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Bruno Visentini

El ministro italiano de Finanzas se ha propuesto hacer pagar los impuestos a los evasores de siempre

Juan Arias

A Bruno Visentini, ministro italiano de Finanzas, de 70 años de edad, acaban de apellidarle el último de los protestantes. Es una especie de quijote que se ha propuesto, por primera vez en la historia de Italia, hacer pagar los impuestos también al gran mundo de los eternos evasores: los comerciantes y los profesionales. La guerra está en curso en el Parlamento, donde Visentini ha ido perdiendo apoyo poco a poco. No se sabe aún si la perderá o la ganará, pero, de cualquier modo, su nombre pasará ya a la historia.

Victorioso o derrotado, Bruno Visentini es ya odiado por 10 millones de italianos. Algunos le llaman hasta por teléfono para preguntarle si se acuerda de cómo murió Kennedy. Y se lo explican por si no lo sabe: "A tiros". Pero Visentini, que no es marxista, sino republicano de pura cepa; que no es un obrero, sino un burgués que ha declarado siempre al fisco millones de pesetas de ganancias anuales, ni siquiera ha cambiado de número de teléfono y responde él personalmente cuando está en casa.Todos los partidos que apoyan al actual Gobierno, presidido por el socialista Craxi, comenzaron dándole la razón sobre el papel: había que hacer pagar los impuestos a todos, ¡pues no faltaba más!

Él les alertó diciendo que al final no le seguirían. Pero democristianos, socialdemócratas, liberales y hasta socialistas estaban seguros de que en el fondo Visentini era un viejo león que acabaría siendo amansado, según la antiquísima costumbre política italiana.

Pero este anciano burgués veneciano, que sueña con ser alcalde de la capital de la laguna, presidente ya de la Fundación Cini, de la raza del difunto La Malfa y de Pannunzio, pragmático y utópico al mismo tiempo, tiene la virtud o el pecado que le falta al italiano medio, el orgullo, y le falta la esencia de la política de este país, la ductilidad sin medida. Y se está estrellando. Se ha quedado solo en el Parlamento. O, lo que es peor para su Gobierno, han acabado apoyándole únicamente los comunistas.

Le llaman el gran antipático, pero está ganándose la simpatía por lo menos de todos aquellos trabajadores a quienes cada mes el fisco les arranca un buen pellizco de su sueldo quieran o no. Y le aplauden cuantos sueñan para el país la imposible justicia fiscal, igual para todos.

Es un hombre que ha estado, desde los tiempos de De Gasperi, en el poder político; pero no ama dicho poder, o no lo ama a toda costa, y eso le convierte ya en un personaje casi marciano.

Cada día repite machaconamente que no tiene sentido seguir de ministro si no aprueban su ley, ya que aún no ha encontrado un solo político o un solo ciudadano que niegue que los impuestos deben pagarlos todos. Nadie se cree que deje el cargo de ministro porque eso es algo increíble en Italia. Pero Visentini lo hará si su ley es mutilada gravemente.

Se subraya que cuantos han probado la imposible tarea de hacer justicia fiscal, desde Quintino Sella a Ezio Vanoni, recogieron siempre impopularidad, antipatía y odio.

Eso es lo que le espera al severo, triste y terco político veneciano. Él responde que le da igual, que su batalla no es moral, sino de simple decencia social, ya que, dice, lo que nunca debe perder un hombre es el honor de vivir. Y añade, citando a un viejo autor francés, que "para responder a este honor hay que hacer algo en la vida". Y lo apostilla con una pregunta: "¿Por qué, si no, estuvimos contra el fascismo?".

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