Una negociación difícil
EL 12 de marzo se sentarán de nuevo a la mesa de la negociación las delegaciones de la URSS y de EE UU, encabezadas por los señores Karpov y Kampelmann. Delegaciones globales, y al mismo tiempo divididas en tres secciones, para afrontar los aspectos específicos previstos en las reuniones preparatorias: el espacial, el de las armas nucleares estratégicas, y el de las de alcance medio (los famosos euromisiles). Están ya en marcha otras negociaciones entre el Este y el Oeste sobre problemas de armamentos: en Viena, sobre efectivos y armamento clásico; en Estocolmo, sobre medidas creadoras de confianza; en la misma Ginebra, la Conferencia sobre Desarme de las Naciones Unidas, que tiene en su orden del día, entre otros, el tema candente de las armas químicas.Sin embargo, es evidente que la reunión que se iniciará el 12 de marzo tiene una trascendencia superior; y no es exagerado decir que el mundo tiene los ojos puestos en ella. Su objeto es precisamente el tipo de armas susceptibles, si en algún momento llegan a ser empleadas, de provocar el aniquilamiento de la humanidad, un invierno nuclear que borraría probablemente toda forma de vida humana en la Tierra. Es difícil por ello imaginar una negociación en la que estén en juego decisiones de mayor responsabilidad. Pero sería hacer gala de un optimismo bobalicón repetir aquí frases rituales sobre la esperanza de que los resultados sean positivos. La realidad es que pocos factores incitan a la esperanza. Desde que Shultz y Grorniko decidieron, el 8 de enero, reamidar las negociaciones, el proceso no ha sido de acercamiento de posiciones; más bien lo contrario.
En el comunicado aprobado en la citada reunión de enero pasado, la palabra clave era la de interdependencia; las diversas cuestiones deberán ser resueltas teniendo en cuenta su interdependencia". Este concepto introduce un dinamismo nuevo, que no ha existido en negociaciones anteriores de un género parecido. Permite soslayar el tipo de fijación, de choque frontal que eternizó y llevó al fracaso las discusiones sobre euromisiles. Este nuevo principio debe permitir, al menos en principio, concluir acuerdos eventuales sobre cuestiones que estén más o menos maduras, con la facilidad de buscar compensaciones, y un equilibrio global entre las diversas negociaciones parciales. Sin embargo, los debates públicos de los últimos meses, y asimismo las negociaciones privadas, se han centrado casi de un modo exclusivo sobre la cuestión de las armas espaciales. El desacuerdo radical sobre ese punto entre la URS S y EE UU se ha convertido casi en la única preocupación. No es un signo positivo.
Es evidente que la URSS considera hoy la llamada guerra de las galaxias como la principal amenaza para sus intereses; en sus declaraciones públicas, en lo dicho por Gromiko en sus diversos viajes, incluída su estancia en Madrid, el tema casi exclusivo ha sido que si EE UU no anula sus planes de armas espaciales, la negociación será imposible. Por su parte, el presidente Reagan ha hecho, en los últimos meses, un esfuerzo extraordinario para presentar dichos planes como la mejor solución, incluso la única, que puede, sin duda en un futuro lejano, poner término al rearme nuclear. Al mismo tiempo, insiste en que la fase actual es solamente de estudio; y que por tanto no está dispuesto a la más mínima concesión en ese tema. Es más, después de una acogida europea netamente negativa ante el anuncio de los proyectos espaciales, por razones obvias, Reagan ha logrado que los principales dirigentes europeos -la señora Thatcher, Kohl, últimamente Craxi, y en cierto modo el Gobierno francés- aprueben la guerra de las galaxias o reduzcan sus críticas a niveles mínimos.
Diversos signos indican que el principal argumento utilizado en estas gestiones ha sido de carácter instrumental: la conveniencia de no dar una sensación de división; la utilidad que ha tenido el tema espacial para convencer a los soviéticos de que vuelvan a la mesa de las negociaciones, etc. En cuanto al fondo de la cuestión, la Prensa norteamericana ha recogido en sus columnas un conjunto de argumentos, escritos por especialistas de reconocido prestigio, para demostrar que los planes de Reagan ni pueden proteger a las poblaciones, ni tampoco garantizar la invulnerabilidad de los misiles norteamericanos. Como escribe en el New York Times Stanley Hoffmann, presidente del Centro de Estudios Europeos de la universidad de Harvard, pueden en cambio provocar "una escalada sin fin en la carrera de armamentos"', agudizar la división en Europa y oscurecer la frontera entre la disuasión y la provocación. La realidad es que, en el interior de EE UU, Reagan tiene dificultades muy serías para convertir la llamada defensa espacial en doctrina ampliamente aceptada.
No se puede olvidar que, en último extremo, los factores políticos son los que van a determinar el desarrollo de las negociaciones de Ginebra. En el trasfondo de la actitud soviética hay un fuerte recelo de que EE UU pretende colocarla en condiciones de inferioridad. Para que la negociación pueda salir del callejón sin salida que parece amenazarla, existen sin duda campos posibles de acuerdo, como el de la reducción de misiles nucleares. Pero todo dependerá de la voluntad política de avanzar hacia resultados concretos y hacia un clima de distensión.
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