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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La paz es posible en América Central

LA CUESTIÓN centroamericana ha dado un giro espectacular tras anunciar Nicaragua su disposición a firmar el acta de paz del grupo de Contadora en su versión actual. Sus cuatro vecinos ya se habían pronunciado en sentido favorable. Hay desde luego muchas reservas todavía por parte de los cinco Gobiernos, pero la etapa crítica de la negociación ha sido superada. Hace sólo un mess el grupo de Contadora estaba en la picota: el presidente de Costa Rica, Luis Alberto Monge, llegó a oficializar su fracaso para proponer, una vez más, como foro alternativo de negociación a la Organización de Estados Americanos (OEA), que en el pasado acumuló tantos fracasos como intentos hizo por mediar en América Central. La intempestiva declaración del presidente costarricense ha servido en la práctica como un revulsivo. Hasta el Departamento de Estado norteamericano, que se maneja con suma comodidad en la OEA, se asustó ante la posibilidad de que el asunto fuera a empantanarse de nuevo en los pasillos de esta organización y reivindicó al grupo de Contadora en términos desusados. El embajador itinerante Harry Shlaudeman se convirtió de pronto en su más encendido defensor. A estas alturas ya nadie puso en duda que el grupo de Contadora era la única alternativa viable de paz para Centroamérica. Lo difícil, imposible casi, seguía siendo conciliar unas posiciones no sólo contrarias, sino a veces contradictorias.

Costa Rica, Honduras y El Salvador entienden que es imposible la coexistencia pacífica con un régimen marxista en su vecindad y desde hace tiempo opinan que los sandinistas rebasaron la barrera de lo tolerable. Cualquier acuerdo verificable en materia de desarme debería condicionarse, por tanto, a un compromiso del mismo rango en materia electoral. Internacionalizar la democracia era decir a los nicaragüenses que sin una renuncia a su proyecto político la paz no sena posible. Los sandinistas han objetado repetidamente que las elecciones son un asunto interno que, por principio, no puede ser discutido en un escenario internacional. La mano imaginativa del grupo de Contadora encontró una fórmula intermedia que, sin ser plenamente satisfactoria para nadie, cumple al menos los requisitos mínimos de todos. El acta de paz proclama la necesidad de instalar formas democráticas de Gobierno en la región, enumerando incluso un extenso catálogo de mínimos; pero el compromiso no se establece ya entre los Gobiernos, sino entre cada uno y su propio pueblo. Para impedir que todo quede reducido a una declaración de buena voluntad, los cinco países aceptan la creación de un comité especialmente encargado de vigilar el cumplimiento de este acuerdo.

El desarme ha sido otra zona de controversia caliente. Honduras y El Salvador lo han condicionado a la evolución democrática de Nicaragua, bajo la convicción de que en otro caso estarían favoreciendo la consolidación de un régimen marxista que más temprano que tarde terminaría por infiltrar su ideología a través de unas fronteras tradicionalmente muy permeables. El arreglo democrático que contiene el acta parece suficiente por ahora para que, estos países aborden sin desconfianzas insuperables las cuestiones de seguridad.

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Más difícil de resolver ha sido la objeción nicaragüense. Nuestra guerra, vinieron a decir los sandinistas, no es contra los vecinos, sino contra Estados Unidos; no podemos aceptar, por tanto, que se nos aplique el rasero armamentista de la región mientras no haya una garantía de seguridad por parte de Washington. La habilidad de México para reunir en Manzanillo a sandinistas y nortearnericanos, en una negociación paralela vinculada estrechamente a la de Contadora, creó al fin el espacio político necesario para que también Managua asuma inicialmente los compromisos sobre desarme. Es cierto que Nicaragua exige como condición que Estados Unidos suscriba también el acta de paz del grupo de Contadora, algo que ni siquiera está previsto en el último texto, pero esta batalla va a dirimirse durante los próximos días en Nueva York en el seno de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Los cancilleres de Colombia, México, Panamá y Venezuela están elaborando un proyecto de resolución en este sentido para que nadie ponga en duda su neutralidad, y pretenden conseguir no sólo el respaldo explícito de Estados Unidos, sino también el de la Unión Soviética y Cuba, que no son en absoluto ajenos a la crisis centroamericana.

Son muchos, pues, los movimientos diplomáticos que todavía deben realizarse antes de que se firme el acta de paz. Aún hay muchas jugadas condicionadas, pero en su fase actual la gestión del grupo de Contadora por la paz parece imparable. La reunión del próximo fin de semana en San José servirá para que Europa en su conjunto (los 10 países miembros de la CEE más España y Portugal) haga pública su fe en el grupo de Contadora como única opción e intente, de paso, que los cinco Gobiernos centroamericanos superen las reservas mentales que aún les quedan.

El cumplimiento del acta será objeto sin duda de agrias controversias y aun denuncias mutuas en el futuro. Los compromisos en materia de reconciliación interna son tan precisos como difíciles de cumplir a cortó plazo para países en virtual guerra civil, como El Salvador, Nicaragua y Guatemala. Los sandinistas entienden, por lo demás, que él acta no les obliga a renunciar a los Mig soviéticos mientras Honduras tenga aviones de combate A-37 norteamericanos. El terreno de la discordia es aún complejo y ancho, pero la negociación de Contadora ha logrado al menos trasladarlo de los mapas de Estado Mayor a la mesa de los diplomáticos. La gestión. paciente, minuciosa e imaginativa de Colombia, México, Panamá y Venezuela ha logrado que hoy parezca inevitable la Arma del acta de paz cuando hace sólo un año lo único que se presentaba como inevitable era la guerra.

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