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Los desrusificadores

Uno de los bagajes más peligrosos de la cultura de la izquierda tradicional era su confianza en la existencia de verdades absolutas que daban sentido a la historia. Podía hablarse de un providencialismo materialista que sustituía a una visión teológica de la historia por la utilización teológica de las leyes de la historia. Los hechos han sido más tozudos que las ideas, y, salvo reductos de esencialismo y dogmatismo, la izquierda que no encarna poder sobrevive en un inestable talante desde el que en toda crítica hay autocrítica y en toda propuesta su relativización. Es decir, la izquierda aún hoy militante en su inmensa mayoría es relativista y tiende a asumir la liberalidad como expresión de sus ignorancias asumidas, de sus dudas radicales.En cambio, ha aparecido en Occidente un ejército de reserva espiritual formado por ex marxistas que actúan como jauría ideológica en busca de las pantorrillas de la izquierda permanente. Desde el aval moral que les reporta su viejo conocimiento de la no verdad marxista e incluso pasados compromisos políticos que conllevaron cierto riesgo, se presentan ahora como un Hare Krisna que volvió del frío y descalifica a cuantos continúan más o menos donde estaban, repito, más o menos. Yo no sé si con la agresividad de sus descalificaciones estos curiosos liberales dogmáticos expresan su indignación ante lo que consideran falsas virtudes o su violenta necesidad de autoafirmar a la menor ocasión su disidencia. Piensan para pensar lo que antes no pensaron. Pisotean a las alimañas pequeñas si son sospechosas de afinidad roja y no dicen esta boca es mía ante las bestias feroces, sea cual sea su sexo y estado, si entre sus funciones útiles figura la de depredar alímañas marxistas leninistas. Sospecho que, autojustificados por lo que en el pasado entregaron a la causa, pasan ahora factura excesiva por sus complicidades, impelidos tanto por una cierta sensación de ridículo como por el narcisismo del que no quiere pasar a la posteridad como tonto útil o inútil. Es su problema. Pero ocurre que son tantos sus gritos y aspavientos que se han convertido en un molesto ruido intelectual de fondo o jeremiaco o prepotente, con malas maneras de cazadores de brujas y runrún de roedores siempre de un mismo palo.

Es posible que tardíos descubrimientos por su parte (por ejemplo, descubrir en los años sesenta que los procesos de Moscú de los años treinta fueron una sangrienta farsa) les hayan condicionado un síndrome hidrófobo ante las coloraciones que queden a la izquierda del rosa, y van por el mundo tratando de convertir al errado a liberalazo limpio. Han adquirido una curiosa posmoralidad histórica, que les lleva, por ejemplo, a

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Los desrusificadores

Viene de la página 11 condenar a ojos ciegas todo lo que hacen los sandinistas y a justificar, en un correcto bajo tono de voz, todo lo que hace Estados Unidos para oponerse a la subversión marxista en América Latina. Ellos poseen la fórmula de la revolución liberal, la vieja fórmula de Blanco White y lord Byron, para hacer posible la igualdad, la libertad y la fraternidad allí donde no las hay, y si se les acusa de utopistas, con mucha razón contestan que tanta o más utopía hay en la vía de la revolución armada que finalmente devora a sus hijos. Y a los que ante la opción "o el sandinismo o Reagan" -opción realmente existente- eligen el sandinismo, no vacilan en acusarles de rusificadores, porque apostar por el sandinismo significa hacer una apología indirecta de la penetración de la URSS en América Latina. Y rusificador es también el que denuncia el bloqueo americano como la principal causa de que la revolución cubana dependa de la ayuda soviética para su supervivencia o el que está de acuerdo con que los voluntarios cubanos ayuden a otros pueblos en sus luchas emancipatorias. Es decir, estos liberales de nuevo tipo proponen una foto fija del mundo y a partir de esa foto fija permitir que las reglas del juego de la revolución liberal nos pongan en el camino del final feliz. Recuerdan gota de sangre a gota de sangre toda la crueldad revolucionaria comunista, pero olvidan que no ha habido ninguna causa democrática liberal posterior a 1945 que haya sido realmente impelida por los centros de poder occidentales, y que son varias las experiencias democráticas liberales que han sido aplastadas implacablemente por esos centros de poder si implicaban la recuperación de una cierta soberanía nacional frente al imperialismo.

Realmente, no hay avales para la fe, como no sea la creencia cultural en que los hombres orientados hacia respetos elementales, el de la vida y el de la libertad material y espiritual, pueden dar un sentido positivo a un paisaje que no tendría sentido si el hombre no se lo inventara, o que tendría el sentido aportado por cualquier otro animal hegemónico, incapaz de llegar a los niveles de maldad intelectualizada del hombre, pero también incapaz de llegar a la bondad intelectualizada por la que el hombre ha estado y está incluso dispuesto a perder la vida por los otros. Y en esa radical duda de la duda estriba el difícil juego de atravesar el filo de la navaja de la incierta certeza que nos lleva al final del milenio. Es preferible ese difícil caminar por tan estrecho filo a aquella ignorante seguridad que se adquiría con veinte duros de marxismo y un millón de intransigencia. Pero también es preferible a esa prepotente seguridad de dogmáticos de la disidencia, auténticos rangers cazadores de cabezas rojas preclaras o no, que te ponen la piel de oso moscovita encima, quieras o no quieras, te guste o no te guste, para justificar luego no sólo el disparo certero, sino la foto de cazadores con escopetas humeantes, con más o menos pie sobre la bestia según la velocidad del disparo. E incluso hay quien dispara cuando el oso ya está abatido y además no le da.

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