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CAMPAÑA ELECTORAL NORTEAMERICANA

Los estadounidenses piensan que viven mejor ahora que con la Administración Carter

Francisco G. Basterra

La favorable evolución de la economía norteamericana en estos últimos cuatro años (descenso de la inflación incremento progresivo del producto nacional bruto, en términos macroeconómicos, y abaratamiento de la gasolina y de la cesta de la compra en términos de economía casera) hace que Ronald Reagan comparezca ante el electorado con muchos ases en la mano. Su doctrina económica, la llamada reaganomics, ha incrementado las diferencias entre ricos y pobres y ha favorecido a aquellos que han conseguido mantener el puesto de trabajo. Los perjudicados por ella, entre ellos los seis millones de nuevos pobres, no van a acudir a las urnas o lo van a hacer en muy escasa proporción, lo que incrementa las posibilidades de reelección de un presidente que ha sido el más conservador y el más duro en sus relaciones con la URSS.

Ronald Reagan no cree en los economistas que machaconamente le repiten que el déficit gigante (174.000 millones de dólares este año y 263.000 previstos para 1989, alrededor de los 30 y 45 billones de pesetas, respectivamente) que está acumulando el país acabará provocando una brutal recesión. Cuando Martin Feldstein, jefe de los asesores económicos de la Casa Blanca, cansado de repetirle esto al presidente abandonó su puesto para volver a la Universidad de Harvard, Reagan no consideró oportuno sustituirle.En estas elecciones, como hizo con gran éxito en el debate televisado que le enfrentó a Jimmy Carter en 1980, Reagan insiste en formular la pregunta mágica a los norteamericanos: "¿Vive usted mejor hoy que hace cuatro años?". La respuesta afirmativa parece que va a permitirle continuar en la Casa Blanca. Un reciente sondeo realizado para la revista US News and World Report dio los siguientes resultados a la pregunta clave: un 42% respondió que sí vive mejor, un 36,5% dijo que su situación es parecida a la de hace cuatro años y un 20,5% contestó que vive peor.

Entre 1980 y 1984, las familias norteamericanas, por término medio, aumentaron un 3,5% sus ingresos, ajustada la inflación y después de pagar impuestos. Pero el 20% más bajo de la población por su nivel de ingresos perdió un 7,6%, mientras que el 20% mejor situado económicamente mejoró sus rentas en un 8,7%. El mandato de Reagan ha acentuado sustancialmente las diferencias entre pobres y ricos, pero la expansión económica, la más fuerte desde la guerra de Corea, ha elevado mayoritariamente el nivel de vida de los norteamericanos.

35 millones de pobres

Este cuadro de prosperidad general debe ser contrastado con un dato. Seis millones más de ciudadanos son oficialmente pobres desde que Reagan llegó a la presidencia (35 millones de personas se encuadran en esta categoría). El umbral de la pobreza se mide por un listón situado en 5.000 dólares (unas 850.000 pesetas) de ingresos anuales un soltero, y 10.178 dólares (cerca de 1.800.000 pesetas) para una familia de cuatro miembros. La situación para la minoría de 24 millones de negros es aún más dramática. La reaganomics les ha hundido aún más en la miseria: su renta familiar, compara da con la que disfrutaban en 1980, se ha reducido en un 5,3%, el 36% de los negros vive bajo los límites de la pobreza y su índice de paro ha aumentado de un 14,4%, a un 16%.

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Electoralmente, para desesperación de los demócratas, estos datos no harán mucho daño a Reagan, que confía en que el 6 de noviembre sólo vote un 12% de estos norteamericanos que viven en situación miserable, estadísticamente camufiada como umbral de pobreza. Los ricos, los que ganan más de 43.500 dólares (unos 7,5 millones de pesetas) al año; los yuppies, término aplicado a los jóvenes profesionales urbanos, y, en menor medida, la vasta clase media son los principales beneficiarios del boom económico actual y el colchón electoral sobre el que Reagan piensa permanecer en el poder.

La situación de los obreros industriales, los llamados blue collars, es menos clara. Los que no han perdido sus empleos debido a la recesión o a la renovación tecnológica han logrado mantener o aumentar ligeramente su poder adquisitivo. En general, su situación económica se ha mantenido durante estos últimos cuatro años.

La elección se va a decidir sobre este panorama de bonanza económica, y no, como a menudo se cree equívocamente en Europa, por los problemas de la política exterior. Es prácticamente imposible desalojar de la Casa Blanca a un presidente que ofrece precios más bajos de la gasolina y de los alimentos que hace cuatro años y una mezcla de baja inflación (un 4%) y crecimiento económico (este año, el producto nacional bruto crecerá aproximadamente un 6%), más un frenazo al desempleo y el inicio de una recuperación de puestos de trabajo.

Reagan es, probablemente, el presidente más conservador de los últimos decenios. Habría que volver a la época de Harry Truman, en plena guerra fría, para encontrar una retórica más belicosa dirigida hacia la Unión Soviética. Ningún presidente desde Herbert Hoover se ha permitido el lujo de pasar por la Casa Blanca sin mantener una cumbre con los líderes del Kremlin. Reagan ha restablecido la superioridad militar norteamericana -para algunos, simplemente la ha igualado- respecto a la URSS.

Pero el resumen de su mandato no arroja ninguna guerra con soldados estadounidenses peleando en el exterior (históricamente, suelen ser los demócratas, mucho más pacifistas, los que meten al país en aventuras militares de las que luego les sacan los presidentes republicanos) y parece lejano el peligro de una contienda en un futuro previsible.

La firmeza en política exterior reporta beneficios electorales. La mayoría del país apoya la dureza del presidente frente a la URSS.

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