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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Corrección y respeto inútiles

Un amor de Swann corresponde a la política de producción emprendida ya hace algún tiempo por la Gaumont, que pretende enfrentarse a los grandes espectáculos hollywoodenses a base de un despliegue de efectos culturales.Véase si no: Proust, un guionista como Peter Brook, un director que se lleva bien con los grandes novelistas -Schlöndorf ha puesto en escena a Günter Grass, Musil o Yourcenar-, un fotógrafo prestigioso -Nykvist es el responsable de la imagen de todo Bergman y ha ganado el óscar-, un actor con fama de ser minucioso y escoger bien sus papales -Jeremy Irons-, una protagonista cuyo reconocimiento como mito erótico -Omella Muti- la hace idónea para encarnar a Odette de Crecy, etcétera.

Un amor de Swann

Director: Volker SchIöndorf. Intérpretes: Jeremy Irons, Ornella Muti, Alain Delon, Fanny Ardant, Marie Christine Barrault. Guión: Peter Brook, Jean-Claude Carrière y Marie Helene Estienne. Fotografía: Sven Nykvist. Música: Hans Werner Henze. Estreno en los cines Pompeya, Gayarre y Sainz de Baranda, Madrid.

La operación es la misma que la desarrollada uniendo Mozart y Losey, Bizet y Rosi y otros nombres célebres dentro del patrimonio cultural europeo. A las guerras de las galaxias o las costosísimas aventuras en países exóticos se contrapone la tradición y la alta cultura, procurando quedarse con la exclusiva de un tipo de cine para espectadores cualificados y adultos.

Es una opción legítima y pero hasta ahora quizá sensata, pero a la suma de buenos elementos no ha llegado a cuajar en una amalgama perfecta, probablemente porque sólo el productor cree de verdad en la fórmula.

En Un amor de Swann, que pretende poner en imágenes unas pocas páginas de En busca del tiempo perdido, Schlöndorf se ha limitado a ser fiel a la literalidad del texto, a ilustrar lo que Proust describe.

Modestia o delirio

Sin duda, es mejor esa modestia que el delirio interpretativo a que se lanzan a veces otros cineastas, pero eso no evita que el amante de Proust encuentre a faltar una equivalencia estilística entre la forma literaria y la cinematográrica, de manera que la película cree sus propias metáforas proustianas, que las imágenes nos sugieran ese mecanismo de la percepción que tan bien estudió el escritor, que el relato fílmico sea tan sinuoso, elíptico y elegante como el novelesco.Lo peor de quedarse en la superficie de Proust es que, en este caso, no se nos ofrece a cambio otra cosa que unas bellas pero gélidas vistas de París y sus salones.

La trivialización de Schlöndorf no va en la línea del Reader's digest, que siempre procura entresacar del conjunto lo que se cree más truculento y atractivo para el gran público, sino en la de la simple ilustración de lujo, en la que el respeto por el original de Marcel Proust impide abordarlo a fondo, fabricar un filme abiertamente literario o, simplemente, una película en la que cada plano corresponda a un deseo de filmación y no a un plan de rodaje.

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