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Reportaje:El polémico entorno de Salvador Dalí / 1

Un complejo mundo con dólares y falsificaciones

La SPADEM y el abogado en Francia del artista informan de ciertos aspectos relativos al mercado daliniano

ENVIADA ESPECIALA finales del mes de agosto, en el hotel Meurice de París, donde residía Dalí durante sus estancias en la capital francesa, la policía practicaba un embargo preventivo en una de las exposiciones permanentes con venta de presuntas obras del artista español. Unas reproducciones en offset eran presentadas, y por lo tanto vendidas, al público como láminas originales de Dalí. La exposición, organizada por Arcot, es la forma indirecta con que los administradores de este suntuoso e ilustrísimo hotel recuerdan a su viejo cliente, del que ya no van a poder sacar más divisas sino es a costa de tolerar el complejo mercado de sus falsificadores. La falsedad de estas reproducciones de Arcot se ha descubierto a través de Schrieder, editor de Liechitenstein, que contrató hace más de 20 años con Dalí los derechos de reproducción de la serie Reurs du surrealisme, y que se ha quejado de que otros hayan utilizado algo de su propiedad.

Sin embargo, ésta es una de las escasas ocasiones en que el propio Salvador Dalí ha decidido intervenir en contra de aquéllos con los que, en otro tiempo, firmó los más extraños contratos, a través de los cuales les cedía derechos de reproducción de sus obras a cambio de miles y miles de dólares entregados de inmediato y en metálico.

"Es una cuestión de derecho moral", afirma el abogado de Dalí, Phillippe Eschasseriaux, "sólo Dalí, personalmente, puede confirmar la autenticidad o la falsedad de las obras existentes en el mercado y -sólo él puede decidir si debe haber embargo y persecución judicial del responsable, del presunto falsificador. Y casi nunca Dalí ha mostrado interés en esta dirección". Esta es la razón básica por la cual quienes ostentan la gestión de los derechos de autor del artista en estos momentos, la SPADEM. (Société de la Propiété Artistique et des Dessins et Modéles), no pueden intervenir en justicia contra los múltiples falsificadores que se saben en activo.

Y no es tan difícil comprender por qué Dalí se remite al silencio y al laissez faire, laissez passer. "En su momento, Dalí quedó fascinado por el milagro de la reproducción de los panes", explica JeanPaul Oberthur, director adjunto y jurista de la SPADEM. En alguna ocasión el artista, le divin, como solían llamarle sus allegados, manifestó incluso un gran orgullo por ser "el más falsificado del mundo", prueba manifiesta, a su modo de entender, de que todos le admiraban. Pero, sobre todo, sucedía que de este complicado enredo también él salía beneficiado.

Dalí, origen de sus falsos

Se ha hablado de su mano como de una "máquina de firmar". Firmaba contratos, firmaba cláusulas, firmaba talonarios y, acaso el más insólito de sus desmanes comerciales, firmaba hojas en blanco que entregaba a sus editores a cambio de grandes sumas de dinero, en un gesto de admirable confianza hacia ellos. De este primer ejemplo de rapidez en el ámbito de la reproducción artística ya se hizo eco EL PAIS en su momento (13 de marzo de 1981) en una explicación de cómo se había descubierto el negocio de las hojas en blanco. Roy se dispone de algunos datos más relativos a este asunto que, sin embargo, no han servido al parecer, para frenarlo.

El último dato al respecto es además muy reciente. El pasado viernes, un editor afirmó a este diario poseer pruebas definitivas para demostrar el origen de tan insólita práctica. En su opinión sus pruebas vendrían a confirmar la generosidad del propio Dalí y, sin más precisiones, confirmó que el origen de las firmas en papel blanco tenían un origen navideño. No disponiendo de tiempo suficiente para hacerlo él mismo, Dalí le habría responsabilizado a él para que estampara alguna ilustración en uñas cartulinas firmadas con antelación. Alguien, el irlandés capitán Moore, secretario de: Dalí durante una larga etapa, podría haber descubierto así una manera perfecta para obtener muchos daIís sin tener que molestar al maestro con ulteriores comprobaciones. Y Dalí, informado del descubrimiento,, corroboró tal barbaridad. Todo esto sucedía en el hotel Meurice. Fue él propio Moore quien, en 1982, descubrió a la SPADEM un importante surtido de papel blanco firmado.

