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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La oposición chilena, en la cárcel

SI LOS palos de ciego que propina el dictador chileno, general Augusto Pinochet, no dolieran en carne ajena, el espectáculo del régimen militar regateando al ciudadano sus presuntos propósitos de apertura resultaría francamente patético. Si la ausencia profunda, de ideas, de proyecto político, en la contradanza represiva del general, no se tradujera en sufrimiento para la ciudadanía, estrangulamiento del desarrollo económico y vejaciones para los que intentan civilmente facilitar una salida al régimen dictatorial, el pinochetismo sería una ópera bufa.La detención, encarcelamiento y la puesta en libertad de siete líderes de la oposición chilena, entre los que se encuentran figuras como el democristiano Gabriel Valdés y el socialista Manuel Almeyda, podría ser fácilmente interpretado como un aviso del régimen ante las jornadas de protesta nacional que se avecinan, en particular la huelga decretada para el 30 de este mes, si con ello no le hiciéramos a Pinochet el favor de suponerle un plan siquiera táctico sobre sus pasos futuros, cuando, en realidad, la dictadura chilena presenta en estos momentos una caótica imagen de descontrol y de navegación de oído, como nunca en los últimos años.

El momento chileno parecía insinuar recientemente alguna tendencia a la movilidad con el aparente desmarque del general de la Fuerza Aérea Fernando Mattei, al proponer un diálogo con la oposición. Ya en ocasiones anteriores habían surgido generales, como el originario componente de la Junta Gustavo Leigh, que habían hecho una apelación populista a un renovado diálogo político. Quien así había querido significarse acabó en el más absoluto aislamiento político sin necesidad de que Pinochet procediera directamente contra su persona. Se sabe ahora que las relaciones entre Mattei y el dictador distan mucho de ser óptimas, aunque debería suponerse que la iniciativa del general aviador contaba con el permiso del presidente, quizá limitado a la ambición de mero globo sonda, para tantear a la oposición. En los medios de Alianza Democrática, principal agrupación de los oponentes políticos a la dictadura, se miraba con desconfianza el arranque de Mattei, pero al mismo tiempo había la mejor disposición para explorar el diálogo.

Hay que recordar también que ya en julio del año pasado Gabriel Valdés fue puesto en libertad por orden del juez cuando se le detuvo por un delito de atentado contra la seguridad pública en todo comparable al del que ahora se le acusa. Ante semejante laguna en el ordenamiento jurídico represivo de la dictadura, se aprobó en octubre siguiente un remiendo a la correspondiente ley que permitiera subsanar eventuales debilidades, tras de lo que en septiembre último la participación de los líderes actualmente encarcelados en la organización de actividades políticas, perfectamente pacíficas, contra el régimen, facilitó la excusa para reducirlos a prisión. En esta ocasión la invocación del precepto legal ha permitido el encarcelamiento de los líderes democráticos, pero también ha dado la oportunidad al general Pinochet de retirar las acusaciones, con lo que aquellos habrán de quedar inmediatamente en libertad. Sin embargo, pensar que la clemencia del dictador es un signo necesariamente favorable para que comience un auténtico diálogo, sería devaluar la capacidad de caos político que es capaz de desplegar. Antes bien nos hallamos frente a un círculo cerrado en el que la tolerancia no es estrategia sino carencia de perspectiva a más que breve plazo.

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La incapacidad pinochetista de ampliar las bases de su régimen, patente desde el fracaso de la angosta apertura iniciada por el ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpa, le aleja cada día más de cualquier paralelo con otros regímenes de fuerza latinoamericanos, con la posible excepción del paraguayo. Ni siquiera la detención del moderado Wilson Ferreira Aldunate en Uruguay puede compararse, como error político, con la de los líderes chilenos, puesto que la dictadura uruguaya trataba sólo de salvar la cara y está ahora activamente buscando la forma de devolver a Ferreira la libertad. En cambio, Pinochet no salva la cara sino que la oculta tras sus extemporaneidades.

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