La misteriosa armonía de los perfiles rotos
El observador de las fotografías de David Hockney se encuentra ante la inquietante y enigmática sensación que producen dos emociones intensas, simultáneas y contrapuestas. En la placidez de estas imágenes californianas o francesas, el espectador hallará perfiles inquietantes -esos perfiles multiplicados, rotos en una descomposición límpidacomo si el alacrán oculto entre los céspedes de la foto, o el cocodrilo que dormita en el fondo de la piscina, fuesen a cobrar vida. Al mismo tiempo, no obstante, Hockney invita a la contemplación de la serenidad de lo inerte, de la belleza de lo distorsionado.Hockney logra un diálogo multifacético con sus casuales y calculadísimas imágenes, un diálogo en el que la fotografia y la pintura, la fantasía y la realidad, colisionan armoniosamente para desvelarnos imágenes que son en sí mismas una recreación, una nueva realidad que parece surgida de un ojo tierno y al mismo tiempo despiadado. El ojo de David Hockney transmuta su cámara hasta crear una tensión que desvela la rotundidad de los objetos, su mutabilidad y multiplicidad de interpretaciones.
Tal vez sea la cotidianeidad aparentemente inofensiva de sus motivos el arma de que se vale Hockney para trasladarnos a su propio ángulo de aproximación a la realidad: los jardines y muros llenos de grafittis de un palacio abandonado, el mosaico que forman en la memoria las imágenes inconexas recordadas / fotografiadas en una recepción, el sempiterno rompecabezas de piscinas pobladas por fragmentos de seres humanos que, vistos de lejos, se resuelven en una sola figura, singularmente armoniosa en su discontinuidad. Es la síntesis de Hockney: disfraz exquisito para una retina ocasionalmente feroz.
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