La larga marcha de Antonio Romero
De Jaén a Tiflis (Georgia), pasando por la guerra civil, la División Azul y el campo de concentración
PILAR BONET, "Me voy pa allá y me paso a los rusos", se dijo Antonio Romero antes de enrolarse en la División Azul. "Y me pasé", afirma este electricista jubilado residente en Tiflis (capital de Georgia). Natural de Jaén y antiguo voluntario del Ejército republicano, Romero perdió un pie al pisar una mina cuando se cambiaba de bando en el frente de Leningrado. Y no sólo eso, sino que además pasé 11 años en un campo de prisioneros de guerra, siendo liberado a la muerte de Stalin. Hoy, este español que habla ruso con acento andaluz es uno de los siete ex combatientes de la División Azul que acabaron en Tiflis.
"¿Qué voy a hacer en España?", pregunta Antonio Romero, 64 años, mostrando la prótesis de madera que le permite caminar. "Yo ya no puedo regresar. Estoy acostumbrado a vivir aquí. Sin pierna y con tanta gente sin trabajo, ¿quién me va a acoger a mí?". En un apartamento de Tiflis, modestísimo, pero limpio, Antonio Romero mata su tiempo escuchando chotis, leyendo novelas de Corin Tellado o jugando con su nieto de nueve años que viene de cuando en cuando a hacerle compañía. Su única hija, Lolita, acude a cocinar para él y vigila que no le falte nada. En una pared del pobre dormitorio cuelgan del mismo clavo una estampa de la Virgen María y la condecoración de Veterano del Trabajo que la República Socialista Soviética de Georgia le otorgara en 1977, cuando se jubiló.Pequeño y vivaz, con tos de fumador empedernido, Antonio Romero parece haber encontrado una cierta paz doméstica tras una vida llena de avatares que no le trató bien. Prisionero en Burgos en 1938, hizo la mili, tras la guerra civil, en un batallón de castigo en África. Amnistiado, fue a parar a la ciudad de Granada, desde donde se enroló en la División Azul "porque me quería marchar de España". En Leningrado, Romero estuvo intentado pasarse al enemigo durante tres días, y para ello "miraba de dónde venían los tiros". Convencido de que sus compañeros le vigilaban durante la noche, Antonio se fue de día, y en una carrera se recorrió los 200 metros que le separaban de las líneas enemigas, no sin que su pie volara hecho pedazos por una mina sembrada entre las trincheras.
"Llegué allí y no había nadie, porque los rusos venían de noche y se iban durante el día". Romero empezó entonces a gritar la única palabra en ruso que conocía entonces: "Ruski, ruski". Era el 14 de marzo de 1943 y la fecha la lleva tatuada Antonio en el antebrazo. Un soldado de origen asiático -"un mongol"-, - le recogió. "Me llevaron a un hospital de Leningrado con oficiales soviéticos heridos y me amputaron la pierna. Yo me quería morir, hasta que vino el médico jefe, al que también le faltaba una pierna, y comenzó a bailar y a saltar delante de mí. Me dio ánimos y empecé a comer".
El campo de internamiento
Después de tres meses en el hospital para militares soviéticos Antonio fue trasladado a un hospital de prisioneros, y "allí ya no había ni pan blanco ni nada de nada". "Cuando me curé me llevaron al campo de internamiento de Volgda, en la República rusa, cerca de donde ahora han construido una gran fábrica de aluminio. Allí había alemanes y también un grupo de españoles".
De nada le valía entonces a Antonio Romero tratar de explicar que él se había pasado, que había ido a la URSS con la División Azul para unirse a los rusos. "Veía cómo se me pasaba la juventud allí, cómo iban pasando los años, y todo eso sin juicio, sin saber por qué". Cuando recuerda el tiempo pasado en el campo de internamiento, Antonio Romero se acalora y comienza a insultar a Stalin con expresiones de la más pura raigambre castellana.
En el campo de Volgda había, según Antonio Romero, unos 200 españoles prisioneros, de ellos unos 35 que se habían pasado a las filas soviéticas desde la División Azul. A Romero le cuesta precisar datos, cifras, fechas o localizaciones geográficas. Recuer
La larga marcha de Antonio Romero
da, sin embargo, que a la muerte de Stalin y en tiempos de Malenkov (éste dimitió como jefe de Gobierno en febrero de 1955) una comisión llegó al campo para decidir sobre los prisioneros. "De los alemanes, muchos se marcharon a sus casas, y el resto, los considerados como criminales de guerra, fueron deportados a Siberia. De los 200 españoles, la mayoría regresaron a España y hubo algunos que se fueron a la República Federal de Alemania porque en el campo habían conocido a mujeres alemanas y se marcharon con ellas".Huir del frío
"De los españoles que se quedaron en la URSS, unos se marcharon a Odesa, otros a Jarkov y siete de nosotros nos vinimos a Tiflis". Para Romero y su grupo, llegar a Georgia fue una cuestión de casualidad. "En el campo había un teniente coronel georgiano que me comprendía y siempre me estaba diciendo: 'Espérate un poco, Antonio, espérate', cuando yo me desesperaba y me negaba a comer". "Cuando nos liberaron, el georgiano me dijo: 'Antonio, nosotros los georgianos y los españoles somos como hermanos. ¿Por qué no te vas a Tiflis? Allí hay buen clima y no hace frío".
Y así, un sábado por la tarde, cargados con maletas de madera, los siete españoles llegaron a Tiflis. Les dieron trabajo y albergue en una residencia y empezaron una nueva vida. Conocieron a los otros españoles, los que procedían de la emigración de los niños de la guerra. Antonio se casó con una rusa e ingresó en el PCE, donde estuvo durante ocho años.
Rebuscando en un álbum de fotos, Antonio saca una instantánea amarillenta que recuerda al grupo de ex divisionarios a su llegada a, Tiflis. De aquellos siete hombres sonrientes que posan haciendo escalera, sólo dos, Antonio Romero y Manuel Faundez (tercero de la foto comenzando por arriba), residen hoy en la capital de Georgia. Otro "está en un manicomio", dice Antonio, que no puede recordar el nombre de su compañero. El resto, recuerda Romero, ha regresado a España.
Después de la muerte de Franco, Antonio Romero ha estado también varias veces en España, visitando a su hermana en Madrid, pero no piensa instalarse allí definitivamente. "No vivo mal aquí. Lo que gano me basta y me sobra para vivir y beber un poco, y mi segunda mujer, que reside con su madre enferma en el edificio de enfrente, viene a verme cuando lo necesito".
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