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Reportaje:El 'sindrome del opositor'

El largo túnel

Preparar oposiciones, una dura tarea que necesita una fuerte preparación

Fernando de Castro, un joven de 29 años, hijo de un magistrado de la Sala Primera del Tribunal Supremo, fue protagonista, el pasado día 15, de un espectacular suceso: tras disparar sobre dos miembros de un tribunal de oposiciones a notarías, se suicidó con una pistola Astra de 9 milímetros. Fernando de Castro era un joven normal, y ese mismo martes almorzó tranquilamente en su domicilio familiar. Nadie se explica su actuación. Quizá, sólo quizá, se apunta una causa: el síndrome del opositor.

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INMACULADA DE LA FUENTE A las 8.50 suena el despertador. P. R., de 26 años, opositor a notarías, se despereza lentamente. Una pena que no tenga más remedio que saltar de la cama, porque la noche anterior tardó algún tiempo en conciliar el sueño y hacía sólo unas horas que se había quedado dormido. Una ducha templada, no muy fría para no alterarse en exceso, es imprescindible para empezar sus 12 horas de estudio. A las 9.30, P. R. se encuentra pegado a su mesa, repasando los temas.

Este orden, esta rutina diaria, es esencial para perseverar. Y mucho más en estos días en los que P. R. se encuentra ya en capilla, a punto de que le llamen para hacer el primer examen oral, esa gran criba tan temida en la que el opositor debe dominar todo el temario. Muchos de sus compañeros se han examinado ya, y algunos han sido eliminados. Dentro de unas semanas él mismo se convertirá en esa rara especie de pequeño ser abrumado como un torero que pisa por primera vez una plaza. O quizá le toque antes, porque, aunque el tribunal suele ver de cinco a seis aspirantes a notarios por día, hay jornadas realmente nefastas en las que el bloqueo mental, la ignorancia o la mala suerte acompañan a los opositores y la cola de espera se hace repentinamente fluida y elástica. Y al igual que otros aspirantes, está suscrito a una gestoría y ésta le enviará un telegrama con la fecha exacta de la cita, porque nada tan desmoralizante como ir varias veces al tribunal y reavivar la incertidumbre con los otros o, lo que es peor, contemplar su derrota.

La lista de la discordiaPorque cada día, media hora después de que los miembros del tribunal abandonen el centro, lapso de tiempo fijado tal vez para evitarse malas caras o desmesuradas iras, el bedel da a conocer la lista de la discordia, la que a unos les permitirá seguir y a otros no, un suspenso inicial que se identifica con el fracaso porque hay que volver a empezar de nuevo o tirar definitivamente la toalla. "Si apruebas lo eres todo; si no, nada".

Ganar una oposición de elite tiene algo de rito iniciático, de carrera de obstáculos para tener acceso a una situación privilegiada y confortable. Que haya antes una etapa de sacrificio, un período de disciplina, casi de noviciado, una prueba con la espada de Damocles en lo alto, es Algo natural, porque "es una inversión, una manera de entrar por arriba. Ciertamente, pierdes tres, a veces cuatro años, pero ganas 10, porque ya no eres el último mono de una promoción de Derecho, sino un abogado del Estado, un notario, un registrador, un diplomático", asegura P. R. Por lo mismo, suspender es un fracaso, un balance final sin futuro.

Al acabar Derecho, P. R., hijo de un funcionario del cuerpo, empezó a preparar el temario para tener acceso a abogado del Estado, pero "era muy fuerte", por lo que decidió pasarse a notarías. Tantear a la vez los programas para registrador, notarías o abogado del Estado es un camino bastante usual. Unas veces se empieza por la más fácil para ir cogiendo tablas y llegar al programa más duro, y otras, se coquetea con la más apetitosa para acabar en la más asequible. "La presión familiar es muy fuerte. Si vives con tus padres, te están mimando y animando continuamente para que estudies; si estás en un colegio mayor, supone también un gasto adicional a la carrera que de algún modo hay que compensar". Hay gente, continúa P. R., "que no sabe dejarlas a tiempo, porque se han habituado al sistema y nadie apoya a los que hablan de abandonar". Los que lo dejan o suspenden "se ven abocados a una situación muy precaria: falta de trabajo, sensación de fracaso, incomprensión familiar, etcétera".

Carlos Higuera, de 29 años y ya notario de Buitrago, piensa, sin, embargo, que hay que desmitificar el síndrome del opositor. Higuera aprobó notarías hace tres años y considera que "el enemigo es el temario, pero en esta oposición no existe tanta competencia, no hay que dramatizar tanto. Es un trabajo duro, porque las cosas no se regalan, pero no más fuerte que una jornada laboral. Se habla ahora d¿ que se están presentando 860 candidatos para 123 plazas, pero es falso, porque hay mucha gente que firma las oposiciones y luego no se presenta, o acude sólo a probar, a placearse".