Según unos, Dalí era capaz de firmar 1.000 hojas en una hora. Según otros, que utilizaron cómputos distintos, el artista firmaba una hoja cada dos segundos. Disponía de un séquito que le ayudaba en la alucinante tarea. Unos le ponían la hoja para firmar, otros se la retiraban por el otro lado de la mesa. Al mismo tiempo que garabateaba su nombre en las que iban a ser -unas auténticas y otras falsas- litografías y grabados originales, Dalí aprovechaba la tranquilidad de su mente para notificar cambios que creía necesarios realizar en alguno de sus libros o comentar cualquier precisión profesional. Porque, efectivamente, todos los que conocieron al hombre coinciden en señalar que Dalí era un excelente proletario del arte, dedicando ocho y hasta 10 horas diarias, a su labor pictórica y literaria.

Pero firmando hojas en blanco, indica Jean Paul Oberthur, Dalí corría un doble riesgo. Por una parte no iba a estar seguro de que noblemente los editores imprimieran en ellas lo consentido en los contratos, que ésta era la idea. Por otra, era muy fácil que estas hojas procrearan hijos poco ortodoxos, sobre todo teniendo en cuenta que la firma de Dalí es, según los expertos, de fácil manipulación y se sabe que varias personas se endrgullecen de saber imitarla a la perfección.

Y ambos riesgos han llegado a buen puerto. Dalí es hoy falsificado de las más diversas maneras imaginables. Aparecen en el mercado litografías falsas -cuyas maquetas han sido realizadas por otros- con -la firma auténtica; se venden interpretaciones litografiadas de cuadros de Dalí como si se tratara de verdaderos originales; se compran falsos con firmas falseadas, o verdaderos con firmas falsas; y un largo etcétera, inconmensurable.

Saber qué hay

En este maremagnum mercantil, sólo una obsesión persiste entre los responsables de la obra y las finanzas de Dalí: clarificar -la situación puesto que es demasiado pretender poner fin al extendido problema de una manera legal e inmediata. El 6 de enero de 1981, Salvador Dalí ingresaba a formar parte de la SPADEM sociedad no lucrativa dependiente, según orden del 15 de abril de 1958, del Ministerio de Cultura (entonces de Artes y Letras) de Francia.

Por las acusaciones de las que, directa e, indirectamente a través de su director adjunto, la SPADEM ha sido objeto en estos últimos días en la Prensa española, Jean-Paul Oberthúr considera necesario explicar a este diario qué es y quién hay en la SPADEM antes de pasar a informar de sus relaciones con Salvador Dalí. "Se trata de los artistas y creadores de los ámbitos más diversos reunidos en asociación con el fin de proteger sus obras y defender sus derechosde autor". Una legislación y jurisprudencia les permite actuar eficazmente no tan sólo en Francia sino en el mundo entero. Cuentan miles de asociados, entre los que cabe destacar.. la gestión de los derechos del Institut de France (heredero del pintor Claude Monet), Renoir, Degas, Matisse, Rodin, Rouault, Utrillo, Max Ernst y Picasso.

