_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un nuevo espíritu y un gran optimismo se han apoderado de EE UU durante el mandato del presidente republicano

Francisco G. Basterra

Estados Unidos vive hoy inmerso en un optimismo desbordante. Los sentimientos del norteamericano medio se encuentran en las antípodas de donde estaban ahora hace cuatro años, cuando se disponía a acudir a las urnas para elegir entre la continuidad de una Administración demócrata impotente y humillada en Irán y el cambio propuesto por un candidato republicano que ofrecía la vuelta a los tiempos en que el país era respetado y temido en el mundo. El veredicto del electorado fue aplastante. Ronald Reagan barrió del mapa norteamericano a James Carter. Hoy, el presidente, que si no ha cumplido todas sus promesas de entonces sí lo ha hecho con las que más llegan al elector, vuelve a comparecer ante las urnas. Nuestro corresponsal en Washington analiza lo que han sido estos cuatro años con Reagan en la Casa Blanca.

Un sentimiento de malestar e impotencia agarrotaba a Estados Unidos hace cuatro años. El país vivía las últimas semanas de la presidencia de Jimmy Carter y cada tarde contemplaba estupefacto, en los telediarios, el drama de los 52 rehenes norteamericanos secuestrados en la embajada de Teherán por Jomeini. Walter Cronkite, el presentador más famoso de la televisión de aquella época, hoy retirado, recitaba lúgubremente, en el servicio de noticias de la CBS, el número de días que los norteamericanos, llevaban secuestrados.Hoy, una nueva ola de optimismo, patriotismo y prosperidad económica recorre el país de costa a costa. El precio de la gasolina y el de los alimentos han bajado, y Ronald Reagan, con 73 años, el presidente más viejo de la historia de la nación, se enfrenta a la reelección, el 6 de noviembre, con todos los triunfos que le da una economía en alza. Al mismo tiempo ningún soldado norteamericano está luchando en parte alguna del mundo.

Walter Mondale y el Partido Demócrata, en una de las batallas electorales más cuesta arriba de los últimos 25 años, tratan de contrarrestar esta avalancha de confianza y advierten que la recuperación económica es falsa e hipotecará el destino de la próxima generación. Pero, según todos los sondeos, la extensa clase media norteamericana se encuentra satisfecha con Ronald Reagan y muy posiblemente le renovará su mandato para otros cuatro años en la Casa Blanca, que pueden significar el remate de una revolución conservadora, que pasaría a la historia de Estados Unidos como uno de los cambios más profundos desde el New Deal de Franklin D. Roosevelt.

América is back (América vuelve a existir). El sueño americano no tiene fronteras. Este y otros eslóganes, usados frecuentemente por el presidente, reflejan, a pesar de su carga de triunfalismo, a menudo insolente, el momento psicológico que vive el país. Reagan ha afirmado que "me gustaría pasar a la historia como el presidente que hizo que los norteamericanos vuelvan a creer en ellos mismos", y, parece estar a punto de conseguirlo. La elección del 6 de noviembre próximo tiende a convertirse en un referéndum sobre el mood (el humor, el espíritu) del país, más que en un examen riguroso de los programas en liza.

Los números no cuadran

No importa que a Reagan no le cuadren los números. Un presidente que prometió un presupuesto equilibrado cuando llegó a la Casa Blanca, en enero de 1981, acaba ahora su mandato con un déficit de más de 170.000 millones de dólares (casi 30 billones de pesetas); pero todos los intentos de Walter Mondale por hacer ver a los votantes que Estados Unidos está a punto de sufrir un "Dunquerque económico de incalculables consecuencias" no son escuchados por la población, para quien las grandes magnitudes, por su carácter astronómico, son incomprensibles.

Los datos que afectan directamente al bolsillo de cada americano son positivos: el poder adquisitivo ha aumentado un 10% durante el mandato de Reagan; la inflación ha descendido a un 4% desde índices de dos cifras en los tiempos de Carter; los tipos de- interés aunque todavía altos, son la mitad de lo que eran en 1980; los impuestos han sido recortados 3, el paro ha disminuido hasta el punto de que Reagan puede afirmar que sólo en unos meses "hemos creado más empleo que Europa en los últimos diez años".

Estas verdades estadísticas esconden realidades que los republicanos tratan de ocultar. La prosperidad originada por la reagannomics, intraducible nombre dado a la doctrina económica de Reagan, basada en la reducción de impuestos y gastos sociales como motorde crecimiento, no alcanza a toda la población. El 20%, de los americanos situados en los niveles más bajos de renta están peor que en 1980, pero los estrategas de la Casa Blanca saben que sólo un 12% de ellos ejercerán el primer martes de noviembre su derecho al voto. Los ricos son más ricos y hay en Estados Unidos más gente que nunca bajo el nivel oficial de la pobreza.

Para los republicanos, se trata simplemente de reducir el papel del Estado, lo que ha demostrado ser bastante popular. La gente de Reagan puede decir que esto ha servido para aumentar el empleo, al obligar a muchas personas, que ya no cobran subsidios y no pueden vivir de la caridad pública, a buscar un trabajo al precio que sea. Ayúdate a ti mismo, que luego el crecimiento económico general te sacará del pozo. Esta es la filosofía de Reagan, que representa un profundo cambio ideológico en este país, donde, desde Roosevelt, ha crecido y se ha practicado con generosidad la filosofía del wellfare state (el Estado del bienestar).

Reagan llegó al poder tras un período histórico de 15 años plagado de humillaciones y frustraciones para América: Vietnam, el Watergate, el embargo árabe del petróleo, los rehenes en Irán. La nación necesita borrar de su memoria estos fracasos y volver a creer en sí misma.

El actual presidente ha logrado, por encima de todo, renovar la confianza de los norteamericanos y hacerles ver que, a partir de ahora, vuelven a ser los primeros (los Juegos de la Olimpiada de Los Angeles supusieron la gran confirmación de este nuevo papel de ganadores). Cuando se llega a Europa, este optimismo contrasta con el pesimismo en que vive inmerso el Viejo Continente, definido aquí como euroesclerosis, esa mezcla, al parecer indisoluble, de estancamiento, inflación, atraso tecnológico y desempleo.

La autosatisfacción se ha instalado en la sociedad estadounidense. El individualismo vuelve a ser santificado como único motor de progreso; no hay sitio, si es que alguna vez lo hubo, para los perdedores en esta sociedad. El Estado ya no les cubre con su manto protector.

Estados Unidos vuelve a ser poderoso, aunque para ello haya tenido que gastar 237.500 millones de dólares de dólares en armamento en 1984 (que representan un 28% del presupuesto federal y unos 41 billones de pesetas), la cifra más alta en tiempos de paz. La Casa Blanca se ufana de que, durante la presidencia de Reagan, los comunistas no han ganado un solo centímetro de territorio en el mundo.

No sólo eso, sino que se han llevado algunas lecciones, como fue la reconquista de la minúscula isla caribeña de Granada, cuyo primer aniversario ha servido para exaltar de nuevo el patriotismo, y la advertencia al líder libio Muamar el Gadafi con el derribo por cazabombarderos norteamericanos de dos de sus aviones en el golfo de Sidra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_