Un trío inteligente de Montsalvatge
Nuevo y justificado triunfo de Xavier Montsalvatge, anteayer en la Sala de Columnas del Palacio Real. Bajo la presidencia de la reina Sofía, un público numeroso, parte del cual tuvo que permanecer en pie, ovacionó al compositor catalán después del estreno de su Quadrivium para violín, viola y violonchelo, excelentemente interpretado por los profesores Pedro León, Emilio Mateu y Pedro Corostola. Estos, en unión del pianista Joaquín Soriano y el contrabajista Jaime Antonio Robles, completaron el programa con una preciosa versión del Quinteto en la mayor, denominado La trucha, porque el lied de ese título dio pie a las variaciones que siguen al scherzo.
La obra camarística de Xavier Montsalvatge, sin ser muy extensa, posee gran calidad y belleza, desde las Variaciones sobre la españoleta de Farnaby, hasta este Quadrivium, ultimado en 1983 y conocido ahora. Con abundantes alusiones a su manera antillanista -tan bien comentado por Manuel Valls, recientemente fallecido y cuyo recuerdo estaba anteayer en la mente de cuantos le conocimos como músico y amigo-, el Cuarteto indiano (1951) fue notablemente superado por la Sonata para violonchelo y piano (1971),una de las obras más consistentes y atractivas de la música de cámara española. Sin contar obras menores y deliciosas, el ciclo se completó en 1983 con dos aciertos que responden a dos comprometidos desafíos: la Fantasía para guitarra y arpa, pensada y realizada para Yepes y Zabaleta, y Quadrivium.
Se trataba en la Fantasía de resolver la juntura de dos instrumentos ni lo suficientemente contrastados ni lo bastante consanguíneos. Montsalvatge encontró el difícil punto de coincidencia, allí donde la lógica coherencia sonora se alía con el protagonismo equilibrado de arpa y guitarra. Imaginación, color, virtuosismo y ritmo (un aire en modo brasileño) dominan y caracterizan cada uno de los cuatro movimientos.
Lenguaje variado
En el caso del trío, la dificultad era distinta: había que dar con un lenguaje variado y multicolor para tres miembros de la misma familia instrumental, y era necesario superar una evidente falta de tradición española en la combinación de violín, viola y violonchelo. Puestos a recordar, y citando sólo páginas vivas en el repertorio, encontramos únicamente los antecedentes de Julián Bautista, uno de los más altos valores de la generación de 1927, y Luis de Pablo, uno de los cabezas de fila de la generación de 1951.
Montsalvatge trazó su plan en cuatro tiempos que son una suerte de exégesis relativas a las cuatro artes matemáticas que componían el Quadrivium, en cada una de las cuales domina un determinado valor compositivo: la forma, para la música (primer tiempo); la exactitud rítmica y la precisión de diseño, para la geómetría (tiempo segundo); la conjunción de armonía, timbre y distancia, para la astronomía (movimiento tercero); y la obstinación aritmética, para el final.
Conjugar tal suma de procedimientos, imaginados y realizados con la fantasía propia de un instinto musical auténtico y el refinamiento acústico de una sensibilidad muy aguda, ha sido el triunfo de Montsalvatge. No olvidemos que se trata de un creador que, a lo largo de su evolución y con las mutaciones propias en el desarrollo de una personalidad, ha mantenido siempre en su música una imagen veraz y expresiva sin caer en exageración. El comedimiento del carácter catalán parece limar de cualquier posible demagogia la obra de Montsalvatge.
Su actitud a la hora de crear no pierde de vista el mundo cultural que rodea y en buena parte condiciona todas las expresiones artísticas. Montsalvatge ha conseguido, en cierto modo, como Penderecki, salvando todo lo salvable, hacer sustancial lo que en principio pudo parecer eclecticismo. En realidad se trata de una manera de mirar, completa y absorbente, que no entiende de adhesiones estéticas que suponen renuncias.
Babelia
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