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“O victoria o muerte”: los soldados ucranios de Donbás no esperan una tregua

El alto el fuego pactado por Washington y Kiev, que aún requiere el sí de Putin, suscita la desconfianza de los militares en el frente sobre las intenciones de Moscú

Un soldado ucranio miembro de una unidad de asalto, durante un entrenamiento en los alrededores de Sloviansk (Ucrania).
Un soldado ucranio miembro de una unidad de asalto, durante un entrenamiento en los alrededores de Sloviansk (Ucrania).Lola Hierro
Lola Hierro

En un puesto minúsculo junto a la carretera que conecta la ciudad de Kramatorsk con otras localidades más cercanas del frente de Donetsk, los soldados Igor, Oleksandr y Nikolai se toman un café durante un alto en el camino. Los tres son miembros de una brigada de asalto del ejército ucranio y acaban de abandonar sus posiciones para disfrutar de unos días de permiso. Tan reciente está su salida de las trincheras que ni siquiera se han enterado de la propuesta estadounidense de un alto el fuego de 30 días que la semana pasada aceptó su presidente, Volodímir Zelenski, pero supeditado al visto bueno de Rusia. Tras una somera explicación, estallan en carcajadas: “¡Es una completa gilipollez! ¡No te puedes fiar de los rusos!”, exclama Igor mientras sus compañeros asienten. Tal reacción, con palabras más o menos gruesas, es la más habitual en este frente oriental desde el que los ucranios combaten al invasor desde 2014: la treintena de militares consultados por EL PAÍS desconfían de las intenciones de Moscú ante una posible tregua. Además, la mayoría no aceptaría volver a casa si eso implicara ceder los territorios ocupados.

“O victoria o muerte”. Esta es la categórica opinión de Vitali, que también espera su café, esta vez en Druzhkivka, una ciudad a 20 kilómetros de Chasiv Yar, prácticamente bajo dominio del ejército invasor. No facilita su apellido, como ningún militar encuestado. Porque los soldados no deben hablar con la prensa sin permiso de sus superiores, y mucho menos de política. Aunque a raíz de los últimos acontecimientos no tengan otra cosa en la cabeza. Sentado en una terraza con otros dos compañeros de uniforme, argumenta su respuesta: “Si les damos los territorios ocupados y lo dejamos así, será cuestión de tiempo que nos ataquen. Si no los paramos ahora, no los pararemos nunca, y no queda otra opción que hacerlo por la fuerza”.

Tres soldados ucranios participan en una misión de entrenamiento con drones en una zona rural próxima a la ciudad de Sloviansk (Ucrania).
Tres soldados ucranios participan en una misión de entrenamiento con drones en una zona rural próxima a la ciudad de Sloviansk (Ucrania).Lola Hierro

Los soldados del frente de Donbás saben de pasar miedo y frío en las trincheras, de que les disparen con drones, con artillería. Saben de muchos años de dolor, de bailar con la muerte a diario. De que una mina o un misil se lleve a quienes más querían. Poco les importa lo que se hable en los despachos de Washington o Moscú, porque esos líderes mundiales no están allí, para sentir y ver lo que ellos sienten y ven. Consideran un insulto que los políticos de los países occidentales estrechen las manos de los mismos dirigentes rusos que tanto sufrimiento les causan, especialmente desde el inicio de la invasión a gran escala en febrero de 2022. “No saben la cantidad de gente que ha muerto por este país. Muchos de nuestros compañeros quieren vengarse de esos bastardos y solo aceptaremos una opción: que cojan sus cosas y se vuelvan a su puta tierra”, espeta el guardia de asalto Nikolai.

La desconfianza hacia el presidente ruso, Vladímir Putin, no se da solamente entre las tropas ucranias. Según una encuesta del Instituto Internacional de Sociología de Kiev (KIIS) publicada el 11 de marzo, el 87% de la población piensa que Rusia no respetaría una tregua porque está decidida a destruir Ucrania y no se detendrá en los territorios que ocupa hoy. Putin se ha apuntado esta semana un importante tanto al hacerse con la práctica totalidad de los territorios de la provincia rusa de Kursk tomados por las tropas ucranias. En el frente oriental de Donbás, el avance ruso se ha detenido en los últimos días.

