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Crítica:SEIS DÍAS DE ARTE ACTUAL EN BARCELONA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La vieja moda de las 'performances'

La segunda edición de los Seis Días de Arte Actual se inauguró hacia las ocho de la tarde del lunes de la pasada semana en el centro cívico de las Cotxeres de Sants de Barcelona. La inauguración se hizo de un modo francamente clásico: una audición musical comentada. Si sería clásico lo actual, que la obra que presentó el compositor portugués Jorge Peixinho -discípulo de Stockhausen, Nono y Boulez entre otros- llevaba por título As quatro estaçoes y estaba dedicada a la memoria de Franz Joseph Haydn. Obra elaborada por Peixinho a lo largo de cuatro años (196872), ha sido escrita para una insólita combinación de cuatro instrumentos (trompeta, arpa, violonchelo y piano), tiene como uno de sus referentes históricos las cuatro estaciones vivaldianas, se articula en cuatro partes y consta de 16 secciones principales. Todo un monumento cabalístico.A las 10 de la noche del mismo día entró en acción la también portuguesa Elisabete Mileu para inaugurar una nueva tanda de performances en Barcelona. Mileu presentaba el cuerpo desnudo y completamente recubierto por una purpurina de color gris metálico. A modo de escenografía, tres grandes triángulos construidos con polvos de pintar en el suelo (dos de un calabaza subido y negro el tercero y central) y un lienzo vertical a modo de decorado en el que se mostraba un torso semifigurativo que tanto podía ser Groucho Marx sin gafas como la Dama de Elche con el símbolo feminista prendido sobre la tetilla izquierda. Como todo atrezzo, un par de barras de pan de cuarto de quilo, una espléndida escarola, una merluza de unos tres palmos de longitud, la tráquea de algún cuadrúpedo sin identificar y un soberbio cacho de paletilla de no menos de tres quilos de peso.

Depositados todos esos alimentos ante los triángulos reseñados, Mileu avanzaba reptando por el suelo desde el lienzo hacia ellos, unas veces sobre la pintura constituida en polígonos, otras sobre los gélidos baldosines de la sala.

Autosobes y cabriolas, restregones con tráquea, merluza, escarola o lo que cayera a mano en funciones de inusuales estolas, y pare usted de contar. La concurrencia perpleja y aburrida. La artista, algo inquieta y disgustada por el resultado que estaba provocando su performance. Nulo.

No se crean que eso de la performance no tiene sus peligros. Que se lo digan a Elisabeth Mileu, quien tras terminar su masturmance del lunes por la noche tuvo que ser trasladada de inmediato al servicio de urgencias del hospital Clínico barcelonés para que le practicasen un lavado de estómago. Carne, vísceras, pez y panes quedaron fuera de toda sospecha; Mileu había sufrido una intoxicación al ingerir los pigmentos pictóricos sobre los que se revolcó.

La segunda jornada del ciclo contaba con la presencia de representantes autóctonos para sumergirnos una vez más en el lindo juego de las performances. Pero lo que son las cosas, a la posibilidad de contemplar otro ejemplo de la manifestación artística más en boga en este otoño barcelonés se unió la inesperada y estimulante sorpresa de asistir como testigos a un entrañable experimento científico. Leonard Board y Pep Kamps nos ofrecieron con su Zoo una nueva oportunidad de hacer bueno el antiguo aforismo de instruir deleitando.

Gallinas y porexpán

La etología del futuro quizá deba reconocer algún día sus débitos con ese par de intrépidos performantistas catalanes. El sabroso fenómeno se produjo como resultado de la feliz convergencia entre tres sueltas sucesivas, la de ocho hermosas gallinas, la de un saco de diminutas esferas blancas y la de otro relleno de excrementos. Fue emocionante ver como después de unos 20 minutos de íntima convivencia dentro de un improvisado corralillo, las gallinas artistas estaban entregadas a saborear las posmodernas bolillas de porexpán en detrimento de la clásica mierda, a la que no le hacían el menor caso.Sus idas y venidas a lo largo y ancho de la sala fueron puntualmente seguidas por una cámara de televisión. La parte audio del tinglado se la habían encargado el día antes a los chicos de la Fura del Baus. Mientras, Sisa comentaba que todo le sonaba a ya visto mucho antes.

El tinglado que se monta Peter Sinclair, otro de los artistas que acudio a las jornadas, para performancear tiene sus telendegues. Imagínense un cruce de hombre orquesta de la era misílica, discípulo aventajado del ínclito profesor Franz de Copenhague y recuperador de desperdicios profesional. Consideren ahora que un individuo con semejantes características decida reciclar sus capturas de basurero para inventar con ellas una serie de fuentes de sonido, las conecte todas a un tablero de mandos y accione a distancia y por medio de simples circuitos eléctricos la totalidad del chiringito. Tendrán como resultado uno de los más vistosos hombres-orquesta de la transvanguardia, y en cualquier caso, una gozada simpática puesta en pie con una excelente dosis de soma e imaginación.

Difícil, incluso aseguraría que imposible, ofrecer una valoración musical sobre un concierto para nueve instrumentos plena e integralmente desconocidos. Mi pobre oído me dice que todos ellos parecían correctamente afinados.

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