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Un aquelarre festivo puso fin a la IV Feria del Teatro en la Calle

La IV edición de la Fira del Teatre al Carrer (Feria del Teatro en la Calle) concluyó al filo de la madrugada del martes con un brillante aquelarre multitudinario y ensardinado, presidido por Pere Botero y su cortejo de demonios deslenguados, que convirtieron la plaza Mayor de Tàrrega (Lérida) en un infierno rutilante. El festival se inició el viernes pasado. En las anteriores ediciones, Els Comediants fueron prácticamente sus organizadores. Este año, han presentado dos espectáculos, Alè y Els dimonis. En esta convocatoria, a pesar del lema del festival, algunos montajes se han presentado en recintos cerrados y cobrando la entrada. En total, han intervenido unos ochenta grupos.A las cinco de la mañana, una multitud de pecadores entusiastas, atolondrados por el bullicio y exhaustos tras varias noches de insomnio, pedía a gritos, ante la misma portada de la iglesia, vender su alma al diablo y compartir por unas horas el paraíso centelleante y multicolor de Satanás.

A las 12 de la noche, en una plaza adyacente, el artista de Aviñón, Jean Marc Peytavin, sorprendió al público con un preludio fulgurante del gran infierno que luego arrollaría a todos y nos envolvería entre sus llamas fantasmales.

El espectáculo de Peytavin combinaba de manera armónica una múltiple proyección de diapositivas y una intensa tormenta de fuegos artificiales. Con la proyección de imágenes, las fachadas de las casas se convirtieron en interiores palaciegos decadentes y fríos donde estallaban como en un sueño un sinfin de petardos y cohetes que dejaron atónito al público.

En aquel escenario fantástico se encontraba Joan Brossa, gran sacerdote de la poesía escénica.. Entusiasmado, levantaba los ojos hacia el cielo infernal de la plaza.

Intermedio orquestal

Luego, tres orquestas se encargaron de relajar al personal hasta que, pasadas las cuatro de la mañana, el súbito apagón de las luces anunció el comienzo de la fiesta demoníaca que culminaría con la coronación del monigote de Pere Botero. Al son de los tambores, els dimonis entraron en la plaza precedidos y envueltos en tracas estrepitosas o rutilantes.La gente, con ganas, demostraba su alegría. Eran los últimos coletazos de la vitalidad demostrada durante esos cuatro días de trasiego callejero.

Bajo un cielo estrellado por la pirotecnia y en una plaza empequeñecida por la multitud, la gente volvió a probar su hambre y sed de fiesta, sus ganas de jarana, y su repugnancia por el aburrimiento de cada día. El fuego y el público fueron de nuevo los protagonistas de la calle, bien trabados por esa fecunda imaginación de los comediantes, de todos, diabólica.

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