El caos provisional
Las Pinturas negras, de Goya, han sido emplazadas provisionalmente en una sala en forma de octógono alargado, al que se accede por otra sala contigua en la que actualmente se está montando lo que parece una selección de dibujos de Goya y el cuadro La duquesa de Alba y su dueña, hace poco adquirido en pública subasta. Se llega a este par de espacios aislados dedicados a Goya a través de una sala en la que están colgados maestros holandeses del XVII.El montaje diseñado para las Pinturas negras consiste en una especie de friso de madera forrado con una tela de textura áspera y toda pintada con un blanco crudo de luminosidad restallante. Este friso corrido, que se extiende por todo el perímetro de la alargada sala octogonal como una banda, sirve a modo de paspartú de los cuadros, a los que se les ha despojado de sus marcos y se les ha empotrado en la tira blanca descrita. A mi modo de ver, el trazado oblongo de la sala, el friso corrido y su función de paspartú anulan por completo la unidad dramática, la atmósfera misteriosa e inquietante que debe siempre poseer cualquier escenificación de esta estancia íntima o cueva del alma del atormentado pintor. La violencia y la crudeza del blanco elegido no sólo desconectan el diálogo entre las diversas piezas y la consiguiente atmósfera común, sino que ciegan la mirada del contemplador, que, mediante tan brutal contraste entre blanco y negro, queda anestesiado para la percepción de los matices. El paspartú, en fin, empequeñece y trivializa hasta el extremo los cuadros, que parecen sellos pegados en un álbum.
Decepción
De manera que, si se trata de comentar la nueva instalación provisional de las Pinturas negras, es evidente mi decepción. Tampoco me satisface la instalación provisional de Las meninas, cuya actual belleza esplendente, recuperada gracias a la ejemplar limpieza a que fue sometido el cuadro, queda agobiada por su ubicación en una sala pequeña y sin perspectiva, innecesariamente sobrecargada con estatuas, cortinillas, cordones de separación, tableros didácticos y otros jeribeques que han de distraer a un público amontonado en este reducido habitáculo y que restan toda prestancia a esta obra maestra de Velázquez. Se trata de montajes provisionales, como también lo son los de las salas velazqueñas de la planta superior, algunas de cuyas paredes siguen pintadas en el feísimo rojo que suscitó polémicas antaño, mientras que otras lo están en un blanco tampoco especialmente afortunado.
Hay otras muchas instalaciones provisionales en el actual Prado, que sigue en proceso de transformación, cada una de las cuales responde a un criterio y circunstancia diferentes. Entre lo laberíntico del recorrido, que desperdiga las escuelas, las etapas y hasta las obras mismas de un solo artista por los lugares más diversos, y la anárquica variedad de soluciones ensayadas en cada sala, al visitante actual que recorra el conjunto le parecerá estar ante un caótico zurcido de retales.
No creo que nadie pueda rebatir honestamente lo que acabo de describir, pero seamos justos: éste es, en parte, el precio que debemos pagar si queremos transformar el museo sin cerrarlo al público. Con todo, es indiscutible que el aspecto actual del museo es deplorable y que las promesas sobre autonomía, ampliaciones, dotación y reestructuración no nos sacan de la incertidumbre. Mientras que la realidad es como es, la política ministerial no ha dejado de parecerse al alocado arbitrismo de antaño: una irresponsable colección de parches que responden a cualquier cosa menos a un auténtico plan. Ahora se están padeciendo un montón de errores y omisiones del pasado, cuya resolución definitiva, incluso contando con todos los medios materiales imaginables, tardaría años en apreciarse. No creo que se pueda dudar del entusiasmo, esfuerzo, buena fe y competencia de la actual dirección.
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