Las masas humildes se echaron a la calle para despedir a Indira
Las masas, infatigables y humildes, se echaron ayer a las adles de Nueva Delhi casi desde que amaneció. Todos querían ver pasar el cortejo funebre. Muchos llevaban, incluso, la radio de transistores que les regaló el Gobierri o de Indira Gandhi a cambio de dejarse esterilizar. Ahora, con ese aparato, escuchaban los comentarios oficiales de la ceremonia final, la cremación del cadáver. La ciudad quedó paralizada. De la Vieja Delhi, la zona más castigada por la violencia, salían envueltos en harapeis los intocables y los descastados.
Las masas querían ver cómo ardía la pira de su líder brahmana, tal vez ya reencarnada en un ave, en un guru, en una ballena. El fuego y la transmigración del alma siguen siendo, para ellas, un misterio aterrador.Los sijs se ocultaron en sus casas y algunos se causaron heridas para refugiarse en el hospital, que es siempre un lugar más seguro. Uno dijo: "Yo sólo espero que esa mujer no vuelva al mundo como persona, que vuelva como una rata".
Pero la mayoría. habría dado algo por verla de nuevo con vida al frente del país. Esto quedaba claro a juzgar por la inmensa manifestación de duelo, aunque se considere el el culto de la India oficial por la imagen de "Indira, madre de la India".
Rodeada de su familia, apretándose a ella, una humilde mujer lloraba, como tantos iniles de indios, al paso del cadáver. Dijo: "Ella era mucho más para nosotros, los pobres, que para los ricos; quería acabar con la miseria, lo había prometido". No le han dado tiempo. Y mas de ]la mitad de la población aún sigue por debajo del nivel oficial de la pobreza.
Esta misma mujer quería que sus hijos vieran y comprendieran lo que estaba pasando. En su inglés ineducado, roto, repetía: "Tienen que recordarlo siempre, los niños no deben olvidar el asesinato". A la espera del lento paso del cortejo, los grupos de amigos se leían unos a otros las noticias de los periódicos, con rumores de agua envenenada en Delhi, con versiones contradictorias sobre casi todo. Nadie estaba seguro si la pena capital sigue o no en vigor.
La capital, Nueva Delhi, era una ciudad fantasmal, bajo un cielo despejado y una tem, eratupra tibia. "Allá, en aquel edázo de avenida, van a construir el templo de 30 pisos en memoria de Indira", dijo un empleado modesto. "La radio ha dicho que ese monumento lo pagan los norteamericanos", concluyó.
Cuando pasó el cortejo fúnebre, algunos todavía corrían para dar alcance a la comitiva,Pero se fatigaban pronto y paraban. Hablaban agitados. Un guía turístico decía que, en el Sur, siete personas se habían suicidado de pena. Otro confiaba en que una vez convertida en cenizas Indira Gandhi, la'violencia cesará. "Han venido muchos jefes de Estado y no permitirán que pase nada", decía muy asustado un mecánico.
Las vacas sagradas se habían alejado, o las habían alejado, prudentemente, de la multitud. Han sido más obedientes al toque de queda que muchos hindúes.
En los pequeños cafés de la Vieja Delhi no había nada, ni café, ni agua, ni, menos aún, alcohol. Alcohol no se venderá ni se servirá en ningún sitio público hasta que termine el duelo oficial de 12 días.
Por el transistor regalo del Gobierno Gandhi, cientos de miles de personas podían oír las oraciones del último momento y la voz granular del locutor, que explicaba cómo iba ardiendo entre los leños el cadáver de Indira ante los altos dignatarios llegados de todo el mundo.
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