"La SPADEM", precisa Oberthur, "sólo se ocupa de los derechos de autor, controla la ejecución, de los contratos de reproducción de sus asociados, pero no le es posible entrar en el terreno de juzgar si una obra es falsa o auténtica, tarea que sólo compete al autor o a aquella persona (o personas) en las que él haya delegado poderes al respecto". Así las cosas, la SPADEM no puede ni acusar ni perseguir a los presuntos falsificadores de Dalí. La única cosa que les ocupa es la defensa de los derechos de Dalí en el terreno de las reproducciones que se des prenden de los contratos firmados a lo largo de su dilatada carrera. Por otra parte, Oberthur tiene interés en precisar sus relaciones con Robert Descharnes, relaciones que han sido desacreditadas por el editor francés Pierre Argilet a través de sus declaraciones a la Prensa barcelonesa. "Robert Descharnes es fotógrafo y estudio so de diversos artistas y en calidad de tal le conocemos. Fue él quien indicó a Salvador Dalí la pertinencia de ingresar en la SPADEM, pero no dispone de ningún poder legal para colaborar con nosotros. Si eso fuera así, creo que hubiéramos podido avanzar mucho- más en nuestra detección de las irregularidades existentes".

El margen de actuación que dispone la SPADEM es, según describe Oberthur y confirma el abogado personal de Dalí que tiene mayores atribuciones, muy limitado. El primer problema surge cuando se descubre que "Dalí ha firmado contratos de escaso peso legislativo, contrarios a sus propios intereses las más de las veces, pero válidos en definitiva". En su calidad de jurista, Oberthur añade que "curiosamente, Dalí es de aquellos artistas que han cedido sus derechos al tiempo que vendía una obra".

Cuando Dalí ingresa en la SPADEM lo primero que se intenta, explica Oberthur, es informarse de lo que hay. El 18 de marzo de 1981, desde el hotel Meurice, Salvador Dalí, entonces enfermo, ha cía público a través de una agencia informativa el siguiente comunicado: "Respondiendo a las informaciones y artículos aparecidos en la Prensa a mi respecto, declaro que desde hace varios años y sobre todo desde que estoy enfermo, se ha abusado de mi confianza de las más diversas maneras y que mi voluntad no se ha respetado. Por tal razón, he tomado las disposiciones necesarias para clarificar esta situación y para encontrar de nuevo, con Gala, nuestra libertad".

Un mundo de fotocopias

Entres estas disposiciones estaba su ingreso en la SPADEM y una carta escrita y enviada desde Port Lligat a sus amigos, coleccionistas, museos, editores y otros beneficiarios de sus derechos de reproducción pidiéndoles su colaboración. Concretamente les pedía que informaran a la SPADEM de todo aquello que estuviera en su posesión: lista de obras, incluidos los escritos; fotografias o documentos visuales y escritos publicados para su identificación, contratos de cesión, información sobre su ejecución, retrocesiones ulteriores eventuales de las que pudieran tener conocimiento.

No todos fueron unánimes en su actitud. Muchos no respondieron y los que lo hicieron compilaron los datos a medias y no entregaron casi nunca papeles originales. "Nadamos en un mundo de fotocopias y, aún así, no estamos convencidos de saber la mitad de la realidad", se lamenta Oberthur. De la información, de las fotocopias de los contratos, que disponen y de la que no disponen es imposible saber acerca de su exactitud porque "el propio Dalí hace poco por ayudarnos. En muchas ocasiones dice no saber si aquel contrato que reclama fulanito sin mostrarlo fue realmente firmado por él. En otras, sus recuerdos son nebulosos. Y lo más grave es que él no dispone de un archivo registrando sus negocios y sus colaboraciones".

En sus diversos intentos por visitar al artista, Oberthur dice haber fracasado siempre: "Yo no le gusto a Dalí porque le parezco un funcionario feo y aborrecible. Y lo comprendo, pero sin su colaboración es imposible hacer nada". Por lo demás existe un período, que va desde 1979 a finales de 1981, durante el último secretariado de Sabater, en el que la avalancha de contratos parece ser terrible. En la mayoría de los casos la SPADEM no puede emprender demandas judiciales porque no está segura de que el demandado no vaya a exhibir un contrato cuya invalidez es indemostrable y a cuyos beneficiarios Dalí no quiere perseguir.

