Quevedo, abandonado
En Torre de Juan Abad, los papeles del escritor se amontonan como 'legajos inservibles' ante la indiferencia de las autoridades
En Torre de Juan Abad, pequeño pueblo de 2.000 habitantes al sur de Ciudad Real y señorío del ilustre español Francisco de Quevedo y Villegas, se encuentran almacenados, en una habitación del ayuntamiento y en un aula del colegio, miles y miles de manuscritos fechados a partir del siglo XVI. A pesar de los sucesivos hallazgos entre estos documentos de considerable importancia histórica, la Administración mantiene una postura de total indiferencia hasta el momento. Asimismo se pueden contemplar, en unas condiciones de conservación nada aceptables, desde el tintero o el sillón del gran escritor hasta lo poco que queda de la que fuera su casa en este rincón manchego.
Los papelajos, como se conoce en Torre de Juan Abad a estos escritos, despertaron el interés y la curiosidad de un vecino muerto hace ahora dos años, José María Lozano, alias Juan de Montiel, que sin más cultura que su ansia por saber ni más tiempo que el que le permitían sus ratos perdidos como funcionario del Ayuntamiento de la localidad, se dedicó a investigar estos manuscritos. Fruto de su trabajo fue el hallazgo de tres documentos en los cuales se extendía la firma de Francisco de Quevedo. El día que encontró la primera de estas firmas lo consideraba el más feliz de su vida según contó a su hijo: "He sentido una sensación que está por encima de nosotros. Era como si me estuviera elevando". Invadido por la alegría, fue a comunicar el descubrimiento a sus compañeros de trabajo, sin que ninguno comprendiera en absoluto la importancia de aquello.El alcalde de Torre de Juan Abad, Vicente Cabezuelo, afirma que entre estos montones de papeles no sólo se encuentran manuscritos referentes al gran satírico español, "lo que sucede es que el torreño se emborracha hablando de Quevedo". últimamente se ha dado con cartas y documentos, incluso en francés, pertenecientes a la guerra de la Independencia. "Esto", dice José María, hijo del fallecido funcionario, "ya lo sabía mi padre. Me dijo poco antes de morir que había descubierto nuevas cosas muy interesantes, que las tenía apartadas, y que ya iríamos algún día a verlas".
Estos legajos se encontraron entre las ruinas de una sala del antiguo ayuntamiento llenos de polvo, mugrientos, mojados por las goteras, roídos por los ratones. Formaban una especie de masa o conglomerado sobre el cual se leía en una notita: "Papeles del siglo XVI inservibles".
"Primero mi padre tuvo que separarlos", explica José María junior, como gusta que le llamen, "y ello lo hizo en ocasiones con la ayuda de un azadón. Él no tenía ningún tipo de estudios y le resultaba sumamente difícil leer los primeros papeles. Con algunos se tiró más de dos meses intentando descifrarlos. Luego, con el paso del tiempo, llegó a leerlos de corrido y con escasas dificultades. En los 40 años que ha dedicado al estudio de este voluminoso material ha podido descifrar siete tomos del mismo, y encontró entre ellos diversos escritos sobre los pleitos de Quevedo o registros municipales de sus propias armas".
Además de la labor de investigación que realizaba día a día, Lozano tenía también que velar por la seguridad de los manuscritos, y en más de una ocasión tuvo que quitárselos de las manos al encargado de la limpieza del ayuntamiento, que se disponía a echarlos al fuego.
"¡Qué crimen!"
El día que trasladaron los papeles desde la antigua casa consistorial al local de la Cámara Agraria, el espectáculo era escalofriante: "Los echaban a un remolque como si fueran alpacas de paja o melones", según José María, hijo. "Todo lo que mi padre había ordenado se volvió a desordenar. Los dejaron allí espurreados por el suelo y totalmente olvidados". Actualmente los papelajos están amontonados en el suelo de dos habitaciones del nuevo ayuntamiento. Es denigrante la impresión que producen miles y miles de manuscritos, que pueden ser una ayuda valiosa para conocer mejor nuestra historia, apilados y en condiciones de conservación que dejan mucho que desear.
