Aúpa, todo vale
JOAQUIN VIDAL, Cuando llegan los rejoneadores es día fémina. La plaza se llena de señoras y aumenta el número habitual de niños. Paralelamente, el de aficionados. disminuye. No tanto como sería si los aficionados supieran adónde ir un día de toros en plena feria de San Isidro. Once tardes acudiendo a las 7 a la plaza, más catorce que faltan, produce hábito, y por un día echado a rejoneadores, tampoco les va a pasar nada. Pero su actitud durante la corrida es distinta a la habitual, y están calladitos. De esta manera, los de aúpa tienen patente de corso para hacer lo que les venga en gana. Todo vale en la corrida de los rejoneadores.
La presidencia tampoco es que tenga mucho más que decir. A lo mejor ni ha leido lo que dice el reglamento para la corrida de los rejoneadores. El reglamento no es especialmente severo respecto al toreo a caballo, pero alguna norma tiene que marcar. Por ejemplo, que clavados tres rejones de muerte, si no dobla el toro, el rejoneador echará pie a tierra para matarlo, o asumirá esta función el sobresaliente. Ayer, Álvaro Domecq y Joao Moura, cuando salieron por colleras, emplearon cinco rejonazos de esos y el presidente, además de quedarse tan ancho, les obsequió una oreja. El alguacilillo, que también se creyó con derecho a practicar la elegancia social del regalo, les entregó dos, en forma de pingajo.
Plaza de Las Ventas
25 de mayo.Duodécima corrida de feria. Toros despuntados de María Olea, para rejones, que en general dieron juego. Álvaro Domecq. Tres rejones de muerte atravesados y traseros y, pie a tierra, pinchazo hondo bajísimo delantero y descabello (silencio). Manuel Vidrié. Un rejón atravesado y, pie a tierra, descabello (oreja). Joao Moura. Rejón en lo alto (vuelta). Javier Buendía. Rejón en lo alto y otro atravesado bajo (aplausos con pitos y saluda). Por colleras: Domecq y Moura, cinco rejones -alguno en el brazuelo- y rueda de peones (oreja fuertemente protestada). Vidrié y Buendía, un rejón sin soltar y otro trasero (dos orejas); salieron a hombros por la puerta grande, con algunas protestas.
Ahí los reductos de afición que había por la plaza, como islitas, no pudieron aguantar por más tiempo su silencio y se pusieron a pegar voces. Adónde vamos a llegar, decían los reductos de afición; dos orejas por cinco rejonazos en la paletilla. Les dio lo mismo, naturalmente. El resto del público no iba a permitir que le amargaran la tarde unos reductos de afición, nada más que islitas en la vorágine, especie rara de la que no se ve por el mundo. Vaya palabritas que empleaban, a saber qué querrían decir con eso de que apretaba para los adentros. ¿Usted ha visto que el rejoneador apretara nada?. Pues ese señor del bigote, al parecer sí; ande y se calle, tío aguafiestas, y si no le gusta, no haber venido.
Los días de fémina la afición es gente proscrita y musita para el chaleco sus frustraciones. La frustración primera es contemplar al toro mutilado. El reglamento aprueba la mutilación de las astas en las corridas de rejoneadores, pero si el toro está mutilado, ya no es toro. Y si además tiene estampa, como el sexto, cinqueño, capa salpicada sobre un trapío hermosísimo, es para llorar.
Y luego vienen lo s rejoneadores, caballeros de caballos preciosos, que vuelven loco al toro. Uno a uno, bien, ahí puede haber toreo y de hecho suelo haberlo. Por parejas, en cambio, es un abuso. El toro no acaba de sentir el hierro en sus carnes cuando le clava otro no sabe quién, ni por qué. Su indefensión da pena. Paradógicamente, estas suertes combinadas son las que más arrebatan al público fémina; así de amarga es la vida.
Hubo ayer varios toros de lucimiento y los rejoneadores se lucieron según sus habilidades. Especialmente Vidrié, que es el de más perfecta técnica; torero al encelar las embestidas, impecable en los quiebros. Javier Buendía, en cambio, dejó al descubierto sus carencias de rejoneador y su escaso arte, por lo que aburrió bastante.
Más interés tuvieron Domecq y Moura, frente a toros difíciles. Mansos querenciosos a tablas los dos toros, sacarles de la querencia resultó complicado pero ambos rejoneadores lo hicieron con torería. Prendieron también muy meritoriamente los hierros. Moura, que es un artista del toreo a caballo, puso mayor vibración.
Cuando actuaron por colleras consiguieron los momentos más espectaculares de la tarde. Consentían mucho en las arrancadas largas y fuertes del quinto toro acentuando la emoción de la cabalgada con el braceo aparatoso de los caballos, que retardaba el galope y encelaba la embestida. Vino después el desastre de los rejones de muerte, reuniendo a la grupa, o sin reunir nada, descaradamente a toro pasado; clavaban donde fuera, todo es toro.
Vidrié y Buendía torearon sin tanto espectáculo y lo compensaron con la autenticidad. La tauromaquia se lo agradece y les va más este propósito a su temperamento, pues son jinetes fríos y sobrios. Su actuación bien medida entusiasmó al público fémina y a parte del otro, y cuando volvían loco al toro clavándole las banderillas cortas la plaza era un clamor. Aúpa, todo vale, hasta eso. Los sacaron a hombros por la puerta grande.
El día que el público de las corridas de rejoneadores se oriente de donde está "el pico" y demás letra menuda de las reglas del toreo a caballo, y exija que los toros salgan en puntas, les va a costa más salir por la puerta grande como a los toreros de a pie.
Babelia
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