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Reportaje:

La fiebre del armamentismo alcanza a la guerra qímica

La polémica sobre las armas nucleares ha ocultado a la opinión el peligro de una carrera por las armas químicas

Andrés Ortega

El comandante supremo aliado en Europa, el general Bernard Rogers, ha reiterado cada vez más públicamente en los últimos tiempos su demanda de nuevas armas químicas para la OTAN. Recientemente, Rogers denunció lo que calificó de "abdicación en el tema de las, armas químicas por, parte de las autoridades políticas en la autoridades militare?. "Los políticos no están dispuestos a discutirlo", añadió ante un grupo de periodistas. Y, sin embargo, portavoces oficiales. del Gobierno de la RFA en Bonn se han apresurado a rechazar el aumento de los depósitos de armas químicas en la OTAN y especialmente en su país Esto es uno de los temas más sensibles p ara la Alianza Atlántica. El espectro de la Primera Guerra Mundial está aún presente. Y la OTAN, a nivel político, no quiere otra "doble, decisión" en el terreno de las armas químicas, ni otro problema de opinión pública tras la cuestión nuclear de los euromisiles. Pero Rogers insiste.Los verdaderos arsenales de armas químicas son uno de los secretos mejor guardados del mundo. En las publicaciones oficiales, norteamericanas se atribuye a la URSS la posesión de 350.000 toneladas de armas químicas. Según estos datos, los soviéticos dispondrían de 80.000 oficiales especializados y de una Academia Milita Química. De acuerdo con el informe de la Asamblea de Atlántico Norte elaborado en noviembre de 1983 por el canadiense Michael Forrestall, la URSS está capacitada para mantener 30 días de guerra química contra la OTAN en una profundidad de 500 km. Según Le Monde Diplomatique, la URSS dispone de una, auténtica superioridad, tanto en el aspecto defensivo como ofensivo, en una guerra de estas características, con 35 veces más unidades químicas que la OTAN y 10 veces más vehículos de descontaminación.

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Estados Unidos por su parte dispondría en total de 42.000 toneladas de armas químicas, obsoletas en su mayoría, pues había dejado de fabricarlas en 1969. Se trata fundamentalmente de cargas para obuses de 105 milímetros (otros nuevos de 155 milímetros están en camino) y para bombas de 500 y 750 libras. EE UU mantiene algunos depósitos de armas químicas en la RFA, suficientes, según Forrestall, para librar 15 días de batalla. EE UU se ha comprometido a no usar armas químicas antes que el enemigo. A pesar de estos datos, algunos expertos ponen en duda la existencia real de un desequilibrio.

En 1969 tuvo lugar el accidente de Dugway (Estado de Utah, en EE: UU), en el que, desde una base militar, se contaminaron 25 hestáreas de campo. Pero el presidente Ronald Reagan obruvo del congreso norteamericano, en julio de 1983, los primeros fondos para un nuevo programa -4.000 millones de dólares en total como mínimo- para producir a partir de 1985 cargas binarias químicas (se llaman binarias porque los agentes químicos se almacenan, inertes, en dos tubos en cada carga que, al dispararla, se m ezclan convirtiéndose en un producto tóxico). El Senado, sin embargo, exigió que por cada nueva carga fuera destruida una de las antiguas. Estas cargas están destinadas a la artillería de, 155 milímetros, ya que, por problemas técnicos, la fabricación de la bomba química Big Eye (Grán Ojo) ha sido pospuesta al menos hasta 1986. La destrucción de las viejas armas no es fácil, hasta el punto de que el general Fulwyler la califica del "pesadilla de fantanero".

Salvo EE UU, la RFA (que dispone de cargas químicas norteamericanas) y Francia, los demás países de la OTAN no poseen armas químicas. Algunos de ellos incluso han renunciado a su uso a través del protocolo especial a la Convención de Ginebra de 1925, convención que impide el uso, pero no la producción, de estas armas. Sin llegar a dar este paso, el Reino Unido destruyó sus últimas municiones químicas en 1957. Pero allí, como en Bélgica y la RFA, parecen existir algunos depósitos norteamericanos. De hecho, todas las tropas de la OTAN se entrenan para la guerr . a química.

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Rogers ha explicado que su predecesor en el cargo, Alexander Haig, tuvo que firmarse a sí mismo, como comandante supremo aliado y como jefe de las fuerzas

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norteamericanas en Europa, los procedimientos para el uso, o autorización para el uso, de las armas químicas, ante la supuesta falta de decisión de las autoridades políticas. De hecho, señaló Rogers, en las maniobras "sobre el papel" Wintex-79 se contempló un supuesto ataque por parte del Pacto de Varsovia con armas químicas. "No podíamos contestar, pues, como OTAN, no teníamos ningún arma química, ya que todas pertenecían a EE UU", señaló Rogers, con lo que, ante esta eventualidad, la OTAN tuvo que replicar con el uso de armas nucleares.Ante la obsolescencia de las armas químicas de EE UU, Rogers pide no sólo nuevas cargas, sino también nuevos vectores. De hecho, ahora las cargas químicas pueden dispararse desde misiles balísticos o de crucero (iguales que los nucleares de corto y medio alcance), caza-bombarderos, obuses y morteros. Rogers insiste en que para disuadir al adversario de utilizar sus armas químicas, la OTAN también las ha de poseer, y "para eliminar las armas químicas de la Tierra hay que demostrar a la URSS que la OTAN está dispuesta a construir cargas binarias". Los aliados de la OTAN no parecen estar, por el momento, dispuestos a lanzarse a una "doble decisión" sobre la cuestión química.

En Ginebra, en el marco de las Naciones Unidas, las negociaciones multilaterales sobre las armas químicas se eternizan. En 1983, el primer ministro sueco, Olof Palme, propuso la creación de una zona libre de armas químicas en Europa Central, zona donde serían utilizadas en primer término. En enero de 1984, el Pacto de Varsovia ofreció convertir gradualmente a Europa en una zona libre de armas químicas y, para empezar, congelar el nivel actual de estos armamentos. En abril de 1984, el vicepresidente norteamericano, George Bush, propuso una fórmula de desarme químico global, con inspección sobre el lugar, para los depósitos de armas de este género y sus centros estatales de producción. La URSS no acepta la inspección de los depósitos, y en cuanto a los centros de producción, insiste en tener también acceso a los del sector privado en el Occidente.

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