La gran noche de Eva Marton
Difícilmente hubiera podido darse otro titular a esta crónica liceística. Los Reyes Magos dejaron en el Liceo el mejor regalo que podía esperar el público: una creación fuera de serie del personaje de Floria Tosca por parte de Eva Marton.No por tópico deja de ser cierto que la herencia de María Callas, la diva assoluta, pesa como una grave responsabilidad: ella supo devolver al personaje no sólo toda su intensidad dramática, sino también su complejidad vocal, ampliamente desvirtuada por toda una escuela ínterpretativa anterior. Complejidad realmente única la de Tosca, que requiere la profundidad de la soprano dramática, sin perder de vista la de la soprano lírica: voz de la venganza y de los celos, es también la voz de la prima donna débil, superada por los acontecimientos, que habla desde un desconcierto en ocasiones infantil: Vissi d´Arte, vissi d´amore o, en palabras más modernas, ¿qué hice yo para merecer esto?
Tosca
Ópera en tres actos de Giacomo Puccini. Eva Marton, Jaume Aragall, Joan Pons, Angelo Nosotti, Carlos Chausson, Josep Ruiz, Vicenç Esteve y Rafael Campos. Orquesta y Coros del Liceo. Dirección musical de Romano Gandolfi. Dirección escénica de Piero Faggioni. Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 5 de enero.
En el equilibrio de todos estos factores es donde la Marton encontró su triunfo, por cierto, nada fácil, dada la poca colaboración que recibió desde el foso. Su ya citado pezzo chiuso del segundo acto obtuvo una prolongadísima ovación, con petición de bis incluida, que la soprano soslayó con bien sentada profesionalidad.
Scarpia es un papel comprometido: intensísimo desde el punto de vista dramático, pero sin ninguna concesión al lucimiento vocal. Está claro que Puccini detestaba al personaje, y es casi como si vengara su preponderancia escénica negándole soporte melódico. El director, Romano Gandolfi, se identificó demasiado con el compositor en este punto, porque realmente lo que hizo fue castigar duramente al Scarpia de Joan Pons, quien, con todo, estuvo francamente bien: fue inteligente a la hora de articular la brutalidad con un cínico refinamiento, se movió bien en escena... y aguantó con dignidad los envites de una Marton que, evidentemente, tuvo su noche (de Reyes, por más señas).
En cuanto a Cavaradossi, se trata de un personaje aprisionado, tanto argumentalmente, por las fechorías del aparato represivo, como vocalmente, por los dos colosos que cierran el clásico triángulo soprano-tenor-barítono (por este orden, más que nunca). Jaume Aragall conoce bien el personaje y es un excelente cantante capaz de dar el lirismo requerido por el papel. Pero no tuvo su noche (insistimos: de Reyes), afectado, al parecer, por un inoportuno resfriado.
Muy bien el sacristán de Carlos Chausson, que fue calibradamente buffo -exageró sin perder la medida, como requiere el papel- en su tesitura de bajo, y bien, en general, el coro y los demás personajes.
La orquesta no gustó, y con razón: los velados abucheos dedicados al director, Gandolfi, desde los pisos altos (la voz de la verdad adorniana) fueron la justa respuesta a una interpretación plagada de imperfecciones, que, si fueron acicate para la soprano -quien arrolló con inusitada potencia los excesos sonoros-, pusieron en graves dificultades a Pons y Aragall. Este último, especialmente, chocó con la desatinada preparación orquestal a su segundo pezzo.
¿Todo culpa de la orquesta? Sólo hasta cierto punto. Los desmesurados entreactos, de casi tres cuartos de hora, rompieron la unidad dramática de una obra que la tiene como pocas. La escenografía de la Scala es realmente preciosa, pero si entraña tantas dificultades de montaje quizá valga la pena preguntarse si no conviene inclinarse por representaciones algo más sencillas.
La duda es si la ópera seguiría siendo tan ópera sin este cúmulo de defectos que tantos argumentos de conversación proporcionan para los tediosos entreactos.
Babelia
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