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Coco y Pino, los últimos punkis del Carmen de Valencia: “Antes vivíamos en el ático del portero”

La singular pareja de músicos ha sido testigo de los cambios y la turistificación del viejo barrio de la ciudad en el que empezaron a vivir en una casa okupa

Punkis Valencia
Coco (con chaqueta vaquera) y Pino, en el Bar Ripalda Boludo, junto a un grafiti punki del barrio del Carmen de Valencia, en una imagen tomada la pasada semana.Mònica Torres
Ferran Bono

Coco y Pino forman una pareja singular. Sentados en la terraza de un bar aún no turistificado del viejo barrio del Carmen de Valencia, ven desfilar diariamente a decenas de vecinos que se van trabajar y de madres y padres que llevan sus hijos a un colegio cercano. Se les distingue fácilmente por su estética punk. Ya no se ven apenas cadenas en el cuello, crestas, botas, camisetas libertarias... Armando Pereira, más conocido como Coco, gallego de 54 años, toca la gaita; Francisco Javier Yániz, Pino, vasco de 51, el acordeón y cualquier otro instrumento que se tercie. Se mantienen fieles al movimiento contracultural surgido en los años setenta, si bien el espíritu airado se ha suavizado aparentemente con los años. “Nos saluda todo el mundo, todo tipo de peña. Y es que estamos establecidos aquí”, comenta uno, mientras el otro asiente. Son los últimos punkis del Carmen. O de los últimos.

“A ver, puede haber alguna cresta más, claro, y la hay, pero, vamos, nada que ver con los buenos tiempos. La mayoría ha caído”, apunta Coco desde su sitio, una de las cuatro esquinas de la confluencia de la calles Sogueros y Ripalda, donde por fin se empezó a levantar un edificio público de viviendas de alquiler social, anunciado a bombo y platillo, si bien las obras llevan unos meses paralizadas. Los dos amigos llegaron hace más de 30 años a Valencia y han sido testigos de la evolución del que fue el barrio más bohemio y alternativo de la ciudad, repleto de garitos con música en directo que no tenían hora de cierre hasta que cerraron para siempre. “Antes no se veía un guiri, la última calle bien iluminada era Caballeros”, añade el vasco en alusión a la vía que servía de divisoria entre el centro histórico más turístico y la parte más dura del Carmen que se ha ido difuminando.

De izquierda a derecha, Pino y Coco, en la calle de Ripalda, la pasada semana.
De izquierda a derecha, Pino y Coco, en la calle de Ripalda, la pasada semana.Mònica Torres

Pino y Coco comenzaron a vivir en el barrio en una casa okupa en la calle Palma y ahora comparten una planta baja. “El Camen cambió de la hostia cuando descubrieron la manera de meter un ascensor en los edificios antiguos. Nadie quería subir a las casa del portero”, añade el gaitero que tocó con el conocido grupo valenciano Skaparàpid, si bien no duro mucho por “payaso y mal músico”. “Los punkis, que vivíamos en los áticos del portero, hemos pasado a las plantas bajas. Y ahora las están convirtiendo en viviendas y nos vamos a ir a la mierda”, comenta el gallego nacido en Ponteareas, que se llegó a conocer como ”Punkareas, “porque había mucho rollo punki en la época de Siniestro Total o la Polla Récords”. “A un punki de mi quinta, su madre lo llevó a las meigas porque se creía que estaba poseído por la pinta que tenía. Acabó yonki como mucha peña de entonces”, comenta Coco, un “superviviente” que arrastra achaques cuya gravedad atenúa con una actitud extrovertida.

La heroína causó estragos en El Carmen en los ochenta. Los dos amigos conocen muchas historias relacionadas con las drogas, que les tocan muy de cerca. Cuando recuerdan alguna “muy chunga” recurren al poco al humor. “Se decía que en Euskadi si la peña joven en vez meterse caballo [heroína], hubiera consumido speed [metanfetamina], la cocaína de los pobres que tanto había en Valencia, seriamos independientes”, comenta Pino, nacido en Hernani. Más introvertido, este músico de conservatorio, que también toca el violín y el piano, montó el grupo punki del Carmen Habrá Kadáver (que tiene una canción dedicada al barrio), ha tocado con la mítica banda andaluza Triana o el poeta Sor Kampana, ha adaptado poemas de Lorca o puesto música a obras teatrales. Trabaja también de fontanero y en albañilería, aunque ahora está “sin curro”, al igual que Coco.

Cada uno tiene dos hijos que viven con las madres, y con los que mantienen “muy buen rollo”. “Tengo un nano y una nana de 14 años y 10 años y les digo que si tienen mal rollo por ir con papá por la calle pueden ir 20 metros más adelante, que no pasa nada”, comenta el gallego riéndose. “Estamos para protegerlos y para que no repitan la parte chunga”, agrega. La prole no ha salido especialmente aficionada a la música, pero las hijas adolescentes de Pino muestran una gran habilidad artística, dibujando y pintando, destaca el padre.

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Mientras hablan y se acaban sus cervezas en la terraza del Bar Ripalda Boludo, otros parroquianos fieles, supervivientes ya talluditos del barrio, intervienen en la conversación. Cuentan sus batallas, se quejan de cómo ha cambiado todo -“ahora es imposible pagar el puto alquiler de un cuchitril”-, y recuerdan los garitos de antaño: Capsa 13, Planta baja, Asfalto, Barro, El Forn, La creatura... El Boludo es el “último reducto”, coinciden los dos amigos con el asentimiento general, en alusión al bar futbolero, consulado del Boca Juniors y sede de una peña valencianista, que resiste los embates de la turistificación y sus precios desorbitados y en el que conviven los acentos porteño, valenciano y castellano.

Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.
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