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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La 'democracia' racista de África del Sur

EN LOS últimos meses se han producido cambios importantes en las relaciones exteriores del Gobierno surafricano: un cese de hostilidades con Angola, y sobre todo la firma con Mozambique del acuerdo de Nkomati, seguido de medidas concretas de cooperación entre ambos países. Las elecciones que se celebraron ayer para elegir una cámara de representantes de la población mestiza suponen el inicio de un proceso de reforma interior en ese país, universalmente condenado por la brutal discriminación racial que está en la base, de su estructura política. Conviene por ello examinar de cer ca hasta qué punto esa reforma modifica, o prolonga, con ciertos retoques el sistema mismo del apartheid. Es cierto que se van a crear dos nuevas cámaras: una para los mestizos, la que fue elegida ayer; otra para los indios y asiáticos, que será elegida el 28 de agosto. Pero estas cámaras tendrán poderes muy limitados; se ocuparán de las cuestiones propias de las respectivas poblaciones; en cuanto a las cuestiones generales del país, serán decididas en todos los casos por organismos en los que los blancos tendrán aplastante mayoría. A la vez, este curioso sistema electoral, basado en la separación de las razas, inaugura una especie de seudodemocracia racista, única en el mundo. Conviene insistir asimismo en que el apartheid en sí -segregación en las escuelas, lugares públicos, zonas de vivienda, prohibición de trato personal, etcétera- sigue vigente para las poblaciones a las que ahora se concede el derecho de elegir una cámara.En todo caso, el hecho fundamental es que esta reforma excluye, incluso de ese electoralismo racista, a los negros. Es decir, al 73% de la población de África del Sur. Más de 20 millones de negros no son considerados personas, ciudadanos, en ese país del que constituyen la abrumadora mayoría. Por eso es absolutamente lógico que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) haya aprobado una resolución que rechaza e invalida la nueva Constitución de África del Sur y las elecciones convocadas para ponerla en práctica. Esa Constitución, esas elecciones, son contrarias a los principios mismos definidos en la Carta de las Naciones Unidas. Por otro lado, hay que recordar que la reforma constitucional que crea las dos nuevas cámaras fue aprobada en un referéndum, pero exclusivamente por los votantes blancos; el Gobierno de Pretoria, aunque se había comprometido a ello, no se atrevió a someter la cuestión a una consulta de las dos poblaciones más directamente interesadas, los mestizos y los indios; temía un rechazo que hubiese podido bloquear el complejo proyecto político que el actual jefe del Gobierno, Pieter W. Botha, ha puesto en marcha. El dato más interesante, tanto de las elecciones de ayer como de las que se celebrarán el próximo 28, será el nivel de las abstenciones, porque indicará el grado de rechazo por parte de mestizos e indios de esta posibilidad, más aparente que real, que tienen ahora de participar en la vida política. La campaña en favor de la abstención ha sido bastante intensa. Pero el aparato represivo, acostumbrado a actuar con la máxima dureza, ha creado un clima en el cual constituya un riesgo la abstención. La actitud quizá más interesante, concretamente en lo referente a la población mestiza, es la del Partido Laborista, considerado como el mejor organizado y probable vencedor. Este partido ha presentado candidatos con la siguiente plataforma: oposición al apartheid y a la nueva Constitución, calificada de completamente injusta, pero propósito al mismo tiempo de luchar por esos objetivos, por acabar con la discriminación racial, dentro y utilizando las instituciones. Esta actitud posibilista ha provocado una escisión en el mismo Partido Laborista, cuyos sectores más radicales rechazan cualquier forma de participación. Las elecciones se han desarrollado en un ambiente bastante tenso, de oposición generalizada, de escasa confianza en la reforma. Pero no se puede olvidar que los medios de presión del Estado, en unas condiciones como las de África del Sur, son enormes, incluso estimulando la siembra de ilusiones posibilistas.

Estas elecciones del 22 y 28 de agosto, entre los mestizos y los indios, no son sino una parte de un proyecto político de largo alcance que encarna hoy el jefe del Gobierno de Pretoria, Pieter Botha. Éste es el jefe del Partido Nacional, que representa la tradición de un reaccionarismo extremo, enraizado en la población boer, que le llevó incluso a simpatizar con el nazismo durante la segunda guerra mundial. Contrariamente a otros dirigentes históricos de su partido, Botha parece percibir los cambios históricos que se han producido en África. Angola, Zimbabue, Mozambique, ayer colonias europeas, son hoy Estados independientes bajo dirección política de la mayoría negra, por partidos nacidos de la lucha anticolonialista, pero a la vez con un atraso y una debilidad económica terrible, que les hace tributarios en una serie de aspectos, que no excluyen la supervivencia, de sus relaciones con África del Sur. Sin modificar sus convicciones racistas fundamentales, Pieter Botha parece inclinarse a un esfuerzo reformador en dos direcciones: evitar que dentro del Estado surafricano pueda formarse un frente de todas las poblaciones no blancas; de ahí la reforma del Parlamento creando las dos nuevas cámaras. Y en el plano internacional, desarrollar una política tendente a utilizar instrumentos sobre todo económicos para disminuir la conflictividad militar y establecer cierta convivencia pacífica con los Estados vecinos, negros y revolucionarios.

Esta política está chocando con la negativa intransigente de una parte de su partido, que se ha escindido y ha creado el Partido Conservador. Hasta ahora, Botha ha logrado dominar esa rebelión en sus propias filas, en la política blanca. de África del Sur. De cara al futuro, un punto decisivo de la reforma constitucional será la elección de un presidente de la República, cargo al que aspira el propio Botha, con poderes extensivos sólo comparables a los del presidente de EE UU, con la diferencia a su favor de que no, se verá sometido a un escrutinio parlamentario comparable. Esta concentración de poder puede aliviar algunas de las tensiones que existen hoy en el seno del régimen surafricano; éste continuará, sin duda, su política de apartheid, con desprecio total de las condenas de la ONU. El proyecto político de Pieter Botha pretende combinar la consolidación del sistema racista con un mínimo de adaptación a un contorno internacional en el que se han producido enormes transformaciones.

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