El 'iluminado de Jartum', una larga marcha hacia la soledad
Dieciséis años de poder arbitrario y crecientemente impopular finalizaron ayer en Sudán al ser derrocado por su propio Ejército el presidente Yaafar el Numeiri, que regresaba de una visita diplomática a Washington, camuflada de médica. En Sudán, país clave para los intereses estratégicos norteamericanos en África y Próximo Oriente, el relevo de Numeiri, al que la situación sudanesa de los meses recientes priva del carácter de sorprendente, no puede haber dejado de ser pilotado desde Washington y, en menor medida, desde El Cairo. Tanto EE UU como Egipto se habían distanciado claramente en los últimos tiempos de un dirigente que, desasistido de todo apoyo, había creado en el país más grande de África una situación social y políticamente explosiva, en la que se mezclan bancarrota económica, elementos religiosos y una violenta guerra civil en el sur.
Desde el frustrado golpe de Estado procomunista de 1971 hasta el intento para derrocarle de 1976, Yaafar el Numeiri, presidente de Sudán, gobernó el más extenso país de Africa sorteando complós y conspiraciones. Pero nunca como en los últimos tiempos se había encontrado tan falto de aliados, hasta el punto que pocos creían que llegara a cumplir, el 25 de mayo, el 16º aniversario de su acceso al poder.Cuando en una ciudad como Jartum, de más de dos millones de habitantes, un régimen dictatorial apenas consigue movilizar a 2.000 personas (menos que las concentraciones ilegales convocadas por la oposición) para manifestarse en apoyo de su presidente, la primera conclusión que se imponía es que la impopularidad de Yaafar el Numeiri había alcanzado su cenit.
Por si cupiese alguna duda, los lemas coreados en los cortejos formados por los burócratas del partido único -Unión Socialista Sudanesa (USS)- para fustigar a los baazistas, comunistas y hermanos musulmanes (las tres principales fuerzas políticas del norte de Sudán), ponían aún más de relieve el aislamiento del iluminado de Jartum, como despectivamente llamaban a veces sus adversarios al ex-presidente sudanés.
Un conspirador nato
Nacido en Omdurmán, el 1 de enero de 1930, en el seno de una familia de clase media, Numeiri optó a los 19 años por la promoción social que ofrecía el Ejército, ingresando en la Academia Militar de Jartum, fuertemente influida desde de 1952 por el espíritu de los llamados oficiales libres que, encabezados por Gamal Abdel Nasser, habían tomado el poder en Egipto.Siete años después de la revolución nasserista, jóvenes militares intentaron en vano dar en Sudán un golpe de características similares. Entre las víctimas de la represión desencadenada por el general Abbud figuraba Numeiri, que fue expulsado de las fuerzas armadas durante dos años, hasta su incorporación, en 1961, para ocupar puestos honoríficos sin ningún mando.
Numeiri reincidió dos años después, fomentando células de oficiales libres cuyo desmantelamiento por la seguridad militar le valió ser encarcelado por vez primera. Liberado a principios de 1964, aprovechó inmediatamente para sumarse a la sublevación contra el régimen de Abbud.
Golpista frustrado hasta el 25 de mayo de 1969, Numeiri cesará durante 14 meses de tramar complós para perfeccionar sus escasos conocimientos castrenses en Alemania Occidental, primero, y más tarde en Estados Unidos. De vuelta a Sudán, a principios de 1967 pudo dedicarse de lleno a su deporte favorito de la conspiración política.
"Se consagró tan intensamente a la conspiración que no tuvo tiempo para tener hijos", comentaba con ironía uno de sus adversarios. Casado y sin descendencia, Numeiri ha demostrado tener una gran capacidad de trabajo, a pesar de sus problemas de salud, tratados en el Reino Unido y Norteamérica. Esta dedicación, unida a su aparente fragilidad orgánica y a un cierto carisma, le permitió izarse, a los 39 años, a la cabeza del grupo de oficiales que hace 16 años derrocó al Gobierno de Jartum y lo sustituyó por el Consejo del Mando de la Revolución.
Apoyado por el Partido Comunista Sudanés (PCS) desde su toma del poder hasta principios de 1971, Numeiri se asoció entonces con los nacionalistas árabes, que serían a su vez sustituidos, en 1977, por la secta religiosa de los Ansars antes de que los Hermanos Musulmanes se convirtieran, ya en la década de los ochenta, en la principal inspiradora de un régimen que adquiría a marchas forzadas tintes rigoristas islámicos.
Pero, a sus 55 años, Numeiri, un militar de carrera, acabó de romper su colaboración con el último de sus aliados al destituir a los 11 ministros de la hermandad y encarcelar a 161 de sus dirigentes, acusados súbitamente de haber practicado el "terrorismo en nombre del Islam".
Lejos de ser un nuevo pronto alocado de un jefe de Estado que hace apenas un año se hacía proclamar imán (guía de los fieles) para congraciarse con los integristas, su denuncia de los Hermanos Musulmanes demostraba más bien que el presidente era capaz de tomar decisiones enérgicas con tal de salvar su tambaleante poder, amenazado no tanto por sus ambiciosos socios musulmanes como por la hostilidad que suscitaba dentro y fuera del país.
'Dialogar con Dios'
Carente de apoyo popular, el iluminado de Jartum -que se sumía a veces en el silencio durante los consejos de ministros para "dialogar con Dios"- dependía para su mantenimiento en el cargo de la fidelidad de su tan mimado ejército, algunos de cuyos jóvenes oficiales parece que suscribían octavillas solidarizándose con las numerosas protestas y huelgas que han sacudido Jartum en semanas recientes.Los dos últimos años, de fuerte influencia integrista, habían colocado al país al borde del colapso. La introducción, por ejemplo, del impuesto islámico (zakat), ha reducido en un 50% los ingresos del Estado, mientras el crecimiento económico apenas alcanzaba en 1984 un 0,2%.
En un país que está entre los 25 más pobres del mundo, la situación ha llegado a tales extremos que escasean los artículos de primera necesidad, se multiplican los cortes de luz por falta de combustible para alimentar las centrales y la distribución de gasolina está limitada a nueve litros semanales, que los taxistas y conductores de autobús prefieren vender en el mercado negro antes que emplearlos transportando pasajeros. Aun así, Sudán, con su renta per capita de 200 dólares anuales (35.000 pesetas), se había convertido en un auténtico Eldorado para el millón de refugiados de países vecinos que huyen de la sequía. A ellos hay que agregar los cientos de miles de sudaneses emigrados del campo a la capital, donde esperan encontrar agua y comida.
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