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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una feria del arte

CON UNA cifra de visitantes creciente, que llegó a alcanzar en la pasada edición casi el número de 100.000 personas, Arco, la feria internacional de Madrid de arte contemporáneo, ha superado las mejores expectativas de éxito. Cuando inició su aventura, en 1982, pocos confiaban en que ni siquiera lograra sobrevivir un par de años, pues no sólo se carecía en nuestro país de experiencia suficiente sobre ferias comerciales de arte actual, sino también había que afrontar una dura competencia internacional con las ya consolidadas en otros países, como la FIAC de París o la feria de Basilea.El éxito de la respuesta popular masiva, el apoyo de los medios de información y una organización eficaz por parte de la entidad convocante han logrado que comience el diseño de un esbozo de mercado español de arte. En este sentido, conviene advertir que no es cierto que este mercado comenzara, como a veces se afirma, en los años sesenta, cuando la euforia económica del desarrollismo hacía fluir indiscriminadamente el dinero en todas las direcciones, una de las cuales fue la del arte contemporáneo, pero sólo como un eventual apeadero. Que estas alocadas inversiones no respondían a ningún fundamento sólido o, lo que es lo mismo, a ninguna afición artística real, se puso tristemente de manifiesto en seguida, a los primeros síntomas de la crisis económica.

Fue entonces, en efecto, cuando se comprobó que todo lo que había sido adquirido alegremente por gentes que sólo estimaban el arte como una cruda inversión había resultado un fiasco tanto estético como económicio.

Aislados de los circuitos de información artística internacional, sin afición tradicional alguna a la creación plástica del presente y con muy pocos profesionales serios dedicados al comercio de esta especialidad, ese primer simulacro de mercado fue, sobre todo, el exhibicionismo hortera y dispendioso de unos nuevos ricos justamente escarmentados por unos cuantos pícaros sin escrúpulos.

Aunque el mercado, artístico o no, se mueva por leyes que no se ajustan precisamente a las pautas ideales de la cultura, no es factible consolidar ninguna práctica comercial sin un público mínimamente informado y, como tal, con capacidad de respuesta basada en cierta seguridad objetiva. Sin esta información y la consiguiente elevación social del gusto, la transacción económica correspondiente es una suerte de lotería cuyas inescrutables reglas e inalcanzables beneficios aleatorios acaban defraudando la ilusión de los más ilusos. Pero un mercado de arte actual desacreditado y raquítico, como ha sido el nuestro hasta el presente es un hecho gravísimo para el futuro patrimonio de un país.

Con la instauración de un régimen democrático en nuestro país, se dieron las condiciones objetivas para el desarrollo de una política de exposiciones, a través de la cual los ciudadanos pudieran conocer la verdadera trayectoria del arte mejor de nuestra época, un arte nacido por y para la libertad y, como tal, visible sólo a ojos de hombres libres. Por eso, más que supuestas dificultades intelectuales para su comprensión y disfrute, lo que convirtió al arte de vanguardia en un coto cerrado para el realce distintivo de una escasísima elite fue el sistemático e interesado secuestro de información llevado a cabo desde la cúpula dictatorial del poder, que entendía perfectamente el peligro de una concepción artística sólo incomprensible si deja de estar asociada, como escribiera Georges Bataille, "a la afirmación de una esperanza que acabe con la servidumbre".

Han bastado poco más de cinco años de una política de exposiciones adecuadas para que las obras más aparentemente enrevesadas y provocativas fueran no sólo digeridas con normalidad por nuestro público, sino para que se creara una afición insólitamente masiva y cualificada, como se demuestra en la venta de 40.000 catálogos de la excelente muestra sobre Cézanne, cuya cifra de venta al público era de 1.500 pesetas; de 25.000 ejemplares del de la de Munch, con similar precio, o la presumible cantidad, también de muchos millares, que está alcanzando en la actualidad el espectacular y carísimo catálogo de Francis Picabia. Son datos que deben hacer meditar a quienes siguen pensando que la educación popular y el interés cultural público se fomentan con productos de baja calidad, disfrazados de esquemáticas caricaturas paternalistas, aunque, eso sí, gratuitos.

Con sus 100.000 visitantes de pago en sólo cinco días, Arco ha demostrado asimismo que lo que busca nuestro público es información de calidad incontestable. Una feria no es, por lo demás, un museo, ni una exposición temática coherente: es básicamente un escaparate comercial. De la categoría de lo ofertado en este escaparate depende la formación de un sólido mercado español de arte actual, constituido por aficionados auténticos con capacidad discriminatoria y no menos pasión.

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