Adiós al orfananato
El Gobierno navarro ha distribuido a 76 menores, entre los 4 y los 16 años, en pisos donde los chicos llevan una vida familiar
Nicolás y Ricardo, de 12 y 10 años, respectivamente, fueron algunos de los últimos niños que han pasado por el orfanato de Navarra. Desde hace dos años residen en un piso en el que conviven con otros cinco chicos y una chica de edades similares a las de ellos. Al igual que les ocurrió a sus compañeros, al principio no sabían cómo desenvolverse en su nueva residencia. Desde una edad muy temprana -Ricardo afirma que no sabe desde cuándo- ambos fueron dejados en el orfanato de Navarra, histórica institución que en los próximos días será suprimida cuando los últimos 15 niños que actualmente están acogidos en la misma pasen a residir en un chalé de Pamplona que ha sido adquirido y habilitado por el Gobierno autonómico. Con este traslado concluye el programa de desinstitucionalización de los centros asistenciales dependientes del Ejecutivo navarro, que tenía por objeto la supresión de centros como el orfanato, que recogía a niños de familias con una problemática grave: padres alcohólicos, madres solteras, padres separados, etcétera."Cuando los niños llegaron a los pisos", afirma, Fernando Fernández, uno de los educadores que se encuentra al frente de uno de estos centros, "tuvimos que enseñarles de todo". "No sabían", agrega, "qué era un piso, ni por supuesto una comunidad de vecinos. Desconocían la convivencia con otras personas; ajenas a ellos". Los primeros meses fueron muy duros. "Los vecinos de los otros pisos", según asegura María Luz Munárriz, jefa del servicio de Infancia y Juventud del Gobierno de Navarra, "echaban la culpa de todo lo que pasaba en la escalera a estos chavales. Y ellos no tenían nada que ver. Cuando se les explicó qué es lo que estábamos haciendo lo aceptaron muy bien y desde entonces no ha existido ningún problema".
Ropa y caprichos
Actualmente existen en Pamplona 10 pisos situados en distintos puintos de la ciudad y en las poblaciones próximas. En uno de ellos, Ricardo y Nicolás conviven con otros cinco chicos -Luis Alberto, Roberto, Javier, Raimundo y Rubén- y una chica, Laura. El piso, uno más dentro de un gran bloque de viviendas, dispone de salón, cocina, comedor, dos baños y cuatro habitaciones, una de las cuales es la del ama del hogar -Maribel-, quien, entre otras cosas, se encarga de realizar la comida, atender a los niños, comprar la ropa de éstos... Y a veces, resalta Raimundo, también "nos compra algunos caprichos". Fernando es el educador, y también subraya rápidamente Rubén, "es quien nos da la paga para que podainos ir al cine o para que nos compremos algo". A los mayores, 50 pesetas, y algo menos a los más pequeños.
Las paredes del piso en el que conviven estos ocho niños están decoradas a su gusto, con cuadros y fotografías, además de numerosos carteles (varios de ellos con el emblema de la serie norteamericana de televisión V), calendarios y dibujos realizados por ellos mismos. También disponen en el salón de estar, además de una pequeña biblioteca con libros aptos para su edad, de televisión en color y de un tablón de anuncios en el que se recogen las tareas domésticas que les corresponde realizar a la semana a cada uno: fregar los platos antes de introducirlos al lavavajillas -tarea que dicen que les desagrada enormemente-, barrer, comprar el pan, la leche y el periódico, retirar la mesa después de comer... Además, cada uno tiene que hacerse su cama o litera, y limpiar su habitación, en la que disponen de una mesa para estudiar, estanterías en la pared para colocar sus libros de lectura y un armario donde guardan la ropa que Maribel cada cierto tiempo les compra. "A ellos", asegura Fernando, "les encanta traer a casa a sus amigos, como a cualquier otro chico de su edad, para que vean la habitación que tienen".
