_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La costilla de Eva

Las gentes de tradición anglosajona -y también las de otros países- suelen sorprenderse cuando se enteran de que aquí, en España, y en los demás países de cultura hispánica, considerada por aquéllas como atrasada o anticuada, las mujeres no pierden su nombre y apellido al contraer matrimonio, sino que, conservándolos, se limitan cuando más a agregarles como prescindible apéndice el apellido del esposo. Y si me he referido ante todo a las gentes de tradición anglosajona es porque precisamente fue en sus tierras donde el feminismo hizo irrupción con precoz denuedo y donde con mayor exageración sigue proclamando sus reivindicaciones, a veces en un colmo de la extravagancia. Observando el tenor de éstas reivindicaciones en Estados Unidos, donde se ha llegado a postular el carácter andrógino de Dios y el culto a Crista, siempre me ha llamado la atención el hecho de que la combatividad feminista, con todo su radicalismo, apenas suscitara allí la cuestión del nombre personal, que me parece sustantiva, pues afecta del modo más directo a la identidad del individuo. Sin embargo, allí, la mujer casada no sólo abandona su patronímico para sustituirlo por el del marido, sino que hasta se desprende de su apelativo particular; y así, cuando una Miss Mary Smith, se entrega en matrimonio a un Mr. John Ford, pasa a convertirse ella por las buenas en Mrs. John Ford.Claro está que tan pronto como la práctica del divorcio empezó a generalizarse comenzaron a surgir -era inevitable- las dificultades y problemas. Cambiar de nombre la mujer divorciada a resultas de un nuevo connubio era tanto como cambiar de identidad; y, si para ciertos efectos ello podía traer a veces sus ventajas (nunca se sabe), es más probable que los inconvenientes abundaran. En algunos casos se optó por obviarlos mediante el procedimiento de añadir al del primero el apellido del segundo marido, desplazando a aquél a un puesto secundario, esto es, relegándolo, por así decirlo, a la categoría de clases pasivas que la Administración pública asigna a los funcionarios retirados del servicio. Pero con este recurso, si los divorcios y subsiguientes matrimonios se multiplicaban, según era el caso con alguna frecuencia, entonces... Notorio es el ejemplo de una rica y bien conocida dama norteamericana que iba coleccionándolos para exhibirlos con orgullo, como el guerrero indio las cabelleras de sus enemigos muertos, o el certero cazador las cabezas disecadas de los ciervos que su rifle le permitió cobrar, y ostentaba toda una retahíla de ex cónyuges precediendo al nombre del actual.

En esto, la cosa revestía importancia menor: era un mero asunto de crónica social. La gravedad del problema se manifiesta cuando las mujeres han entrado a competir con los hombres en pie de igualdad dentro de las profesiones civiles, y aun las militares. En una de las universidades norteamericanas donde fui catedrático, cierta colega mía se hacía llamar oficialmente Miss Smith (su nombre real no lo recuerdo, ni viene a cuento) como tal profesora, pero cuando era invitada a fiestas, o bien en sus visitas de cumplido acompañada del esposo, se transformaba automáticamente en Mrs. John Ford; y no sabría yo decir si esta escisión de su personalidad le ocasionaría angustias freudianas, o acaso -quién sabe- una divertída sensación de felicidad.

El problema se agudiza todavía más al tratarse de mujeres que, por una u otra razón, acceden a posiciones de mucho viso. Recuerdo a este propósito que, viviendo yo en Puerto Rico, la alcaldesa de San Juan, señora de personalidad formidable, durante una ceremonia oficial, en ocasión de presentar su marido a uno de los invitados, quiso hacerlo empleando una amable fórmula familiar y, quizá pensando haber dicho: "Aquí, mi media, naranja", lo designó como "mi costilla". La anécdota no se aplica bien a lo que estoy comentando, pues aquella señora se hacía llamar, a la usanza hispánica, por sus propios nombre y apellidos, en lugar de usar el de su oscurecido esposo; pero, con todo, revela graciosamente la raíz del enredo. Puede ser que ahora el pobre señor Thatcher -y sería un posible.ejemplo entre tantos otros- resulte ser conocido del público como "el cónyuge -o costilla- de la señora Thatcher", que es la figura de principal relieve en su matrimonio.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

A las feministas rabiosas les indigna, sabido es, el machismo bíblico en general, y en particular, el hecho de que Dios no encontrase mejores materiales para procurar a su primera criatura una compañera con quien pudiera matar el paradisiaco aburrimiento, sino sacarle una costilla al hombre que previamente había confeccionado a su propia imagen y semejanza. Hace días repasaba yo, con vistas a un trabajo sobre los antecedentes del periodismo moderno, el curioso libro de los Avisos, de don Jerónimo de Barrionuevo, y tropecé con el relato de un suceso que me hizo reflexionar acerca de la frivolidad con que en nuestro tiempo suelen tomar muchas personas a la ligera cuestiones tan arduas como esta de la costilla de Adán. Escribe Barrionuevo a su corresponsal el día 28 de marzo de 1656 que "entre los agustinos y trinitarios ha habido en Salamanca grandes debates, llegando a las manos con los mayores de sus religiones a bofetadas y coces en los actos públicos, sobre si quedó Adán imperfecto quitándole Dios la costilla, y si fue sólo carne con lo que le llenó el hueco donde se la había quitado".

Las discusiones de hoy día suelen ser menos sutiles, aunque no menos contundentes en cuanto a los argumentos empleados para solventarlas. Sin embargo, mucho me temo que algunas personas despreocupadas puedan considerar baladí esta seria cuestión, que tanto afecta a la distribución de los papeles sociales entre hembras y machos de la especie humana.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_