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Alivio ante la reanudación del diálogo nuclear

Satisfacción teñida de escepticismo en Estados Unidos

Francisco G. Basterra

El final de las más de 14 horas de conversaciones en Ginebra entre soviéticos y norteamericanos ha producido en Washington una sensación de alivio y prudente escepticismo. Alivio porque se ha logrado acordar, tras más de un año de interrupción, la vuelta a la mesa de negociaciones para tratar todos los temas relacionados con las armas nucleares. Y escepticismo porque se estima muy dificil la consecución de acuerdos sustanciales, incluso a medio plazo, dadas las enormes diferencias que separan a Moscú y Washington en las complejas cuestiones de] armamento atómico.

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El portavoz de Moscú informó en el centro de prensa de EE UU

Un sondeo publicado por el The New York Times señala que sólo un 30%. de los norteamericano cree que las conversaciones de Ginebra conducirán, incluso en un plazo de cuatro años, a acuerdos sustanciales con la URSS.El consejero de seguridad nacional de Ronald Reagan, Robert McFarlane, que ha asistido, con George Shultz a las negociaciones de Ginebra, considera que queda por delante "un largo y difícil combate en el que entramos ahora, y no cabe hacerse ilusiones de que va a haber pronto un resultado".

Otra de las destacadas manifestaciones sobre el desenlace di la reunión de Ginebra ha sido la del ex secretario de Estado Henry Kissinger, artífice de la distensión en las relaciones entre la: dos superpotencias que se dió en los años setenta. Kissinger dice que ha encontrado a los soviéticos más propensos al acuerdo en Ginebra de como les ha visto en los últimos diez años. "Los soviéticos ansían un acuerdo y somos pacientes podemos conseguir los objetivos marcados por el presidente", declaró ante: las cámaras de televisión.

El cambio que quiere introducir Washington en la estrategia nuclear es revolucionario. Supone pasar de un modelo ofensivo: basado en la vulnerabilidad mutua y, por tanto, en la destrucción asegurada de las dos superpotencias, sea quien sea la que golpee primero, a otro defensivo: capaz de proteger desde el espacio el territorio nacional, haciendo inútil cualquier ataque. La URSS, que lleva siglos de retraso tecnológico, no quiere oír hablar de este cambio.

Las dificultades de lograr acuerdos profundos en las futuras negociaciones no derivan sólo del lado soviético. El tema del control de armamentos no despierta la más mínima pasión en la Administración norteamericana, que piensa que en el pasado los acuerdos de este tipo siempre beneficiaron finalmente a la URSS. En la década de los setenta, Washington y Moscú firmaron hasta 10 acuerdos de control de armas y durante ese período ambas naciones sumaron más de 10.000 cabezas nucleares a sus respectivos arsenales.

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El secretario de Estado, Georges Shultz, regresó a mediodía, de ayer a Washington para informar al presidente Reagan de las conversaciones que ha mantenido con Gromiko, para que el presidente hiciera su propia evaluación e informara al país a las dos de la madrugada (hora de Madrid). La misión de Shultz en la capital suiza se considera como un éxito diplomático que ha permitido acordar los objetivos y el marco de las futuras negociaciones que podrían iniciarse -en Ginebra a partir del próximo mes de marzo.

Desde la invasión soviética de Afganistán, en diciembre de 1979, el diálogo Este-Oeste se encontraba prácticamente suspendido. La primera Administración Reagan supuso la vuelta, en las dos superpotencias, a una retórica que no se escuchaba desde los tiempos de la guerra Fría. Sólo hace un año, el presidente norteamericano hablaba le la URSS como "un imperio diabólico".

Restablecer el diálogo

El primer resultado de Ginebra es un restablecimiento de la conunicación entre Washington y Woscú que reanuda un diálogo interrumpido y puede conducir a una etapa de estabilidad en las relaciones mutuas. Los más optimistas hablan de una situación a medio camino entre la distensión de los setenta y el permanente conflicto de lo que va de los ochenta. Una estabilidad que necesitan las dos superpoderes. EE UU porque tiene una presión de su opinión pública, del Congreso y de sus aliados para establecer un diálogo sincero con le URSS, y Moscú porque no puede añadir a sus formidables problemas económicos y el de la carrera de armamentos.

La clave de las negociaciones de Ginebra ha estado en el espacio. Los soviéticos han vuelto a sentarse con los norteamericanos sin que éstos acepten sus condiciones previas.

Ya casi nadie se acuerda que Moscú se ha tragado su promesa de no negociar hasta que desaparecieran de Europa occidental los euromisiles norteamericanos. La campaña previa de propaganda realizada por Mijail Gorbachov, el presentido delfin de Konstantín Chernenko, en su visita al Reino Unido para condicionar la reanudación del diálogo a la suspensión del proyecto de Reagan de defensa en el espacio, tampoco ha tenido el éxito deseado.

Sin embargo, Washington ha tenido que ceder en su postura de firmeza inicial. Shultz ha aceptado que las futuras negociaciones tratarán también sobre la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), más conocida como guerra de las galaxias, que proyecta el establecimiento de in sistema defensivo en el espacio capaz de derribar los misiles enemigos antes de que entren en la atmósfera terrestre. Reagan la decidido gastar en los próximos cinco años 26.000 millones le dólares (4,5 billones de pesetas) en la investigación de este proyecto.

Shultz ha asegurado, sin embargo, a Andrei Gromiko que ninguna decisión que vaya más allá de la fase de investigación ha sido realizada aún, ni se aplicará in bastantes años". A cambio de aceptar negociar sobre la defensa espacial, EE UU ha logrado que la URSS acepte en el comunicado conjunto de Ginebra que en el "cesto del espacio" se negocien también los misiles que desde la tierra puedan alcanzar objetivos fuera de la atmósfera. Moscú ha avanzado bastante en la defensa terrestre antimisiles y tiene sistemas de este tipo protegiendo a su capital.

Vinculación

Gromiko ha conseguido que las futuras negociaciones tratarán de "impedir una carrera de armamentos en el espacio" y, lo que es más importante, ligar las negociaciones sobre armas defensivas con las de armas ofensivas, aunque esta vinculación aparezca muy vaga en el comunicado final. Estados Unidos hubiera preferido una independencia mayor en las negociaciones de armas ofensivas y defensivas, pero ha admitido qué su interrelación es inevitable. Cualquier paso en la drástica reducción de cohetes intercontinentales soviéticos que persigue Estados Unidos podrá ser condicionada por la URSS a límites en los sistemas de defensa espacial.

La guerra de las galaxias, en la que parece creer firmemente el presidente Reagan a pesar del escepticismo de los científicos y de amplios sectores de la opinión norteamericana, introduce un nuevo elemento de incertidumbre entre Washington y los aliados europeos de la OTAN. Si la tecnología estadounidense fuera capaz de aquí al siglo XXI de proteger con un escudo impenetrable en el espacio al territorio norteamericano y los soviéticos hicieran algo similar, la guerra nuclear se llevaría inmediatamente al teatro europeo.

La separación de la defensa de Europa de la de Estados Unidos -un objetivo constante del Kremlin- puede ser uno de los riesgos de los nuevos planes norteamericanos. Esta posibilidad concede una nueva oportunidad propagandística a la URSS, que puede jugar ahora con el miedo que provocan en Europa occidental los proyectos espaciales de Washington.

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