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Tribuna:La celebración del 12 de octubre
Tribuna
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Una propuesta para el V Centenario

La celebración del V Centenario del Descubrimiento de América debería ser motivo, según el autor del artículo, para que las instituciones españolas realizaran un desagravio alas poblaciones indígenas del continente americano y repararan materialmente los males y perjuicios producidos por la conquista con unas ayudas específicas dedicadas a atender a la población indígena de Latinoamérica, casi siempre la más pobre y marginada.

Tengo una simple propuesta para ayudar a conmemorar, en un ambiente de justicia y verdad, el V Centenario del Descubrimiento de América: Que inviten al palacio Real de Madrid a los descendientes de los aztecas que quedan en la Tarahumara de México; a los mayas del Petén, en Guatemala; a los caribes del Darién; a los aimaras de los Andes, herederos directos del gran imperio incaico; a los araucanos del sur de Chile. (En buena justicia, las personalidades españolas tendrían que ir a visitar a los indígenas en sus aldeas, pero esto no sería operativo.)Que el Rey de España, en cuyo nombre se conquistaron las tierras de los indígenas; el jefe del Estado Mayor, en representación de todos los ejércitos que guerrearon contra los naturales; el cardenal arzobispo de Toledo, como primado de una Iglesia que bendijo la gran aventura, aunque también a veces la criticó; el rector de la Universidad de Salamanca, donde se discutió si los indígenas tenían un alma racional susceptible de recibir los Santos Sacramentos; el presidente del Tribunal Supremo, como cabeza visible de un sistema de justicia etnocéntrico y frecuentemente venal, pidan perdón a los indígenas americanos presentes por las crueldades, las injusticias, la explotación; en fin, por todas las calamidades que a sus ancestros infligieron los reyes, capitanes, obispos, jueces, comerciantes y aventureros españoles de la época.

Que desagravien en los indígenas presentes a las víctimas de la gran gesta que se celebra, con un desagravio humilde y sin retórica, sabiendo que nada que hagamos hoy puede borrar el mal que hicimos en siglos pasados. Un perdón pronunciado públicamente para compensar la palabrería mentirosa y la infundada superioridad con que nos hemos dirigido siempre a los latinoamericanos, particularmente en nuestro trato con sus habitantes más primitivos.

La propuesta no implica confesar que la conquista de América sólo generó crueldad y afrentas para los indígenas. La conquista tuvo su lado positivo, que, por lo demás, las celebraciones del V Centenario no dejarán de resaltar. Pero no podemos reducir estas celebraciones a contemplar y cantar loas a lo bueno.

Las personas de mi generación hemos creído durante mucho tiempo que la colonización española fue diferente de la británica, holandesa, francesa, etcétera, porque respetó mucho mejor a las poblaciones indígenas que encontró a su paso. Cualquiera que haya sido la crueldad comparativa de los países colonizadores, la verdad es que el sistema colonial español en América buscó a las poblaciones indígenas no para llevarlas a la cultura europea y evangelizarlas, sino, ante todo, para quitarles los metales preciosos y obligarles a trabajar en las minas de oro y plata. La cristianización vino después; en parte, como un factor de sometimiento a la Corona española; en parte, como consecuencia de una fe estrecha y batalladora que llevaba hasta las últimas consecuencias el extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación).

Catástrofe demográfica

La catástrofe demográfica que sufrieron las poblaciones indígenas de América en el siglo XVI, por la que se redujo el número de nativos a la quinta parte del que encontraron los conquistadores (*), es una prueba irrefutable, y que no puede desecharse como un invento de la leyenda negra, de las múltiples perturbaciones y daños que la presencia de los conquistadores causaron en la América nativa.

Si se ha reparado oficialmente -desde el cerro de los Ángeles- la persona histórica de Jesús de Nazaret por las afrentas que otros hombres le hicieron; si los alemanes de hoy han tratado de múltiples maneras de reparar en los judíos de Israel las crueldades de antepasados a antepasados, no sería tan inusitado que los representantes del Estado español, albaceas de una herencia histórica llena de glorias y de responsabilidades, repararan de una manera sencilla y poco costosa, pero rica en significado, a los pueblos indígenas de América por el mal que se les hizo. En Canadá, la Iglesia ha pedido perdón a las minorías indígenas porque en el pasado las consideró razas inferiores.

Este gesto de justicia y humildad debería ir acompañado por una reparación material, por una promesa en firme del Estado español de dedicar una parte de la ayuda al desarrollo a mejorar las condiciones de vida de la población indígena de Latinoamérica, que es generalmente la más pobre y marginada.

* Según los cálculos de Ángel Rosenblat (La población indigena y el mestizaje en América, Buenos Aires, 1954), refinados por Nicolás Sánchez Albornoz (La población de América Latina desde los tiempos precolombinos al año 2000, Alianza Universal, Madrid, 1976). Luis M. de Sebastián es economista, fue rector de la Universidad Católica de San Salvador y es profesor de ESADE (Instituto Superior de Administración de Empresas de Barcelona)

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