Los policías mexicanos acusados de la muerte de Camarena dicen que confesaron bajo torturas
Los tres policías mexicanos encarcelados por el secuestro y asesinato del agente norteamericano de narcóticos Enrique Camarena y sus cuatro compañeros procesados por tráfico de drogas han manifestado que firmaron sus respectivas declaraciones bajo tortura, por temor a que pudiera ocurrirles lo mismo que a su jefe, Francisco González, que murió durante los interrogatorios a causa de una inflamación aguda del páncreas.
MéxicoLos siete policías fueron detenidos la semana pasada en Guadalajara (Estado de Jalisco) y trasladados luego a la ciudad de México, en contra de las leyes procesales, que obligan a juzgar un delito donde se cometió. Su abogado defensor pedirá que el proceso se realice en Jalisco, donde nadie quiere hacerse cargo del caso por temor a la larga mano de Rafael Caro Quintero, el padrino del tráfico de drogas y presunto autor intelectual del secuestro de Camarena.Varios de los agentes procesados mostraban hematomas y huellas de vendajes sobre la nariz. El jefe de grupo, Víctor Manuel López, uno de los implicados en el homicidio, aseguró que habían vivido cinco días en el infierno, sin ningún respeto a sus garantías individuales. Todos decidieron firmar las actas, que aseguran que ya estaban escritas, cuando oyeron a sus interrogadores exclamar: "Ya matamos a González; vamos a matar a los demás". El improvisado portavoz añadió: "Somos chivos expiatorios".
Los otros dos policías acusados de secuestro y asesinato son Juan Rufo Solorio y Gerardo Torres. Este último ha firmado una extensa confesión en la que dice que sus dos jefes estaban a sueldo de Caro Quintero, y que ellos mismos cobraban por los servicios prestados. Según su testimonio, el fallecido Francisco González recibía 1,5 millones de pesos (1,2 millones de pesetas) al mes, y Víctor Manuel López, un millón.
El 7 de febrero
Gerardo Torres, de 23 años, que cobra un sueldo mensual de 36.000 pesos, confiesa haber participado en el secuestro de Enrique Camarena. Según este relato, su jefe, Víctor Manuel López, le ordenó el 7 de febrero acudir a la casa de Caro Quintero para cumplir una misión. Junto con cuatro guardaespaldas del padrino, se trasladó en un Volkswagen modelo Atlantic hasta el consulado norteamericano. Ha identificado a sus acompañantes por sus apodos de Sam, El Chino, René y El Güero. Este último tenía información precisa de que Camarena abandonaría el edificio consular poco después de las dos de la tarde. En el momento en que esto sucedía, se le acercó, le mostró una placa policial y le dijo que le acompañase a la comisaría para resolver un asunto que él debía conocer.Camarena no opuso ninguna resistencia. Como el coche estaba lleno, uno de los ocupantes viajó sentado sobre las rodillas del agente norteamericano. En lugar de encaminarse a las oficinas policiales, los seis se trasladaron a la casa de Caro Quintero. A partir de ese momento, Torres asegura que no tuvo más noticias de él.
Las muestras evidentes de malos tratos ponen en tela de juicio la veracidad del relato. En cualquier caso, nadie, ni la misma policía judicial, cree haber cerrado el caso Camarena con el procesamiento de estos agentes, que en el peor de los casos no pasaron de ser meros ejecutores. Washington, que no deja de presionar a las autoridades mexicanas, quiere en la cárcel al responsable último: Rafael Caro Quintero.
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