Inversión de términos
El fenómeno no es nuevo, pero sí lo son las formas de vehicularlo. El cine se ha servido de los cantantes y canciones populares desde el momento en que perdió la mudez, es decir, que de Al Johnson hasta Prince hay una cierta continuidad. Pero el disco y el vídeo, entre otros factores, tienen en la actualidad tanta fuerza consagradora como la imagen cinematográfica, antes escalón superior en la carrera de un artista. Esto equivale a aceptar una cierta inversión de los términos, tal y como hemos podido ver con lo sucedido con La mujer de rojo o Cazafantasmas, dos películas que han servido para promocionar y ayudar la multiplicación millonaria de los ingresos generados por unos tenias musicales. Por eso no tiene nada de extraño que en Purple rain varios de los temas aparezcan como video-clips, como ejes de montaje que se rellenan con unas imágenes del protagonista paseando en moto por paisajes decorativos o se salpican de planos más o menos sugerentes de la novia y su fina corsetería. En otras ocasiones las canciones corresponden a actuaciones en directo, aunque no siempre esas actuaciones sean reales.Probablemente lo mejor o más interesante de Purple rain no sean sus méritos cinematográficos, sino el tipo de iconografía que propone Prince, réplica rockera de Michael Jackson en la que se entremezclan aspectos glamourosos con otros de nuevo romántico, fruto de un cálculo que quizá tiene más que ver con un estilo y una opción estética que con una actitud meramente especulativa. Prince tiene un plus de autenticidad, es más creíble que el cocacolero Jackson, con su naricita y voz hormonada. Pero todo eso es materia de sociólogos y expertos en rock y escapa a las atribuciones de la crítica, que se ha de limitar a constatar que Purple rain es, más que una película, una buena promoción discográfica.
Purple rain
Director: Albert Magnoli. Intérpretes: Prince, Apollonia Kotero, Morris Day. Estados Unidos, 1984. Versión original subtitulada. Estreno en cine Palacio de la Música.
Babelia
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