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Días de dolor en México

San Juanico es un pueblo fantasma calcinado por las llamas

La tragedia del gas ha convertido a San Juanico en un pueblo fantasma. En un radio de un kilómetro, los soldados rodean la zona del cinturón suburbano de la capital de México, en la que, en la madrugada del lunes, explosionó una planta de gas de la empresa estatal de petróleos (Pemex). Miles de personas recorren hospitales y albergues en busca de familiares que se niegan a localizar entre los cadáveres acumulados en el depósito de Santa María Tultepec. Según la Cruz Roja, el Seguro Social y el hospital Magdalena de las Salinas, se han recuperado más de 300 cuerpos sin vida.

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La mayor catástrofe causada por el gas

Al pánico inicial ha sucedido un silencio terrible. La peste tomó aquí forma de caprichosas lenguas de fuego que calcinaron casas y redujeron a chatarra cilindros de almacenamiento de gas con paredes de acero. Donde no llegaron las llamas cayeron bloques de cemento y enormes trozos de gasoducto. Un tanque del tipo salchicha voló, hasta un kilómetro del lugar de la explosión.El infierno duró 16 horas. A las diez de la noche del lunes, un millar de bomberos abandonó la planta de San Juanico. El frío del altiplano caía como un alivio. Al fondo se veía arder sobre una enorme esfera la típica llama que corona todas las refinerías.

El mayor Víctor Ramos, que coordinó la brigada antiincendios, explicó que ése era el signo más importante de que el gas se estaba quemando con normalidad, sin peligro de nuevas explosiones. Mangueras automáticas seguían arrojando agua para mantener a baja temperatura el contenido residual de los tanques.

La instalación de Pemex tenía 49 cilindros y seis esferas. Sólo dos de éstas se salvaron del fuego, y en ellas se centró durante todo el día la mayor preocupación, ya que las altísimas temperaturas podían provocar su estallido. A media tarde una llama surgió en su extremo superior y el jefe de bomberos pudo anunciar finalmente que el fuego estaba bajo control. "Esa flama fue lo que estuvimos esperando todo el día. Si hubiera nacido en la base aún tendríamos peligro, porque eso querría decir que el gas estaría expandiéndose sin control".

Los tanques de almacenamiento estaban a tope de carga, como ocurre todos los lunes, ya que durante el fin de semana no hay servicio a las empresas de distribución. Esto significa que había unos 80.000 barriles de gas licuado, equivalentes a 12,7 millones de litros. Un técnico en explosivos asegura que su capacidad destructiva acumulada podría compararse a varios cientos de toneladas de pólvora.

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Pemex no ha hecho público aún el informe sobre las causas del accidente. Sus portavoces, encabezados por el director general, Mario Ramón Beteta, se limitan a sostener que el fuego se originó fuera de la planta. Como hipótesis más probable se sigue manejando la eventual colisión de un camión tanque que no ha sido descubierto. Se ha descartado que el incendio se originara en alguno de los cuatro gasoductos que convergen en la zona, ya que en este caso la destrucción hubiera sido mucho mayor.

Junto a las tareas de extinción del fuego, la operación de emergencia, coordinada Por el Ejército, se orientó en varias direcciones: evacuación de 250.000 personas ubicadas en el área de mayor peligro, rescate y asistencia de casi 2.000 heridos y búsqueda de albergues y alimentos para cerca de 20.000 familias que quedaron en la calle, bien porque su casa fue destruida, bien porque no podían regresar a ella por razones de seguridad.

Partos de emergencia

Las aulas del Instituto Politécnico Nacional (nueve edificios de tres plantas) cobijaron durante la noche a cerca de 18.000 personas entre ellas 7.000 niños y 800 bebés El rector del centro, Manuel Garza, hizo un llamamiento a la población para que lleve biberones pañales y hornillos con que calentar leche."Hemos tenido que atender tres partos aquí mismo porque las madres se encontraban en una fase tan avanzada que no podíamos enviarlas a un hospital para que diesen a luz". Varias decenas de mujeres embarazadas pudieron llegar hasta los centros médicos habilitados para hacer frente a esta emergencia.

La antigua basílica de Guadalupe se convirtió por un día en hospital de urgencia. El abad, Carlos Schulemberg, trataba de consolar a cientos de quemados, sometidos a una primera cura, hasta encontrarles cama en alguna clínica, y a otros muchos que nada sabían de sus familias.

Con la mitad derecha de su cuerpo convertida en llaga, una mujer pregunta por su marido y sus dos hijos, perdidos en medio del pánico. "Mi esposo estaba para salir al trabajo cuando ocurrió la primera explosión. Nos despertó a todos y nos dijo que nos levantáramos deprisa porque había fuego. Salimos a la calle, pero poco después vino la segunda explosión y los perdí. No he vuelto a saber de ellos".

Relatos de esta índole se suceden en una letanía interminable. Las emisoras de radio sirven de enlace entre familias que han sido divididas en distintos hospitales. Sólo en última instancia, los damnificados acuden hasta el depósito de Santa María Tultepec, a 15 kilómetros, para un reconocimiento que resulta imposible.

Un portavoz de la procuraduría de la República asegura que sólo un 3% de los cuerpos rescatados podrá ser identificado. Bolsas de polietileno guardan restos humanos carbonizados.

La segunda fase del plan de emergencia está orientada ahora a salvar el mayor número posible de heridos y a restituir en lo posible sus pérdidas a cerca de 20.000 personas que se quedaron sin otra cosa que un trozo de tierra bajo sus pies y el cielo por techo.

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