Australia: un país conservador se dispone a reelegir a los laboristas
Australia es un solar en buena parte semidesértico, que atesora ricos yacimientos minerales y ofrece grandes extensiones de pasto para sus 136 millones de ovejas. El nuevo y esperado triunfo de los laboristas será tan sólo una de tantas contradicciones aparentes de uno de los países más grandes del mundo en extensión, pero escasamente poblado: apenas 15 millones de habitantes para un territorio de casi ocho millones de kilómetros cuadrados, 15 veces mayor que España.A pesar de que la riqueza de Australia depende de la exportación de minerales y de productos agrícolas y ganaderos -la producción rural proporciona el 40% de las exportaciones-, el 86% de la población vive en ciudades y sólo el 7% se dedica a la ganadería o a la agricultura.
Al llegar un europeo a una ciudad australiana le sorprende la falta de desarrollo vertical. Los rascacielos sólo existen en el corazón de las capitales, zona reservada al comercio. Por lo demás, no es fácil encontrar siquiera bloques de pisos, pues la mayoría de los australianos viven en viviendas unifamiliares, normalmente de su propiedad. Las estadísticas son claras a este respecto: sólo el 3% de la población alquila su vivienda.
A pesar de su concentración en las ciudades, los australianos no han perdido su gusto por la aventura, los deportes y los espacios abiertos, heredados de los colonos que conquistaron el país hace apenas unas generaciones. El entorno facilita en buena parte la satisfacción de estas inclinaciones. Las dos terceras partes del continente tienen un clima tropical, mientras ,en el resto predomina un clima de ,inviernos suaves y veranos un tanto calurosos.
Situada casi en nuestras antípodas, Australia está inscrita inequívocamente en la órbita occidental, tanto en cuanto a opciones políticas como a forma de vida. Sus pactos militares con Estados Unidos o su participación en la guerra de Vietnam no son sino consecuencias lógicas de una situación claramente capitalista, donde se dice que los sindicatos son todopoderosos, pero nadie pone en entredicho el principio del despido libre.
Además de occidental, la australiana es una sociedad profundamente anglosajona. A pesar de la llegada de numerosos emigrantes y refugiados en los últimos 40 años -una de cada cuatro personas no ha nacido en el país-, la herencia británica está profundamente enraizada. El respeto a las libertades públicas e individuales y el afán de previsión y organización de la función pública es característico.
Si bien, a primera vista, sorprende a los europeos la aparente campechanía de los australianos, una observación más profunda revela la existencia de una rígida estructura social, con barreras que no se superan fácilmente.
La gran mayoría de la población forma una vasta clase media, de alto nivel de vida y salarios medios superiores a los 2,5 millones de pesetas al año. Pero, junto a ella, coexiste una amplia población emigrante, cuyos integrantes reciben a veces el trato de ciudadanos de segunda categoría.
Una reciente encuesta ha puesto de relieve la escasa consideración social que merecen estos emigrantes a los ojos del resto de la población, sobre todo por lo que respecta a la emigración de color: de acuerdo con dicho sondeo, el penúltimo escalón social lo ocupan los emigrantes, los libaneses y vietnamitas, muchos de ellos llegados como refugiados.
Emigrantes y aborígenes
Lo cierto es que buena parte de los emigrantes se ha encerrado en comunidades semiaisladas y en buena parte autosuficientes. Un paseo por Melbourne -la tercera ciudad griega del mundo- o Sidney pone al descubierto la existencia de barrios extranjeros, con letreros en griego, italiano, chino o vietnamita en la mayoría de los comercios. Este mundo de emigrantes difícilmente tiene acceso a los centros de poder.
Mayor es aún la distancia que separa a los aborígenes de estos centros de decisión y del resto de la sociedad australiana. Únicos habitantes de este continente hace menos de 200 años, pronto fueron desposeídos por los colonizadores de sus mejores territorios de caza. Hoy sólo sobrevive la mitad de los 300.000 nativos que poblaban Australia en tiempos del capitán Cook. La mayoría están hacinados en guetos en las ciudades o en reservas, en condiciones ciertamente increíbles, si se tiene en cuenta la casi opulencia de sus vecinos.
Sólo unos pocos miles de ellos se han integrado a la nueva sociedad australiana y el 70% está en paro y sobrevive del subsidio de desempleo. Unas pocas tribus se han retirado al desierto y han reanudado su vida tradicional.
Los aborígenes viven pendientes de su batalla por una ley sobre sus derechos sobre la tierra, una promesa laborista cuyo cumplimiento permitiría a las tribus recuperar parte de los territorios expoliados. La oposición blanca al proyecto original, sin embargo, es grande, especialmente entre las grandes compañías mineras y en los centros rurales. El primer ministro del Estado de Queensland, el conservador Joh Bjelke-Petersen, ha llegado a pronosticar una guerra civil en el caso de que prospere el proyecto de ley. El Gobierno laborista de Australia Occidental y el mismo primer ministro han dado recientemente marcha atrás y han negado el poder de veto de los aborígenes a la extracción de minerales en los territorios que les puedan ser devueltos.
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