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Tribuna:
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María Dolores Ortega

"Quiero mi muñeca repollo". Y le trajeron la muñeca repollo. María Dolores Ortega, de once años de edad, tenía por delante un inmenso futuro de quince días. "Quiero una televisión". Y le trajeron una televisión. María Dolores Ortega Rojas tenía el corazón infartado de medicinas. Una intoxicación medicamentosa. Niña perdida en el bosque de las farmacopeas fantásticas y sintéticas, iba a salir del bosque por el atajo de la muerte. "Quiero tebeos". Y le trajeron tebeos. Ahora vive y funciona con un corazón prestado.

"O sea, que el corazón no tiene sexo, doctor". "No, claro". El doctor es Diego Figuera Aymerich (los gacetilleros suelen llamarle Figueras, en plural), hermano de la poetisa Ángela Figuera, gran mito femenino del socialrealismo, que escribiera precisamente aquel hermoso verso: "Madres del mundo, tristes paridoras". Nos estamos poniendo los botines de plástico para entrar a ver a la niña. A veces hay madres del mundo, tristes paridoras, que ven a su hija con el corazón devorado por el hongo silencioso y apócrifo de ciertas penicilinas. El doctor Figuera tiene el rostro más trabajado de trabajos que de años. Es muy moreno y comunica una cierta cualidad pedernal, de elegante feldespato, que es lo que debe co municar un médico para dar se guridad. Fui devoto de la herma na y ahora lo soy del hermano Nos ponían, a Gigi Corbetta y a mí, tocados de mosquitero verde, batas de papel verde y esterilizado. María Dolores tiene una be lleza efectivamente granadina. "Donde habitan las manolas", que escribiera Federico. Las ma nolas pequeñitas, hoy, habitan en el dolor y en el silencio. "No, pero dolerle no le duele". La niña ha dicho, espontáneamente, que se encuentra mucho mejor, aunque apenas sabe por qué. El pelo tirante, los ojos dulcemente gra ves, el perfil sereno y correcto de una andaluza de lámina. Cómo era, poeta, cómo era. Y ese bigote clínico que le sube hasta e moño.-A ti, en casa, te llamarán Loli, claro.

-Sí, Loli.

María Dolores Ortega Rojas tiene once años, ya se ha dicho, y su estado, hoy por hoy, es satisfactorio. La niña María Dolores Ortega Rojas, de Granada capital, está en una habitación de la madrileña clínica Puerta de Hierro, a cuya entrada reza incoherentemente: "Trasplante renal". El doctor Diego Figuera Aymerich es viejo amigo del reportero y siempre convocamos el recuerdo de su hermana, la mítica Ángela del socialrealismo. La niña María Dolores Ortega Rojas, Loli, gasta carita de lámina de Escuela de Artes y Oficios, pijama con orillo, zapatillas de pelo, azules (están al pie de la cama) y sonrisa seria de guapa responsable. Por las mañanas se levanta un rato. La niña María Dolores Ortega Rojas, Loli, es criatura que habla poco. No se sabe si la introversión le viene de la enfermedad o a la viceversa. Pero estos grandes médicos no creen mucho en los males del alma y a una dulce niña granadína le ponen un corazón nuevo. "La suerte fue que tuvimos a tiempo una donación oportuna, un corazón joven, sano, del mismo grupo, fuerte". Llevaba dos años con su corazoncillo en la garganta, se ahogaba por todo y, cuando iban los amigos y compañeros de colegio a verla, se hacía la dormida. Tenía, como toda criatura sensible, el pudor de su enfermedad. Los padres de la niña, Francisco Ortega y María Dolores Rojas, se sienten atrapados por el milagro. Pero el milagro es un libro que me muestran los doctores. "Este libro lo terminamos en el verano, recogiendo todos los protocolos de Estados Unidos y de los trasplantes más felices y avanzados. Ahora lo hemos seguido letra a letra". Han salvado a la niña por un libro.

-Un libro y una droga. Hay ya una droga que ayuda a evitar el rechazo, que era el gran problema de estos trasplantes. Evitado el rechazo fulminante, ahora es cuestión de hacer las cosas bien y de. prever lo imprevisible. De momento, es evidente que la niña mejora.

Don Francisco Ortega, padre de Loli, es un hombre joven y calvo que ha visto y ha creído. Doña María Dolores Rojas, madre de la niña, es una mujer joven y fuerte, con el pelo corto y la blusa transparente. "La niña come muy bien, pero pide todos los días que la den de comer sus padres". "Cuando se vio por televisión, nos echó a todos una cierta mirada, como diciendo que allí estaba ella, aunque no tiene noción exacta, claro, de por qué su caso es tan importante". La niña María Dolores Ortega Rojas, Loli, es una Lolita del corazón, pero no a la manera de Nabokov (la de Nabokov sólo tenía un año más que ella), sino del corazón sin literatura, porque sigue siendo igual de dulce con un corazón de repuesto. ¿De dónde, pues, les nace a las niñas la dulzura? Es la trasplantada más joven del mundo. Los cinco médicos del equipo de Figuera Aymerich también son jóvenes: no creo que ninguno pase de los cuarenta:

-Aparte el doctor Figuera, ustedes son médicos nuevos. ¿Es que no se puede esperar nada de un científico de más de cincuenta años?

Me contesta el doctor Arcas, con gafas e impronta de becado en Estados Unidos:

-Desde luego, de un médico de más de cincuenta no se pueden esperar ya estas audacias.