Tanto Carlos Higuera como P. R. no se identifican con el opositor típico. "Yo no me desconecté de la vida, al menos durante el primer año", recuerda Carlos Higuera; "vivía en el colegio mayor César Carlos, donde el 80% éramos opositores, y no por eso dejábamos de ir al cine o a conferencias y recitales de poesía". Higuera re

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conoce, sin embargo, que en anquella época él iba con el Código Civil a todas partes, para repasarlo en cualquier sitio, un fetichismo bastante común entre los opositores. P. R., por su parte, asegura que aunque ahora, que está en capilla, trabaja 12 horas, no deja de jugar al fútbol cada 15 días ni renuncia al descanso. "Me cojo la tarde del sábado y la mañana del domingo, y mi sábado noche es sagrado, no importa a la hora que me acueste, y tampoco me da remordimiento cogerme una castaña". El defecto principal de algunos opositores, en opinión de P. R., es que no saben descansar, "no desconectan ni se relajan, e incluso a veces siguen hablando de la oposición en sus ratos de ocio".

"Lo grave no es el sistema, sino entrar en fenómenos de obsesión, defecto fundamental de los que sólo se relacionan con gente de su propia oposición, círculo cerrado en que el masoquismo prospera y sólo se habla de que vas muy mal, cosa que es verdad, porque siempre crees que vas mal", explica Carlos Higueras. Pero aunque parezca paradójico, "vivir en un colegio mayor facilita el ambiente de estudio y a la vez no impide la comunicación: "La gente estudia, se relaja, encuentra apoyo, y no resulta extraño encontrarse a unos tipos cantando sus temas en el gimnasio".

Pero en todo opositor hay un período más o menos intenso de austeridad, de abstinencia de casi todo lo humano. Juan José López, juez de Caravaca (Murcia), que sacó su oposición en el otoño de 1982, admite que, aunque prepararla no fue un período especialmente duro, sí fueron espartanos los seis meses anteriores a la convocatoria, "porque dejé de ver esas películas que todos los amigos vieron en esa época, y mis relaciones personales se vieron muy afectadas". Juanjo, que es de Madrid, se encerró en solitario en una casa de La Granja, y sólo venía a la capital cada quincena a cantar los temas ante su preparador. Su novia le iba a ver cada domingo, en una visita que por su brevedad y patetismo tiene ciertas connotaciones con el intimista vis a vis de los presos.

De las 'anfetas' al yoga

La novia de Juanjo había sido opositora antes, y ambos llevaron muy bien el destierro, pero a veces las parejas se rompen o se crispan por este síndrome de opositor abrumado que hace de sus temas lo prioritario y aparca sus relaciones afectivas. Y sin embargo, "una pareja o sucedáneo que sea comprensiva y encantadora en estos meses es esencial; alguien que te equilibre y con quien puedas desahogarte, a quien puedas darle la paliza" reconoce A. S., que oposita a inspector de finanzas. Una abnegación que en la época en la que el varón opositaba más obligaba a la novia tradicional a "hacer la oposición también".

El insomnio, la cafeadicción, los nervios a flor de piel y la costumbre de tomar vitaminas, especialmente Astenolit, son los compañeros habituales del opositor. Algunos incluso toman dosis de cortisona, remedio discutido por sus efectos secundarios, entre ellos la obesidad. Algunos recurren a las anfetas a corto plazo, "pero son ineficaces para largos períodos". Otros hacen yoga, corren o hacen algún deporte, pero lo común es la vida sedentaria, la agobiante habitación cerrada, que al final uno odia pero que durante la oposición "ni se mira". La paranoia puede llegar en algún caso a no salir a la calle para no confundir las matrículas de los autobuses con artículos del Código Civil.

"La oposición es neurotizante en cuanto que cuestiona la identidad intelectual del sujeto, su ser o no ser", asegura el psiquiatra Carlos Castilla del Pino, suspendido también en su día por peligroso e izquierdista. Castilla del Pino piensa que la reglamentación de las oposiciones a cátedra es racional, pero se siguen cometiendo injusticias. "Las de notarías y similares son absurdas, porque todo se deja al azar de una bola; no está diseñadas para saber, sino para ganar". De ahí que el perdedor sea un apestado, un sujeto inferior que, cuando menos, debe esperar y someterse a nuevas pruebas para tener acceso a un cuerpo privilegiado.

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"Los tribunales son claramente incompetentes", razona A. S., a quien suspendieron en el último ejercicio para inspector financiero. "El que tenga que aprobar alguien recomendado que está delante o detrás de uno puede sencillamente hacer que tú pierdas. "Son cosas que no se pueden demostrar, porque si no, sería de juzgado de guardia". "A menudo los miembros del tribunal se aburren, escuchan con desgana o se ponen repentinamente a leer el periódico en medio de una disertación".

Especialmente sofisticadas, y consideradas como un coto cerrado por otros opositores, aunque menos duras que las de abogado del Estado o notarías, las oposiciones para ingresar en la Escuela Diplomática, que no se habían convocado desde hace tres años, han adquirido una ferocidad inusual en los últimos exámenes. De los 156 aspirantes, sólo han ingresado 28, aunque otros cuatro, hasta el número 3 1, han sido aprobados. La necesidad de saber perfectamente idiomas, y por tanto de haber estado en el extranjero, o de ir a la academia Garret, especializada en diplomáticos, dan una aureola de elitismo a la ya elitista costumbre de opositar a los cuerpos del Estado. Vástagos de diplomático como María Bassols, hija del embajador de España en Marruecos, que ha aprobado brillantemente con el número tres, o el erudito opositor número 30, que a pesar de haber aprobado no entrará en esta ocasión y que acepta su derrota como una espera que forma parte de las reglas de juego, nutren fundamentalmente la perpetuación de la carrera diplomática.

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