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Tribuna:UN GALARDÓN PARA UN HOMBRE SINGULAR
Tribuna
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Homenaje al hombre ensimismado

Aún sin haberse apagado los ecos triunfales de su exposición antológica en el Museo de Albacete, la primera que puede verse en España desde 1961, Antonio López García vuelve a estar de actualidad por la concesión del premio Príncipe de Asturias de las Artes. Hombre sencillo, ensimismado, de intensa concentración en su trabajo creador, supongo que la celebración de todos estos fastos, que culminarán con las próximas exposiciones monográficas de Bruselas y Nueva York, le habrán alterado en no poca medida. Se trata no obstante de una perturbación gozosa, que invade la intimidad del artista con el deseo de expresar el reconocimiento colectivo hacia una obra coherente y personalísima, para cuya realización su autor ha necesitado acreditar la posesión de una fe y una perseverancia excepcionales, además de la maestría y el talento artísticos correspondientes.La obra de Antonio López, que viene desarrollándose a lo largo de los últimos 35 años -su primera exposición individual tuvo lugar en el casino de Tomelloso en 1951-, puede parecer, a primera vista, lineal, un fluido continuo sin alteraciones, -como si se tratase de un manantial. Para etiquetar este quehacer absorto se acude a la formula más equívoca e intemporal del arte moderno, la del realismo. A este respecto, coincido con lo que afirmaba Lionelo Venturi sobre la ambigua elasticidad del término realista a la hora de definir cualquier producto artístico del arte moderno occidental: que, en cierta manera, todos lo son aunque con intención y significación diferentes.

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Está claro, por de pronto, que el realismo de Antonio López no tiene nada que ver con el hiperrealismo o fotorrealismo americano, que se hizo popular en los años sesenta. No coincide con él ni en el fondo, ni en la forma, pues no evoca Con caracteres míticos los estereotipos de la civilización urbana industrial, ni utiliza esos procedimientos maquinales en la ejecución plástica, que despersonalizan por completo. la huella física del autor. Antonio López es un creador de espíritu y factura tradicionales, que reacciona ante el mundo con un, profundo sentido de arraigo, atendiendo prioritariamente las voces interiores del paisaje familiar. En este sentido, a fuerza de permanecer ajeno al vértigo de las modas cambiantes, ha logrado resplandecer con la más deslumbrante originalidad.

Nacido en Tomelloso y trasplantado a Madrid para perfeccionar su formación artística a fines de los años cuarenta, esa fidelidad a las raíces antes destacada se manifestará pronto en su obra precisamente como reacción dolorida de desarraigo al sumergirse en la gran ciudad anónima. Su arte constituye un testimonio, lleno de vigorosa dignidad, de la suerte de quienes fueron absorbidos, casi a marchas forzadas, por el torbellino urbano de la España del desarrollo. Solidario con el hombre común, que se esconde diariamente entre la muchedumbre rutinaria, ha recreado la poesía de su paso silencioso por las cosas y también la de sus sueños íntimos. De esta manera, ya sea desde las perspectivas de Arrabal o enfocando la visión de cualquier avenida rutilante, Antonio López ha humanizado Madrid hasta el punto de que las imágenes por él creadas sobre la capital forman ya parte de la historia esencial de la ciudad.

Su temple artístico está forjado por una escuela en absoluto improvisada. Se inició en la pintura a la sombra de un maestro familiar, su tío Antonio López Torres, extraordinario paisajista, y ha desarrollado su vocación en la contemplación apasionada de los grandes pintores de la escuela española, entre los cuales muy particularmente Velázquez.

Primera época

En su primera época artística, esa que se cierra a comienzos de los años sesenta y que ahora está también representada en la muestra antológica del Museo de Albacete, predominé la visión más lírica y mágica de lo cotidiano, lo que podríamos calificar como un realismo superrealista; desde entonces hasta la actualidad ha evolucionado hacia imágenes más escuetas y descarnadas, en las que desaparecen las sobreimpresiones fantasmagóricas, pero no la fuerza sentimental de una sensibilidad conmovida, siempre a flor de piel.

Antonio López García puede, por tanto, parecer, a fuer de coherente, lineal, más no lo es en absoluto. Toda su obra está llena de alma, de intensidad, de un diálogo apasionado con las cosas, y todo eso es lo que explica mejor su tardanza en la ejecución material. No transige con la facilidad porque posee una idea elevada del arte y el hombre, cuya historia no acaba nunca. Dignificada por el objeto, la historia de su propia pintura es así una historia interminable.

Si hoy se puede hablar de realismo madrileño y significar con ello algo más que un estilo o moda artísticos, es gracias a la actitud ejemplar de este sencillo creador manchego, que un día se instaló aquí con el solo objeto de entregarse mejor a su vocación.

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