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LA LIDIA / SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

Un presidente con autoridad

La plaza de San Sebastián de los Reyes, aquella que llamaban "la tercera", ha cambiado su fisonomía, física y política. La fisica, porque el graderío está repintado con gusto; la política, porque tiene un presidente que ejerce su autoridad, y el coso no ha sido estos días ese pasado reducto del taurinismo zafio, coladero de toros desmochados, donde imperaba el triunfalismo y se hacía burla al público.Continúa siendo plaza de tercera categoría, el toro que sale es terciado, la afición poco exigente, pero el palco ha estrenado para esta feria el criterio de mantener unos mínimos niveles de seriedad en cuestiones fundamentales, como son la devolución de toros al corral y la concesión de trofeos.

Plaza de San Sebastián de los Reyes

29 de agosto. Segunda de feria.Cinco novillos de Molero, impresentables; sexto, sobrero de Francisco Rubio, con trapío, que sustituía a otro sobrero. Lucio Sandín. Dos pinchazos y estocada atravesada (silencio). Media perpendicular delantera (vuelta). Luis Calvo. Pinchazo, media -aviso- y descabello (palmas). Tres pinchazos Y estocada corta (petición y vuelta). Alejandro Garcia. Estocada y siete descabellos (silencio). Pinchazo hondo y descabello (aplausos).

Ayer se estableció una prueba de fuerza entre la empresa y la presidencia, que ganó ésta. La empresa había colocado en los pasillos de la plaza unos avisos al público donde decía que, según el reglamento, no está obligada a lidiar más de un sobrero. El artícula al que hacía referencia puede darle la razón, pero también es cierto que la empresa está obligada a presentar toros con trapío e integridad física, de manera que vaya lo uno por lo otro. Es el caso que un novillo asardinado e inválido fue sustituido por el sobrero y como éste salió cojo, la presidencia ordenó su devolución, a despecho de coacciones más o menos solapadas.

Suerte tuvo la empresa de que el presidente sólo impusiera rígidamente su autoridad durante el festejo, pues si la ejerce antes, en las operaciones preliminares, no hubiera pasado el reconocimiento ningún novillo. Porque, sencillamente, no eran novillos, sino sardinas. Y las sardinas no se lidian: se pescan, luego se comen.

Los novilleros no se sabe muy bien si iban de pesca o de comilona. El público aún se sabe menos qué hacía allí, pegando bostezos en el tendido, después de haber pasado por taquilla. Pagar para bostezar es una extraña inversión. Menos mal que sobre "la tercera" vuelan los aviones que salen de Barajas y es entretenido verlos. Algo así como cuando estás en el campo y ves pasar las cabras, solo que estas no echan humo por dentrás, o no siempre, ni todas.

En la pesca de sardinas, o quizá banquete, Lucio Sandín ensayó el toreo ortodoxo, vestido con un precioso terno grana y azabache. Cargaba la suerte, imprimía hondura a los lances a la verónica y a los muletazos, pero como no había toro no había emoción. Casi daba lo mismo mirar a los aviones.

Luis Calvo banderilleaba bien, ligaba, corría la mano con exqu,sitez propia de virtuoso, y era una grata sorpresa, aunque también propendía a tirarse de rodillas sin necesidad aparente. Su primer novillo propendía a lo mismo y una vez llegaron a coincidir ambos de rodillas, uno frente al otro, lo cual suponía una compenetración plena en gustos y aficiones. Luis Calvo vivía pendiente de la postura ya desde el paseíllo, aflamencaba el cuerpo, pegaba barbillazos, succionaba las mejillas; iba aflamencado por doquier.

Tampoco era preciso tanto esfuerzo. Por ejemplo, Alejandro García, que exhibió cierta mediocridad y no tanta decisión, lidió con decoro al único novillo con cuajo de la tarde, que fue el sobrero, y no se aflamencaba lo que se dice nada. Sus seguidores llevaban una pancarta con la leyenda "Alejandro García, eres el mejor torero cada día". Poético mensaje, cargado de esperanzas: mejor torero que ayer, pero peor que mañana. Ojalá.

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