Don Luis
De todos los tipos pintorescos del llamado planeta de los toros, uno de los más curiosos fue Luis Mazzantini. "En este país de los prosaicos garbanzos, o se es tenor del Teatro Real o matador de toros", sentenció Mazzantini, y así fue su vida: tras fracasar como cantante, triunfó como torero. Por el camino adquirió una cultura inusitada entre los coletudos, y terminó sus días como gobernador civil. Incluso los toreros le llamaron don Luis.Mazzantini nació en 1856 en Elgoíbar (Guipúzcoa), hijo de un italiano empleado de ferrocarriles y una madre vasca. El jóven pasó unos años en Italia, de donde volvió a España en 1870 como paje en la corte de Amadeo de Saboya. Tras terminar el bachillerato, Mazzantini empezó a trabajar como factor-telegrafista en los ferrocarriles del Mediodía, y en 1880 erajefe de estación en el pueblo toledano de Santa Olalla. Pero Mazzantini es un hombre de grandes inquietudes, busca escenarios más refinados que la seca y polvorienta meseta castellana. Se propone ser actor y cantante; estudia y ensaya. Mas algo falta: no tiene voz. Así que a otra cosa: torero, por ejemplo. Ésta es la historia de una voluntad de hierro.
Tras cinco temporadas en capeas, mojigangas y novilladas, Mazzantini tomó la alternativa en Sevilla en una actuación brillantísima. El ambiente para la confirmación en Madrid de manos de Lagartijo -el 29 de mayo de 1884, tal día como hoy hace exactamente 91 años- era enorme. Mazzantini tuvo una tarde extraordinaria, y durante 20 temporadas más alternó con las primeras figuras.
¿Cómo se explica este éxito? Por una cosa muy simple: en una época en la que se estimaba por encima de todo la suerte de matar, Mazzantini era un estoqueador extraordinario, magistral, perfecto. Aprovechaba su estatura, fortaleza y facultades físicas para tumbar los toros con estocadas fulminantes, truenos que dejaban boquiabiertos a los espectadores. Aprendió a manejar mejor capote y muleta, y terminó siendo un excelente director de lidia. A todo esto unía un gran temperamento y voluntad.
Su éxito se refrendaba fuera de la plaza. "Empezaban a circular corbatas Mazzantini, pañuelos Mazzantini, bastones Mazzantini, y se repetían las biografías en que muchos, llevados de un afán encomiástico excesivo, le adjudicaban los títulos universitarios más altos y brillantes", nos dice Cossío. "Por otra parte, su simpatía y buen trato le permitieron conquistar los medios más dispares, y circulaba en todos ellos con general aprecio y admiración". Era amigo del rey Alfonso XII, asistía a la ópera, hablaba idiomas, compró una ganadería de reses bravas y, todavía torero en activo, formó parte de la empresa de la plaza de Madrid. Su vida inspiró una popular novela.
Tal vez para asegurar esta aceptación, a Mazzantini le dio por prescindir del típico traje corto de los toreros y vestir de la manera más elegante. Afirmó que él era un revolucionario elegido para demostrar que los toreros no tenían que ser ajenos a la educación y la cultura. Eran otros tiempos: sus declaraciones cayeron mal a toreros y aficionados, y un crítico le retó a un duelo a pistola, que no llegó a celebrarse. En 1904 Mazzantini dio una serie de despedidas, y mientras toreaba en Guatemala: falleció su esposa. Juró no torear más: se cortó la coleta y la ató a la muñeca del cadáver.
Sobreviven muchas anécdotas de este hombre extravagante y generoso. Una la cuenta El Bachiller González y Ribera: "Cuando los soldados volvían de Cuba enfermos, extremados, Mazzantini, que viajaba por una línea férrea de España, se encontró un tren de repatriados. Era una estación donde había fonda. El espada llegó al comptoir, pidió cuanta plata hubiese (que fueron doscientas y pico de pesetas), pagó un caldo y una copa de Jerez a cuantos soldados los tomasen, y repartió entre ellos la moneda. Gritó uno de ellos '¡Viva Mazzantini!', y el matador replicó vivamente: 'Tengo un parecido con él. Os habéis equivocado'".
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