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Los toreros murcianos piden plaza

Plaza de las Ventas. 14 de abril.

Cinco toros de Santiago Domecq, con casta y trapío, cornalones; quinto, de Martínez Benavides, grande, poderoso y manso.

Tinín: algunos pitos; silencio. Pepín Jiménez: petición y dos vueltas; aviso y aplausos. El Bayas: silencio; palmas.

Ser murciano empieza a suponer un crédito entre la torería. Los toreros murcianos piden plaza y la van a tener, primero por el empeño artístico de Ortega Cano, cartagenero; ayer por el de Pepín Jiménez, de Lorca. Pepín Jiménez toreó muy bien ayer en Las Ventas. Principalmente toreó con empaque y aplomo, lo cual es sorprendente en quien se viste tan poco de luces.Así que el origen remoto del toreo estará por el norte, y su metamorfosis en arte por er zú, pero Murcia también cuenta. Pepín Jiménez pudo demostrarlo frente a un toro terciado y a otro grandote Ambos eran toros en sentido estricto, con toda evidencia, y la afición de Madrid ni entró en nirvana cuando apareció el mastodonte, ni protestó cuando soltaron al pequeñajo. Lo cual desmiente, una vez más, la manipulación divulgada por taurinos, de que en Las Ventas sólo admiten "el elefante con cuernos".

Bueno, lo de los cuernos sí es verdad. En esta plaza los toros han lucir cuernos, y buidos. Los de Santiago Domecq los tenían, desarrollados y astifinos; y como tenían también casta, la lidia se desarrollaba con una emoción que añadía mérito a los toreros. Pepín, que hasta lanceó bien a la verónica, construyó una primera faena exquisitamente medida a base de redondos y naturales ejecutados con primor. Era faena de oreja, que pidió el público, pero el diestro perdió su derecho cuando metió la espada por los aledaños del brazuelo. El monumento al sartenazo erigió en ese volapié Pepín.

El quinto, que zarandeó al caballo en el primer encuentro y lo derribó en el cuarto, sufrió cinco carniceras agresiones del picador por los lomos atrás. Manolo Ortiz le prendió dos pares de banderillas soberanos, que el público ovacionó puesto en pie, y hubo de saludar montera en mano. En el primero salió perseguido y Pepín Jiménez le hizo el quite a cuerpo limpio; el murciano estaba en vena. Aplomado y gazapón el toro, Pepín embarcó las pocas embestidas que le quedaban, y sólo le faltó fantasía para adornarse y alegrar el último tramo del trasteo, que resultaba premioso, dadas las circunstancias. La afición quedó muy contenta de la tarde de Pepín, y buena parte de ella ya es pepinista.

Reapareció Tinín que, lógicamente, no está placeado, y se notó. En el primero esbozó algo de su estilo, mientras en el cuarto, que echaba la cara arriba, optó por trapacear sin disimulo.

El Bayas, matador maño, se ofrece a la repesca de valores, y para obtenerla hizo en su primero un trasteo propio del pirecántopo. En cambio en el sexto, de extraordinaria boyantía, evolucionó su arte para ligar redondos de cumplida estética. También mató mal El Bayas, y perdió la oportunidad tanto de que la afición se hiciera bayista, como de izar el estandarte de la tauromaquia aragonesa. El estandarte que ondeaba al viento ayer en Las Ventas era el de la tauromaquia murciana. Y el pepinismo incrementa su militancia en Madrid.

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