Aleksander, miembro de una unidad de infantería de la brigada 93, es taxativo: “En realidad, ya hemos perdido esta guerra, solo por todos los muertos que nos ha dejado. El cuerpo de mi hermano ahora está en alguna parte de Kursk”, relata con pasmoso estoicismo. Él también luchará por cada milímetro de territorio ocupado por Rusia, si le dejan, aunque también reconoce que no es realista: ve imposible recuperar a toda una generación que en Donetsk y Crimea ha crecido la última década bajo propaganda rusa. “Pero debemos seguir peleando porque no podemos creernos a Rusia, no van a parar, debemos entenderlo. Además, si hablamos de un alto el fuego, ¿para qué ha muerto toda esta gente? Debemos luchar”, sentencia durante una charla en el centro de Druzhkivka.

Este militar ha servido en el ejército ininterrumpidamente desde 2015. Y menciona su experiencia para asegurar que Rusia no aceptará ninguna pausa, como no lo ha hecho antes. Alude a los acuerdos de Minsk, auspiciados por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) que firmaron Moscú y Kiev con los gobiernos separatistas de Donetsk y Lugansk en 2014 para poner fin al conflicto que había estallado ese año entre separatistas prorrusos y el ejército ucranio.

Los acuerdos de Minsk incluían un alto el fuego inmediato que se rompió casi desde el principio y hasta pocos días antes de comenzar la invasión a gran escala de 2022, siempre con acusaciones mutuas de uno y otro bando sobre quién lo había violado primero. Días antes de que Putin desatara la guerra, la OSCE registró hasta 1.500 violaciones en 24 horas.

Un soldado ucranio participa en una formación de entrenamiento en un pueblo destruido en las inmediaciones de Sloviansk (Ucrania).
Un soldado ucranio participa en una formación de entrenamiento en un pueblo destruido en las inmediaciones de Sloviansk (Ucrania).Lola Hierro

Nikolai sugiere que la única manera de que se respete una tregua es con la presencia en el terreno de tropas occidentales que ejerzan como testigos. “Rusia va a seguir atacándonos, lo vamos a denunciar y nadie nos va a creer porque los rusos probablemente dirá que somos nosotros quienes les atacamos a ellos”, sostiene. En esa línea reflexiona Dima mientras apura un cigarrillo en la cafetería de carretera, aprovechando el sol de un inusualmente templado día de principios de marzo. “Rusia probablemente dejará de atacar las ciudades más lejanas con misiles y drones, pero aquí en el frente no podemos creer a Putin. Es necesario que otros países nos den garantías”, sugiere.

Dima es uno de los cinco militares, dentro de la treintena de consultados, que preferiría volver a casa y dejar las cosas como están si esa cacareada paz justa y duradera fuera real. “Habría que intentar normalizar las relaciones con Rusia porque hay mucha gente en Ucrania que tiene familia en el otro país y es una locura toda la gente que está muriendo; hay que buscar la manera de parar esto”. El problema, según él y quienes querrían elegir la opción de regresar al hogar y olvidarse de la guerra, es que es una utopía.

Según ha evolucionado el conflicto, las opiniones de los ucranios sobre la concesión de territorios ocupados ha variado. Al principio, una amplia mayoría deseaba continuar luchando hasta que se restableciera la integridad territorial del país, pero el porcentaje ha disminuido del 71% de 2022 al 50% de los encuestados por el KIIS después de la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE UU y de sus maniobras para que los países enfrentados se sienten a negociar una paz.

En esa mitad que no quiere ceder ni un centímetro de territorio está Ivanka, voluntaria en un hospital militar de Kramatorsk. No pertenece al ejército, pero trabaja con ellos, con ellos sufre desde el primer día de la invasión y, como ellos, no se cree ni una palabra de que Moscú vaya a respetar un alto el fuego. Su esposo, Mikola, murió en noviembre de 2022 en Yakovlivka, cerca de la perdida ciudad de Bajmut, y ella le sigue llorando como el primer día. “Yo quiero que recuperemos nuestra tierra porque me gustaría rendirle allí un homenaje a Mikola, en el lugar donde lo mataron”, sentencia. Pero también busca resarcimiento. Y por eso, además de servir comida casera a los soldados de permiso, recauda dinero para comprar drones kamikaze. “Espero que con esto puedas vengar la muerte de mi marido”, pide a cada soldado que recibe uno.

Cuatro soldados, en las inmediaciones de la ciudad ucrania de Kramatorsk.
Cuatro soldados, en las inmediaciones de la ciudad ucrania de Kramatorsk.Lola Hierro

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.
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