La huella de los siglos sobre la piedra
Una obra arquitectónica tan singular y tan significativa como el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tan entrañada con el pueblo, tiene que permanecer en perfectas condiciones. Su significación histórica, su trascendencia monumental y su valor cultural exigen un mantenimiento que asegure sus fábricas. Para hablar de ese mantenimiento hay que considerar que, históricamente, se ha cumplido siempre con la primera exigencia, consistente en el uso constante del edificio como tal y el seguir con los destinos de origen: basílica, panteón, convento, colegio. Y ello gracias a que la fundación filipense, el Real Patronato de San Lorenzo el Real de El Escorial, sigue en pie, cumpliendo sus fines bajo el alto patronazgo de su majestad el Rey, representado por el Consejo de Administración del Patrimonio Nacional.El monasterio, pues, ha cumplido a través de su historia de cuatro siglos, que son muchos años pensando además en la azarosa historia de España, con el primer condicionante para la conservación de un edificio: su uso y la continuidad del destino para el que fue concebido. Pero ello no hubiese sido suficiente aunque imprescindible. Porque la segunda condición -que también se ha dado- es que el pueblo a quien pertenece siga considerándolo suyo en su trascendencia monumental e histórica. Pero seguiría siendo insuficiente. Porque, en último extremo, un inmueble necesita dedicación, esfuerzo y dinero. El monasterio, en su larga historia, tuvo de todo ello.
El transcurso del tiempo deja huellas, como aquí, aun en los materiales,más duros. La piedra berroqueña de granito sufre una meteorización que descompone el feldespato y disgrega los granos de cuarzo. Es un grave daño que sufre el cimborrio, cuyo nabo o remate hubo de cambiarse y cuya cúpula hay.que impermeabilizar con silicona, periódicamente, para evitar filtraciones de agua. Y sobre los leños de sus cubiertas, de pinos que fueron de Valsaín, de Cuenca, de Pinares Llanos, cae la terrible plaga de las térmites, el voraz insecto xilófago que destruye con una velocidad pasmosa hasta causar rápidas e inesperadas ruinas. Además, el, fuego. Desde su origen, el monasterio los sufre con frecuencia y sus daños son cuantiosos y algunas veces irreparables. La meteorización, el agua, el fuego y la incuria (también en, el monasterio esta última, a pesar de lo comentado al principio) precisan de intervención.
En estos últimos años, el Patrimonio Nacional renovó la totalidad de las cubiertas, sustituyendo los entramados de madera por nuevas estructuras metálicas y de hormigón, colocando pizarras y plomos con los elementos originales desmontados y tratando todo ello adecuadamente. Esto aseguró la impermeabilización total, la desaparición del ataque de xilófagos y la eliminación del peligro de incendios.
Paralelamente, se lleva a cabo una obra fundamental: repristinar los faldones y chapiteles recuperando sus trazas originales de acuerdo con los diseños de Herrera. El monasterio, al corregir los trazados falsos de Zumbigo en el siglo XVII, vuelve a contemplarse, como en los grabados de Perret, cual en origen.
Asimismo, se restaura a fondo el Palacio de Verano de Felipe II para instalar en él la pinacoteca, preciada joya que aún resta tras mandar más de 300 lienzos al Museo del Prado cuando su creación. Por otra parte, se reinstalan los servicios del convento, donde la comunidad agustiniana vive con las condiciones necesarias hoy, y se coloca una compleja red eléctrica, a partir de cuatro grandes centros de transformación, y la distribución en baja necesaria para la total electrificación de tan inmenso edificio.
También se restaura toda la pintura del retablo de la basílica, y los frescos de Lucas Jordán en las bóvedas de la iglesia, muy dañados por las humedades, con el problema de las grandes andamiadas para conseguir plataformas que permitan un trabajo en condiciones.
Y otra obra también importante: se ha repristinado en su totalidad, bella totalidad, el Palacio de Carlos IV, cuyos tapices madrileños, según cartones de Goya y Bayeu, entre otros, vuelven al lugar de origen para el que fueron tejidos. Y están a punto las nuevas y necesarias redes de agua y alcantarillados, porque es un edificio en el que se vive.
Todo ello conseguido en acciones puntuales y en labor diaria, constante, callada. Con mano de obra conservadora de talleres propios que comprenden todos los oficios, o con mano de obra contratada entre especialistas en los trabajos de más envergadura. En un caso o en otro, con especialistas siempre y como consecuiencia de estudios, análisis y revisión de documentos. El monasterio de El Escorial tiene unos equipos de hombres que se esfuerzan día a día en observar, estudiar, conocer y conservar el monumento. Por eso, el grandioso edificio está vivo y palpitante como en sus primeros tiempos. Siempre debe suceder así.
Babelia
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