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El diIema palestino

La reciente celebración del Consejo Nacional Palestino ha supuesto una prueba de fuego para este movimiento de liberación. En sus vísperas no faltaron las voces que se cuestionaron sobre su oportunidad. Se criticaba la elección de Amman como sede del encuentro; el teatro donde en septiembre de 1970 fueron exterminados millares de palestinos, combatientes y civiles. Ciertamente, en sentido contrario, Amman también ha tenido un valor simbólico: tres lustros después de la expulsión y el exterminio, el pueblo palestino retorna al lugar del crimen como una organización capaz de imponer sus propios planteamientos e ideas.Más razón podrían haber tenido los que alegaban, para justificar el aplazamiento del encuentro, la necesidad de solucionar previamente la situación crítica que desgarra a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El resultado final del Consejo, aparte aclamaciones y triunfalismos propios de estos eventos, no impide su valoración, ni mucho menos evita, como mínimo, un intento de análisis de las causas que han conducido a la crisis actual. En Amman, tanto Yasir Arafat como Al Fatah han ratificado la capacidad política del líder como el poder organizativo del grupo resistente.

La proclividad al sensacionalismo de los medios informativos occidentales ha interpretado torcidamente un fenómeno tan genuino como es el del liderazgo en los movimientos de liberación con las desviaciones funcionalistas del culto a la personalidad. Nombres como los de Gamal Abdel Nasser, Ho Chi Minh, Mao Zedong y otros muchos nos ahorran una mayor digresión sobre tan apasionante fenómeno. El valor de Arafat es rigurosamente histórico y emblemático; por lo demás, la dirección de la OLP cuenta con un potencial óptimo de dirigentes políticos, ideológica e intelectualmente, que harían absolutamente coyuntural la sustitución del líder.

A mayor abundamiento, el apoyo demostrado a la OLP y al mismo Arafat, durante la celebración del Consejo, por los palestinos de los territorios ocupados constituye el mayor refrendo y el aval más importante que aquéllos podían recibir. En fin de cuentas, la realización del Consejo era algo inevitable: el instrumento más adecuado para delimitar y aclarar las posiciones respecto a peligrosos planteamientos divisionistas y escisionistas.

Aquí, exactamente, es donde ha de situarse el análisis de la actual crisis. A la situación presente se ha llegado, insensiblemente, por responsabilidades propias de la OLP, así como por factores de perturbación introducidos desde el exterior. Entre los responsables endógenos debe situarse de inmediato la misma duración de la lucha de liberación; son ya incontables los años de exilio, de persecución, de combate y de genocidio, que, forzosamente, pesan sobre las masas militantes y también sobre sus dirigentes.

Sin olvidar tampoco que el mismo paso del tiempo se encarga de fabricar una maquinaria burocrática fácilmente acomodable a situaciones personales de pasividad o de compromiso. Bien es cierto que éste era un riesgo inevitable desde el momento mismo (año 1974) en que la OLP decide asumir el combate en dos frentes muy distintos: la lucha armada y el terreno diplomático; máxime cuando este giro decisivo es el que ha forjado el mayor triunfo de la OLP: su admisión en el seno de la comunidad internacional como sujeto de su propio destino histórico.

Más graves han sido los efectos de los factores exógenos. La OLP es un conglomerado de diversos grupos políticos, con diferentes contenidos ideológicos, aglutinados en torno a la hegemonía, no siempre indiscutida, de Al Fatah en su seno. Esta heterogeneidad del movimiento de liberación, imprescindible y enriquecedora a un mismo tiempo, junto con el cúmulo de tragedias humanas acumuladas a lo largo de más de un cuarto de siglo, ha posibilitado la manipulación de los objetivos revolucionarios palestinos por poderes extraños a la misma OLP.

La guerra de exterminio practicada por Israel, coronada en Chatila y Sabrá, ha fraguado diabólicas y tácitas alianzas con determinados Gobiernos árabes (recientemente, Siria y Libia), que objetivamente han sido la causa determinante de la situación crítica sufrida actualmente por la causa palestina.

La realización del CNP debe entenderse, por tanto, como un doble intento de superar la crisis: finalizar con las divisiones internas y eliminar las injerencias exteriores. Razón por la que en el comité ejecutivo se han dejado unos puestos vacantes el Frente Popular y el Frente Patriótico, cuyo retorno necesita la OLP, ya que vienen a ser la levadura revolucionaria enriquecedora de la ideología unitaria y nacional de Al Fatah.

El paisaje de esta batalla quedaría incompleto. si no aludiésemos al movimiento iniciado en el mundo árabe que tiende claramente a superar los efectos de la hecatombe militar y política de junio de 1967. En este proyecto renovador, ya comenzado, Egipto regresa al lugar de excepción que, por razones históricas, geográficas, militares y culturales, le corresponde de pleno derecho. El mundo árabe, amputado de la realidad egipcia, es un torpe remedo de una formulación siempre incompleta. El protagonismo creciente de los países petroleros (Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Arabes y Qatar), junto con la reordenación del Magreb, colocará en su justo puesto a otros Gobiernos árabes que, temporal y oportunistamente, han usurpado espacios políticos que no les pertenecían. Si llegado el momento finaliza el conflicto irano-irakí y concluye el régimen de ocupación militar que atenaza a Líbano, las aguas habrán vuelto a su cauce y será el momento de plantear, sobre bases nuevas, el diálogo o el enfrentamiento con Israel.

En esta tesitura, bastante probable, con todos los riesgos inherentes al juego de las hipótesis, será más precisa que nunca una OLP fortalecida. Ya que un mundo árabe renovado sólo lo será totalmente y con toda sus consecuencias cuando hable con voz propia y con todos sus interlocutores. Lo cual significa que el pueblo palestino no necesita de mediadores, intermediarios o portavoces no solicitados. Y que, en última instancia, el diálogo definitivo y decisorio será el que tenga lugar entre palestinos e israelíes.

Transcurrirá más o menos tiempo, pero lo que está fuera de duda es que Israel tiene una cita inaplazable con su destino histórico: el precio de su paz es el reconocimiento del derecho palestino a la autodeterminación y al establecimiento de un Estado independiente y soberano. El resto sólo es silencio y guerra.

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