En el colegio de la localidad, en un aula de la segunda planta, se puede contemplar, junto a otros cuantos papeles del siglo XVI mezclados en el suelo o en las estanterías con el Boletín Oficial del Estado, el sillón de despacho que usara Francisco de Quevedo durante sus estancias en Torre de Juan Abad. Este mueble, que se encuentra entre mesas y sillas del aula, y sobre el cual escribió el insigne autor obras tan singulares como El mundo por de dentro o Poesías morales, se defiende por sí solo de la humedad, el polvo y el sol.
Lo que no llegó ni tan siquiera a defenderse fue la casa que el escritor tenía en Torre de Juan Abad. Ha sido demolida por completo y tan sólo queda la señal de un escudo en una pared del interior del patio y el pozo, que aunque semiderruido aún puede ofrecer más de un vaso de agua.
Isabel Cano y Daniel Vélez Santos, de 82 y 83 años, respectivamente, son los nuevos moradores de este distinguido solar. Ambos encuentran de lo más normal mi visita, porque, según me dicen, "aquí viene muchísima gente a ver la casa". "El otro día vino un extranjero y se llevó una bolsa de tierra del pozo", añade Isabel Cano.
"Lo que sí fue una lástima", prosigue la viejecita, "es que tiraran el portón de madera y las dos columnas, hermosísimas, que había a la entrada". "Estábamos de obras", aclara Daniel, "y mientras fui por clavos ahí al lado, los albañiles lo demolieron todo. Manuel, el cura al ver que lo derribaban ya, dijo: '¡Qué crimen están haciendo; el valor que tendría la casa de Quevedo con sus columnas!". Le pregunto: "¿Sabe usted algo de Quevedo?". "No, hijo", responde "pero hay que ver qué poeta sería, ¿eh? Todo el mundo que viene habla de lo sabio que era".
Otro objeto perteneciente al gran escritor de nuestro Siglo de Oro que se guarda celosamente en este su señorío de Torre de Juan Abad es el tintero, de forma hexagonal, que recuerda la cerámica talaverana.
"Me parece detestable la postura de la Administración al respecto", dice José María, hijo. Aquí nadie sabe con seguridad dónde se encuentra el tintero o el sillón. Unas veces están en una habitación y otras veces en otra. No sería la primera vez que alguien ha venido a verlos y se ha tenido que marchar de vacío, por el desconocimiento en el pueblo de su paradero".
Abandono oficial
Los manuscritos aparecen igualmente amontonados en varios locales de Torre de Juan Abad. Ahora ya no hay nadie que se ocupe de continuar el trabajo de ordenación y catalogación del ya difunto José María Lozano. El alcalde de la localidad apunta que lo único que se piensa hacer a corto plazo con estos legajos es llevarlos a la Casa de la Juventud que se inaugurará próximamente y dejar que continúe la labor de investigación un grupo de chavales del pueblo, que con tal fin va a constituir una asociación cultural.
"Esto", dice José María, hijo, "es insuficiente para este tesoro de nuestra historia y vergonzoso para el Ministerio de Cultura. La única salida sensata sería traer un paleógrafo becado por el ministerio que se dedicase por completo a este tema. Es lo que se está haciendo en Torre Nueva, una aldea que perteneció a nuestro pueblo". La mayor ayuda fue de la Administración centrista, que les envió muchas carpetas de plástico para archivar todo el material.
Si alguien se ha acordado de lo que existe en Torre de Juan Abad ha sido la mayoría de las veces para llevárselo. "En cierta ocasión", dice Vicente, el alcalde, "le pedí una ayuda económica al gobernador de Ciudad Real para construir un archivo y colocar los manuscritos. Me dijo que no había dinero para ello y que los documentos debían ir a Ciudad Real para que estuviesen a la vista de cualquier español, pues son parte de nuestro patrimonio histórico y cultural. Yo le dije que Torre de Juan Abad también es España y que quien quiera verlos sabe dónde están".
Babelia
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