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Reportaje:

La lucha contra la vejez

El declive mental y biológico no es el compañero inevitable de la longevidad

Desde el rey David, de quien se dice que gustaba de seducir doncellas con la esperanza de absorber algo de su vitalidad, hasta los actuales entusiastas de las inyecciones de células de feto de cordero y las dosis masivas de vitaminas, la humanidad ha intentado siempre retrasar la vejez y la muerte. En la actualidad, los investigadores médicos se muestran cada vez más optimistas y aseguran que los avances de la medicina y los nuevos puntos de vista sobre el proceso de envejecimiento apuntan hacia un gran progreso en los distintos frentes contra este inflexible enemigo.

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La experiencia norteamericana

Las estadísticas demuestran que la expectativa de vida ha aumentado considerablemente y que todo indica que continuará extendiéndose, al tiempo que las muertes por enfermedades de corazón, embolias y algunos tipos de cáncer consiguen prevenirse. Parece posible que la máxima expectativa de longevidad, que ahora podría situarse en torno a los 115 años, alcanzará los 140. Todo esto será posible, en opinión de estos investigadores, si la gente está dispuesta a no dejarse llevar por los excesos de la opulencia de la sociedad moderna y acepta adoptar una serie de limitaciones dietéticas y de cambios en sus hábitos cotidianos.

En su intento de encontrar los sistemas para retrasar la pérdida de vigor y salud que ahora tan a menudo acompaña a la vejez, los investigadores han descubierto que algunos de los descensos biológicos y mentales característicos de la edad son en realidad enfermedades, y no consecuencias inevitables de vivir muchos años, y que algunos de estos procesos son fáciles de prevenir y tratar.

"Estamos acostumbrados a pensar que todas las funciones biológicas declinan con la edad", dice el doctor Edward L. Schneider, director del Instituto Nacional de la Vejez norteamericano, "pero ahora sabemos que algunos procesos fisiológicos importantes se mantienen igual, como por ejemplo el funcionamiento del corazón bajo el estrés, o la inteligencia. Sabemos también", añadió, "que problemas como la artritis, la osteoporosis y la demencia, senil son en realidad enfermedades que podríamos ser capaces de eliminar a través de distintos métodos de prevención y tratamiento, algunos conocidos y otros por descubrir. Por ejemplo, la osteoporosis -el progresivo debilitamiento de los huesos con la edad-, que es una de las principales causas de mortandad e invalidez entre los norteamericanos de edad avanzada, se considera hoy en día perfectamente prevenible con sólo aumentar la proporción de calcio en la dieta, aconsejar el ejercicio físico diario y tal vez administrar estrógenos a las mujeres después de la menopausia".

El objetivo de estas investigaciones no es el descubrimiento de un elixir de juventud que proporcione la inmortalidad, sino el aumento de la proporción de individuos que vivan muchos años saludable y productivamente y que mueran, finalmente, no debido a enfermedades, sino al imparable declinar biológico de la edad.

Se sabe, por ejemplo, que por lo menos un 30% de las muertes de personas de más de 85 años no es causado por enfermedades, sino por la imposibilidad de enfrentarse a problemas fisiológicos menores que en una persona joven no hubieran supuesto más que traumas pasajeros. La causa puede ser que uno de los problemas de la senectud es la pérdida de efectividad del sistema inmunológico, especialmente de esas defensas necesarias para enfrentarse a infecciones como la neumonía, una de las mayores causas de mortandad entre la gente de edad avanzada, pero .no así entre los jóvenes.

Sin embargo, contrariamente a la opinión general, el cáncer -que en parte refleja el fallo del sistema inmunológico- no es común entre personas de edad avanzada. Su mayor incidencia y mortalidad se produce entre los 45 y los 65 años, edad después de la cual el riesgo disminuye considerablemente, ya que aunque el cáncer es la causa del fallecimiento del 30% de las personas de 65 a 69 años, sólo representa el 12% de las mayores de 80.

A pesar de las noticias llegadas de lugares remotos, como el Cáucaso o el altiplano andino, en las que se menciona a ancianos de más de 120 años, la verdad es que no se sabe de ninguna vida humana documentada que haya superado los 114 años. La triplicación de la expectativa de vida desde el tiempo de los romanos no ha tenido ningún efecto en este aspecto. Sin embargo, algunos científicos, como el doctor Takashi Makinodan, han sugerido la posibilidad de manipular el sistema inmunológico con la consecuencia de extender en varias décadas el tope antes citado de los 115 años.

Alterar la dieta o rejuvenecer las células

Makinodan cita dos sistemas: cambios selectivos en el sistema inmunológico a base de alterar la dieta y hacer descender la temperatura corporal o utilizando drogas, o bien una posibilidad mucho más futurista: rellenar o rejuvenecer el mencionado sistema inyectándole células inmunes procedentes de cuerpos jóvenes o del propio individuo, extraídas y almacenadas durante su juventud. Los investigadores han descubierto que en todas las sociedades en que una gran parte de la población vive muchos años la gente es pequeña, y su consumo de grasas y calorías, baja.

Los habitantes de Okinawa, por ejemplo, tienen los menores índices de consumo de calorías, azúcar y sal y el físico más reducido de todos los pueblos del Japón; a cambio, poseen la mayor proporción de personas centenarias y una gran salud y longevidad. Lo mismo sucede con la tribu de los Hunzan, en Pakistán. Con una estatura de no más de 1,50 metros y un peso de tan sólo 50 kilos, consumen menos de 1.500 calorías por día y viven a una altitud superior a los 2.000 metros, llegando fácilmente a los 100 años.

Pero consideraciones científicas aparte, los mismos investigadores se han visto obligados a admitir que el secreto de la longevidad hay que buscarlo en la mente. En un estudio realizado entre más de 1.200 centenarios en Estados Unidos, el disfrute en el trabajo y un fuerte deseo de vivir emergieron como el común denominador de todos ellos.

La mayoría había vivido existencias tranquilas, se había resignado pronto con su destino, comía una dieta equilibrada, gozaba de una vida familiar estable y tenía fuertes creencias religiosas. Había trabajado duro y había disfrutado con ello, pero no era ambiciosa, ni lamentaba lo que había hecho, ni sentía lástima por sí misma o se mostraba combativa. Todos estos estudios coincidían en que una vida social equilibrada y la satisfacción con uno mismo eran rasgos comunes entre los centenarios.

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