A menudo puede pensarse que los contratos vienen rubricados de una firma falsa pero, de nuevo, sólo Dalí puede confirmarlo y no quiere hacerlo. Las razones de su actitud son varias. En primer lugar no quiere enjuiciar a sus antiguos colaboradores; en segundo lugar, reconoce que le pagaron enormes cantidades, en dólares contantes y sonantes, por reproducir algo que no despertaba su más mínimo interés. El artista nunca exigió que sus beneficiarios el Bon á tirer de sus impresiones y grabados, y hoy es demasiado tarde para hacerlo. Él está en el origen de estos alocados contratos que permitían convertir imágenes pensadas para un cuadro en objetos decorativos en tres dimensiones. Gustaba de que sus motivos se convirtieran en las florituras de una corbata para ricos hacendados, o que sus detalles surrealistas pasaran a ser joyas en metal noble pendiendo de los cuellos de las aristócratas europeas.

Porque es imposible reseñar la enorme cantidad de reproducciones dalinianas. Hay dalís originales (o falsos, pero ahora no viene al caso) para todo, desde teléfonos hasta teteras, en su mayoría surgidos de la simple explotación de otra obra preexistente y casi nunca fruto de un boceto original exprofeso. El museo de Glasgow, por poner un ilustre ejemplo, está orgulloso de sus inversiones cuando afirma que en un sólo año logró rentabilizar la fortuna que le costó obtener el Christ de SaintJean de la Croix y sus derechos de reproducción que, a su vez, ha cedido a diversos editores para que hicieran del famoso cuadro postales, posters, litografias y grabados.

A Dalí, que permitía toda suerte de sutiles engaños, parece darle miedo poner en claro su situación. Ésta es una opinión común manifestada por varios de sus colaboradores. Se sabe que la traición de Enrique Sabater le dolió de un modo especial porque era "el primer catalán" en quien Dalí deseó confiar la gestión de sus arcas. Sabater fundó con Salvador Dalí diversas sociedades para la explotación de los derechos de autor del pintor de Cadaqués cuyos beneficios se repartían en dos partes iguales; compraron casas a medias (la casa que Dálí posee todavía en Montecarlo lo es también de Sabater; y una pequeña parcela de Port Lligat es aún propiedad del ex secretario).

Aventurero enamorado

Pero no todos sus colaboradores han sido interesados o, en todo caso, han expresado un enamoramiento real por el artista. Ést.c puede ser el caso del norteamericano Reynolds Morse, que posee una importantisima colección Dálí y es creador de una fundación que lleva el nombre del pintor en San Petersburgo, Florida. 0 el mismísimo capitán J. Peter Moore, un simpatiquísimo aventurero, según descripción de quienes han seguido su trayectoria, que aun beneficiándose de la proximidad de Dalí supo pagarle con alegría y cariño las generosidades. El capitán, para parecerse y acercarse mas a su admirado artista, se compró una casa en Cadaqués y, luego, también una suerte de castillo en Púbol.

El capitán fue quien desveló a la SPADEM el curioso affaire de las hojas blancas a finales de 1981. Lo hizo en tres etapas. En la primera afirmó haber dispuesto de 35.000 láminas que vendió luego a Carpentier, Gallofré, Marcand y Hamon, personaje este último perseguido y encarcelado en diversas ocasiones, una de ellas acusado por la SPADEM por reproducción ilegal de una obra de Picasso. En la segunda informó de otras hojas que estaban en un guardamuebles del puerto franco de Ginebra. J. P. Oberthur incluso pudo verlas. Moore afirmó que había vendido 2.500 láminas a Klaus Cotta; 5.000 a Gallofré y 12.500 a Harnon.

Más tarde, Moore informó de otras 4.000 hojas "que había olvidado mencionar en las anteriores declaraciones". El mal era irreparable. Se sabía, por la declaración de un aduanero francés, que en 1974 el editor Jean Lavigne había atravesado la frontera con una camioneta cargada con 25.000 láminas en blanco firmadas. Este tipo de cargamento no constaba en la lista de contrabandos, los policías no tuvieron más remedio que dejarlo pasar.

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