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El grupo Yes cerró las 90 horas de 'Rock in Rio'

En el festival faltaron intérpretes y grupos importantes

El quinteto británico Yes clausuró el domingo los 10 días, con 90 horas, de rock internacional en el rockódromo de Río. Solistas y grupos, en un total de 29, ofrecieron varios modos del rock actual, con preferencia por el heavy sobre los otros estilos (pop, jazz, salsa o bittersweet rock). James Taylor fue la actuación que reunió mayor número de asistentes, seguido de Queen. Junto a Taylor, Al Jarreau, AC / DC, Nina Hagen y Rod Stewart fueron los conciertos más convincentes de entre los aristas internacionales. Ney Matogrosso, Gilberto Gil y Os Paralamas do Sucesso, de los brasileños.

Es el enero de Río. Un festival de rock sin precedentes en cuanto al despliegue técnico y al número de espectadores, pero que no puede definirse como el mayor del mundo si falta tantas estrellas como Michael Jackson, Prince, Rolling Stones o David Bowie.Según declaraciones del máximo responsable de la organización, Roberto Medina, el festival ha supuesto una pérdida de medio millón de dólares -unos 87 millones y medio de pesetas-, pero ha quedado cubierta una infraestructura gigante que servirá para grandes conciertos. El hospital del recinto tuvo que atender a una media de 500 personas diarias; dos de ellas, en estado grave: la alemana Julia Schmidt, que sufrió fractura de cráneo, nariz y clavícula al ser pisoteada por un caballo de la policía militar, y un taxista brasileño que recibió una bala en el pecho durante un tiroteo también policial.

Un constipado agudo del invierno madrileño desapareció a las dos horas de haber respírado el aire montañés y marino, fuerte y húmedo de la gran ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro, que este mes cumple el 325º aniversario de su fundación.

Río es una ciudad de un Estado de Brasil, del mismo nombre que Río de Janeiro, que se estira a lo largo de más de 70 kilómetros de la costa Este del continente latinoamericano. De nueve millones de habitantes, seis viven en la urbe y tres están en paro. En Río ciudad existen más de tres millones de jóvenes que jamás habían visto un concierto de rock internacional. Y no todos pudieron ver en el sitio su festival de rock, o maior do mundo, más de 90 horas de Rock in Rio, que han costado a sus organizadores -Roberto Medina con Artplan Promogçes- cerca de 10 millones de dólares (unos 1.750 millones de pesetas).

Nadie podrá conocer la cantidad exacta de beneficios procedentes no sólo de las entradas y bonos del festival, sino también del despliegue gigante de la mercadotecnia anexa al acontecimiento: camisetas, mecheros, bolsas, gafas, cualquier producto utilizable como recuerdo. Los derechos de imagen y de autor de los artistas participantes habrán significado, junto con el aspecto técnico, el mayor número de dólares en el apartado debe.

Aparte habrá que considerar la próxima puesta a la venta de discos y vídeos, grabaciones de las 10 jornadas. Y, finalmente, las satisfacciones pecuniarias extras de muchos cariocas -policías, delincuentes oportunos, taxistas y mujeres- que esperan gastarse las ganancias en los carnavales cercanos.

Ricos y pobres

En tan largos recorridos, los taxistas encontraban la oportunidad fácil para intimidar al extranjero, "al turista que no se entera", no bajar la bandera de libre y fijar un precio improvisado según respiraba la víctima: "Sesenta mil cruceiros. No. menos Está muy lejos", atacaba el conductor. El pasajero se escandalizaba y luchaba por la reducción "Nao, nao, nao", respondía el nativo, que cedía luego a 45.000. En el viaje, el taxista estaba contento y charlaba con simpatía: "Aquí, en Brasil, hay muy ricos y pobres. Y muchas mujeres, que no son putas, ligan a los forasteros para conocer sitios y vivir experiencias que de otro modo nunca probarían: restaurantes discotecas o el Rock in Rio. ¿Es usted jornalista? Con su credencial lograremos pasar los controles policiales hasta la misma puerta del recinto".Hacia el Rock in Rio, a ambos lados del camino, en el centro delante y detrás, rodeaban al visitante y le intentaban vender lo que fuese. Había que acelerar el paso hacia aquella señal de referencia que eran cuatro rayos láser que cortaban el cielo y anunciaban el evento a más de siete kilómetros de distancia. Y aquel sitio, que parecía no llegar nunca, estaba precedido de grandes globos-pancarta, del camping-rock y de las patrullas federales. Y ahí estaba el recinto mayor del mundo del país más grande del mundo, que tiene el campo de fútbol más grande del mundo, y el autódromo, y el sambódromo, y las playas más extensas.

Ritmo

Y los brasileños, los espectadores más agradecidos; allí cantaban y bailaban sin más droga que el ritmo. La música es de ellos y para ellos. No van a los conciertos para, escucharla, sino para bailarla y cantarla. Y también había quien asistía para meter su mano en los bolsos y bolsillos de los que se apretaban en bullicio y júbilo y no podían percatarse.Entre el jolgorio escribía algunas notas, y, de repente, una brotinho de unos 15 años, rubia, con ojos azules, se dirigió con enfado al cronista: "Aquí no se viene a escribir, sino a bailar. Estás loco". En lugar cercano había varios brasileños que a ritmo de Al Jarreau rodeaban a un vendedor de refresco con cisterna a la espalda y casco blanco de albañil. Todos bailaban y usaban casco y cisterna como percusión. Y el vendedor incluso cantaba en tono de samba, el auténtico himno de Brasil. "Mais um, mais um". Siempre piden otra canción, aunque hayan pasado nueve horas. Al final, en la salida, unos policías arrancaban unos miles de cruceiros a unos españoles a los que habían cazado fumando maconha. Y los taxistas sorprendían con su presencia. Y otra vez a regatear. Él, como Zico; yo, como Maceda. Muy alegre, el estafador cuenta su táctica para tener acceso con su taxi hasta la misma puerta: "En cada control hay varios policías. Es preciso desviarse a uno y darle 10.000 o 15.000 cruceiros, y ya está. Es la mejor acreditación".

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