El esperpento de una tertulia sobre Valle-Inclán
Cinco escritores se reunieron en el teatro María Guerrero, de Madrid, para, según el programa "rendir homenaje a don Ramón María del Valle-Inclán": le destrozaron. El Centro Dramático comenzaba su ciclo sobre Valle, bajo el título de Las noches del café Colón (con unas escenas de Luces de bohemia). Andrés Amorós -moderador y, rápidamente, agitador-, Pedro Altares, Carlos Luis Álvarez (Cándido), Juan Cueto y Manuel Vicent tenían a su cargo la primera de estas noches, sobre Valle-Inclán y el periodismo. No tardaron en explicar la inexistencia de Valle y la caída del periodismo -"en manos de indeseables", según Cándido-, la escasa relación de Valle con la Prensa, y hasta atacaron la conjunción copulativa del enunciado.Los escritores entraron en procesión, cada uno con un vaso de whisky en la mano: Amorós explicó que se intentaba reproducir una tertulia de café, y Altares comenzó la lectura de unas cuartillas discretas, que cortó la impaciencia por intervenir de algunos de sus compañeros. Y comenzó el fuego. Valle-Inclán fue acusado de plagiario -de Casanova, en sus Sonatas-, de mal escritor en sus principios, de inculto, de estrafalario, de esnob. La Prensa fue bondadosa al publicar sus escritos.
En cuanto a sus contemporáneos, Ortega plagiaba las metáforas de Chateaubriand, toda la generacíón del 27 podría rechazarse. Las instituciones: el teatro no tiene razón de existir, el actual montaje de Luces de bohemia es oscuro, los anteriores tampoco valieron; la Prensa se extingue si no se decide a regresar al XIX. Hasta llegar, naturalmente, al extremo máximo de las tertulias: la discusión acerca de este país. "Un mal país" para Cándido, un país encantador para Vicent y un país parecido a cualquier otro según Juan Cueto; en realidad, la conversación diseñaba una condición española y reproducía en la vida real el esperpento.
Cueto intentó llevar el diálogo a terrenos más intelectuales -y lo terminó denunciando la falta de sindéresis en Valle-, Altares llegó a mostrar una irritación oficiosa, Amorós intercaló chistes, pero el sarcasmo de Cándido (que se definió como al borde del abismo) y la ironía de Vicent dominaron.
En realidad se producía una curiosa situación de la que no podían ser conscientes los dialogantes. Momentos antes había terminado la representación de Luces de bohemia: la muerte del gran poeta altivo en la calle, trasunto del personaje real Alejandro Sawa, rodeado de escritores hampones, muertos de hambre y miserables perseguidos por la ley y la sociedad, había dibujado una época terrible. Inmediatamente aparecieron los nuevos escritores: Juan Cueto, que escribe con ordenador; Vicent, que vive entre naranjos y obras de arte; Amorás, desde la altura de su cátedra; Pedro Altares, que goza de su caserón de Segovia; Carlos Luis Álvarez, bien vestido de cachemira... Algo ha pasado, por lo menos en su clase; algo está pasando en el mal país.
Los dos grupos de escritores, el teatral en la obra, el real en el supuesto homenaje, ofrecían contrastes como para percibir el transcurso del tiempo. Queda algo idéntico: el uso de las lenguas bifurcadas.
El público entró rápidamente en el juego. El ingenio, la frase brillante, la agresividad, son dotes muy apreciadas, aunque el tema inicial pierda y la verdad se sacrifique a la brillantez. El esperpento de tertulia era muy gracioso; la caricatura del acto cultural, espectacular. Y la iconoclastia siempre paga. La verdad es que en la comicidad siempre perdura la injusticia cuando no está equilibrada por conceptos más serenos.
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