Ricardo, Luis Alberto, Roberto, Nicolás, Javier, Raimundo, Rubén y Laura -quien asegura que se lleva muy bien con los chicos- afirman estar encantados con su nueva residencia. "En el orfanato", comenta Ricardo, al que de mayor le gustaría ser médico -"no es difícil llegar a serlo si clavas los codos, aunque yo a veces me distraigo con el ruido de una mosca"-, "estábamos mal. El trato no era bueno. Aquello era horrible. Aquí estamos mucho mejor. Tenemos más caprichos, más espacio, es más acogedor. Somos como una familia". Todos los chicos que conviven con él comparten esta opinión. Raimundo dice que en el orfanato "nos obligaban a comer todo y no nos compraban tanta ropa". Del orfanato todos
Adiós al orfanato
ellos echan de menos la piscina y las bicicletas que tenían en él.El régimen de funcionamiento de estas residencias se intenta que sea lo más parecido posible al de una familia normal. Al frente de cada piso hay un ama y un educador, que trabajan coordinados por un equipo profesional, estableciendo las relaciones con el medio familiar y escolar de cada niño. "No intentamos", dice Ricardo de León, director del servicio regional de Bienestar Social, "suplantar la figura de los padres, sino potenciamos al máximo las relaciones familiares en los casos en que éstas se consideran positivas para el menor, partiendo de la base de que el fin último es la reinserción del niño en su medio familiar y social".
Soporte afectivo
Fernando Fernández, el educador que convive con este grupo de ocho niños, señala que "nosotros somos un soporte afectivo para los chicos. En cierta medida ejercemos, desde el punto de vista de los niños, la figura de padres. A estos chicos se les nota la falta de afectividad y de cariño. Todos los trastornos que pueden tener son debidos precisamente a esa falta de afectividad que han tenido". En tanto que el educador está más volcado en la realización de actividades de formación y educación integral de los niños y, en este sentido, mantiene contactos periódicos con los profesores de los chicos para seguir la evolución de sus estudios, el ama de hogar es la que, entre otras cosas, se encarga además de despertarlos por las mañanas para que puedan ir al colegio, "en el que", dice Fernando, "han conseguido integrarse plenamente".
Si bien al principio había que acompañarlos a la escuela, ahora, como todos los niños de su edad, ya van solos a clase. "Vienen a casa sobre las 12.30, y en función del tiempo que haga salimos a la plaza, donde juegan con otros chavales, o si hace mal tiempo nos quedamos en el piso y cada uno se pone a leer -preferentemente tebeos de Asterix y Obelix, cuentos, libros de aventuras-, pintar, jugar al ajedrez o a las damas. Lo que les apetezca a ellos", comenta Fernando. Comen todos juntos, además del educador y el ama, a las 13.30, después de lo cual algunos vuelven a jugar con sus amigos o se quedan realizando alguna de sus actividades favoritas en el piso.
A las tres de la tarde acuden de nuevo a la clase, de donde salen dos horas después. Meriendan y salen a participar en actividades extraescolares organizadas por la propia escuela y por el municipio: futbito, predeporte, natación, atletismo, gimnasia rítmica, fútbol y dibujo, principalmente.
Terminadas estas actividades regresan a casa y, dependiendo de si el día es bueno o malo, se quedan dibujando, pintando, leyendo o viendo la telvisión -Barrio Sésamo, dicen, les encanta-. A partir de las siete de la tarde comienza un tiempo de estudio. "Normalmente, como van un poco atrasadicos, les ayudamos un poco en su trabajo escolar, y conforme lo van acabando se dedican a realizar su actividad favorita hasta la hora de la cena, que suele ser hacia las 20.30, y luego se acuestan, aunque en ocasiones ven algún programa de televisión en concreto, como El hombre y la tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente, o El arca de Noé", dice Fernando. "Eso sí", subraya éste, "a todos les gusta irse a dormir con el beso de despedida".
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