: "Gobernaré con estricto apego al derecho". De su larga trayectoria como hombre de finanzas públicas le ha quedado una ortodoxia económica que agrada al Fondo Monetario Internacional. Un banquero le describió así: "Suave en su forma, pero duro en la sustancia".