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38º FESTIVAL DE CANNES

Homenaje al desaparecido Joseph Losey y presentación de su película 'Steaming'

Joseph Losey fue uno de los grandes descubrimientos del cine francés que supo sacar al director americano del anonimato forzoso al que había sido condenado por la caza de brujas. Esta admiración también se vio reflejada en el Festival de Cannes, que en siete ocasiones seleccionó cintas del director de El mensajero. Una Palma de Oro, un premio especial del jurado y el honor de presidir el mismo fueron la expresión de este reconocimiento artístico. No es, pues, extraño que el filme de Losey Steaming figure en 1985 como uno de los títulos merecedores del privilegio de la selección oficial al margen de cualquier competitividad.

Steaming no es otra cosa que una versión cinematográfica de la obra de teatro homónima de Neil Dunn un texto cuya acción transcurre en unos baños públicos amenazados de cierre por presiones inmobiliarias y que sirven para que un grupo de mujeres descubra su identidad. La obra de Dunn es mediocre, banal, tópica, de un feminismo simplista y previsible; pero Losey, en la que fue su última película antes de morir, supo dignificarla a base de frialdad, elegancia y un reparto formidable. El filme mantiene la estructura teatral, pero no es un drama televisivo, sino una película. Su interés es escaso, pero las performances de las actrices son espléndidas, llegando a sobreponerse a la evidente pobreza de sus papeles, que no son otra cosa que los más rancios clichés del teatro naturalista, modernizados por un discurso que no se quiere machista, pero que acaba por girar siempre alrededor del ausente: el hombre.Vanessa Redgrave, Sarah Miles, Diana Dors y Patti Love bordan sus intervenciones, muy cómodas en el excelente decorado natural elegido, dotadas de un poder de convicción y una profesionalidad que trascienden la vulgaridad de los orígenes.

Otac na sluzbenom putu (Papá está en viaje de negocios), de Emir Kusturica, elegida para el concurso oficial, es una estimable crónica de costumbres yugoslava contada desde el punto de vista infantil, enla que se muestran las vicisitudes de una familia atrapada no por el estalinismo, sino por la obsesión antiestalinista del Gobierno de Tito. El relato está contado con la suficiente objetividad como para no caer en el dogmatismo; no faltan los instantes dotados de poesía, y la mirada de la cámara refleja muy bien la desorientación de los pequeños protagonistas, que no saben lo que pasa, pero se agarran a los mitos de la época -como el fútbol asociado al nacionalismo- para conseguir sobrevivir a la miseria de una existencia uniforme. La película está repleta de anotaciones precisas que describen muy bien la época, y la realización es lo bastante apasionada como para que el filme se beneficie de esas ganas, de esa necesidad de contar.

Toda la poesía que hay en la modesta película de Emir Kusturica falta en Birdy, del inglés Alan Parker, el hombre de El expreso de medianoche. Como es costumbre en su cine, el relato tiene ambiciones poéticas, hay una voluntad manifiesta de trascendentalizarlo todo. Según el propio Parker, Birdy habla de "nuestro deseo de ser libres, de escapar de las murallas que rodean nuestra vida". Para explicar esto, Parker se ha basado en una novela de W. Wharton, en la que el héroe es un jovencito obsesionado por los pájaros y el vuelo. Su adolescencia y juventud, compartida con otro amigo, está dedicada a eso, a tener la cabeza llena de pájaros: tan pronto se hacen un traje con plumas de ave como pretenden poner al día las máquinas voladoras de Leonardo, empeño que culmina ya en un terreno íntimo, por determinar la sexualidad del protagonista, que pronto adquiere algo que podríamos bautizar como tintes ornitológicos, ya que sólo las caricias de los canarios le excitan.

Pero la película no se conforma con este disparate, sino que ha de justificarlo a través de varios flash back de propósito terapéutico. Birdy arranca con el fanático de los pájaros encerrado en un manicomio y con su amigo visitándole para que recupere la cordura que nunca tuvo. Si uno tiene el alma enferma, el otro, el cuerpo herido: ambos han pasado por Vietnam, un cómodo recurso para enloquecer en las ficciones. Parker, que es un virtuoso del efectismo, un director que siempre busca imágenes de impacto y que es muy cuidadoso con la fotografia y el sonido, despliega aquí sus alas en busca de la poesía. Pero si definir lo que ésta es resulta dificil, no lo es saber cuándo es mala o falsa, como es el caso de Birdy, que ha logrado ser acogida clamorosamente porque la época se conforma con poco: basta con que del parto de los montes nazca un canario en vez de un ratoncillo.

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