La Clínica Puerta de Hierro es ese laberinto circular que uno tanto conoce, con olor a muerte y cafetería, y el minotauro del dolor mugiendo siempre, en silencio, por los pasillos. "Ahora estoy mejor que antes". Este autodiagnóstico ingenuo de Loli es para los altos científicos mucho más revelador y confortador que todo lo que les revelan sus continuos chequeos/muestreos del estado de esta aeronave llamada Loli. Más grave y astronáutico que ir a Venus, estrella ambigua de mitologías, ha sido viajar al corazón de esta Venus de once años y cambiárselo, como cuando la madre le cambia una medalla por otra. Loli es coqueta, introvertida, bella, ordenadita y un poco autista. Ella sí que ha pasado al otro lado del espejo/vida, mucho más que Alicia, y el viaje le va a dejar un rastro de vedetismo. La muñeca repollo se ha encaramado a la cabecera de la cama y parece dispuesta a quedarse. La muñeca repollo ha salido en la tele mucho más que las niñas que juegan con ella. Ahora no comprende, claro, a qué viene tanto mass/media para una simple niña, que ni siquiera es una muñeca. Que ni siquiera es de trapo.

El doctor Figuera, muy en la línea socializante de su hermana, quiere hacer el éxito soluble en toda la clínica. La clínica no tiene dinero, la clínica ha pasado por momentos de baja popularidad. Y ellos quieren demostrar que no son meros funcionarios del escalafón menguado, sino que aquí se experimenta y se avanza. Me encierro en un despacho con cinco hombres jóvenes, unos de blanco y otros de verde clínico. Hay uno rubio que es amigo de los Delibes. Hay uno de verde que parece decidido como un piloto y sobrio como un místico del corazón sin misticismos. El doctor Arcas, ya se ha dicho, aún conserva su aura de becado, y ahora es quien manda en la niña. Él me ordena salir cuando me he enrollado demasiado tiempo con Loli. "Hicimos este libro, viajamos a Estados Unidos, aprendimos a aplicar la droga antirrechazo, improvisamos lo menos posible, contamos con la buena respuesta psíquica y risica de la niña, y adelante. El momento en que le aplicamos al nuevo corazón un toque eléctrico, para que echase a andar, fue de clímax. El. corazón, en efecto, echó a andar, y entonces nos envolvió un aplauso de todo el personal de la clínica que asistía a la operación, y en quienes ni siquiera habíamos reparado. Un momento muy emocionante".

Como quien le prende fuego a un cigarrillo. La línea Barnard fue un precedente, y también un camino cortado. No había droga antirrechazo. Los del Nobel lo explicaron bien, al no dárselo: "El Nobel será para quien resuelva el problema del rechazo en los trasplantes". Lo de Villaverde, respecto de Barnard, fue un mimetismo frustrado. Después, hubo que volver a empezar por el principio. "Llevábamos mucho tiempo preparándonos para hacer trasplantes. Sabíamos que, antes o después, llegaría el momento". "Lolita, ¿será siempre, ya, una persona delicada?". "Partimos de una persona que tenía un mes de vida; cualquier plazo, cinco años, por ejemplo, los que sean, supondrá siempre un gran avance". María Dolores Ortega, Loli, se está quieta en su cama más quieta que la muñeca repollo, enchufada y paciente, entre las zapatillas y el televisor (apagado), entre la silla donde se sienta la madre a darle de comer y el mosconeo dulce y verde de las enfermeras.

-¿Cuánto tiempo estuvo la niña sin corazón?

-Cincuenta minutos o una hora.

-¿Quién paga un corazón nuevo?

-El Seguro.

-¿Cuánto vale cambiarse el corazón?

-En Estados Unidos, muchos miles de dólares. Aquí es gratis.

-Pero las válvulas artificiales que ustedes implantan, hay que importarlas de Canadá. ¿Por qué?

-Las válvulas y la mascarilla de papel que usted se ha puesto. ¿Por qué España sigue importando esas cosas a altos precios? Quizá usted sepa de eso más que nosotros.

Quizá. El doctor Castillo me habla de Stanford y de Pittsburg. Ellos, aquí, han experimentado con animales y con cadáveres humanos. Saben que a partir de ahora tendrán mucho jaleo de corazones en la casa. El mayor problema son las donaciones, no siempre suficientes ni satisfactorias. "El doctor Figuera nos dijo, cuando nos llegó la niña: esto vamos a empujarlo". En Puerta de Hierro, clínica, la vida huele a muerte y cafetería. O a la viceversa, como gustéis. Primero hemos estado en el despacho del director. Luego hemos estado en la habitación de la niña, que es como la alcoba de su primera comunión, o segunda, con la vida. Finalmente nos hemos reunido con un equipo médico nada habitual, aunque no es el primero que hace una cosa así en España. María Dolores Ortega, Loli, no sabe que su nombre de Lolita es nombre de pionera de muchas cosas, entre las adolescentes del siglo. A su izquierda, un sol gradolux, de persiana otoñal, le dibuja el perfil de andaluza pura. Loli, la niña, se sujeta una mano con la otra, pacientemente, como una mujer ya entrada, que medita. Loli habla poco, duerme la siesta, se toma un menú de camionero y pasea por el cuarto como una parturienta que se ha parido a sí misma. La muñeca repollo, lejos de infantilizarla, la vuelve adulta, por contraste. El viaje al corazón de Loli, como el viaje a la Luna, ha dejado muchas enseñanzas suplementarias a estos bizarros y pacientes científicos. María Dolores es una nueva española y una española nueva, reconstruida. Me dice adiós moviendo la mano izquierda con placidez de novia tranquila. Al quitarse zapatillas y uniforme de plástico, se siente uno un poco astronauta.

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