El premio multimillonario llegó a los pueblos desde la central de la Caja Rural
Beatriz Álvarez Gilsanz, una guapa y joven lotera de 22 años, fue quien condujo directamente la fortuna a Valladolid. El vehículo indirecto fue la Caja Rural provincial, que adquirió en la administración número 22, situada a pocos metros de la sede central de la entidad bancaria, todas las series del 50.076. La Caja Rural suele comprar 10 números para repartir por sus sucursales, con lo que, además del gordo, se hizo con los números anterior y posterior.Los empleados de esta sociedad se quedaron con unas cuantas participaciones, que suponen más de 500 millones, y el resto se distribuyó entre las agencias de Villalón de Campos, Tordesillas e Íscar. Beatriz Alvarez lo vendió todo, así que a ella no le ha tocado ni un duro. Pese a esta circunstancia, está muy satisfecha y asegura que "no me importa porque a una buena lotera lo que más debe interesarle es repartir dinero, no quedarse con él. Es, por tanto, un gran día para mí".
Una vez en Villalón, Íscar y Tordesillas, el 50.076 se pulverizó en pequeñas participaciones. Se cumplió un año más el rito: quien tiene un número del sorteo de Navidad lo distribuye o cambia con familiares o amigos a fin de que todos los del pueblo, incluidas enemistades, participen de todos los números que aterrizan en la localidad. La filosofía, no exenta de desconfianza, es simple: "Si cae el gordo en el pueblo, que yo no tenga mañana que tirarme de los pelos".
El proceso cumple una nueva etapa cuando el número llega a villas que son cabeceras de comarca y centro de la actividad comercial y bancaria de estas zonas rurales. Clientes conocidos, vendedores, proveedores y público en general compran pequeñas dosis, inspirados en el tópico por si acaso. Hay además una especie de obligación.
Así, por ejemplo, quienes compran en la pescadería La Morena de Campaspero le piden a Ismael, el pescadero, que les guarde algo. E Ismael ha repartido este año 1.600 millones. Quien compra aceite y fruta en la tienda de Megeces, localidad cercana a Íscar, adquiere, junto a las naranjas y los mejillones en escabeche, el numerito que les ofrece el dueño. Y así han llegado a este pueblo 400 míllones, más de uno por habitante.
Tanto el director de la Caja Rural como la propia Beatriz Alvarez estaban seguros minutos después de conocer el resultado del sorteo de que el premio se había repartido entre numerosas personas. Y es que el mundo rural de la vieja Castilla y León guarda celosamente sus costumbres y no introduce cambios casi nunca.
La cadena, una vez más, ha funcionado: una administración que compra el premio; una entidad muy arraigada en la provincia que lo distribuye, y decenas de modestos agricultores, ganaderos y empleados que compran su participación, temerosos y anhelantes de un por si acaso que hoy en Valladolid ha sido una realidad.
Y pobre de aquel que haya dejado pasar la oportunidad sin llevarse ni un duro. Las burlas a partir de ahora pueden figurar en el libro Guinness de los récords o dar lugar a apodos que marcarán para muchas generaciones a los miembros de la familia que pudo comprar el número y no lo hizo.
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